Jue 17.04.2014
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CINE › EZEQUIEL RADUSKY Y AGUSTíN TOSCANO PRESENTAN SU óPERA PRIMA, LOS DUEñOS, REALIZADA íNTEGRAMENTE EN TUCUMáN

“Cada uno tiene que indagar en lo suyo”

“Nos interesa la idiosincrasia tucumana como tema”, dicen los directores de la primera película de esa provincia en llegar al Festival de Cannes. “Queremos mostrarle al mundo qué es lo que pasa en la provincia, cómo se habla, cómo somos.”

› Por Ezequiel Boetti

Ezequiel Radusky y Agustín Toscano tenían seis obras con su grupo de teatro cuando quisieron ir por más con el que sería su trabajo más ambicioso: una aproximación a la lucha de clases encarnada en la tirantez entre los patrones y sus peones de una finca. Pero recrear sobre las tablas un caserón de lujo y un campo era demasiado oneroso para los bolsillos de estos tucumanos de 32 años. Entonces pensaron: “¿Y por qué no un telefilm?”. “Cuando investigamos vimos que era muy difícil porque necesitábamos el respaldo de un canal”, recuerdan hoy. Todo indicaba que aquella idea se petrificaría como un conjunto de coordenadas inmaterializadas, hasta que se dieron cuenta de que era una buena oportunidad para canalizar las miles de horas sentados frente a una pantalla. “Nosotros teníamos experiencia en pedir subsidios para nuestras obras, y cuando apareció la posibilidad de investigar cómo era la cuestión de los premios para óperas primas en el Incaa, lo hicimos. Bajamos los formularios y armamos un proyecto en base a eso (un guión de noventa páginas, 90 minutos, pocos actores, pocas locaciones), siempre intentando mantener la contundencia de nuestra idea teatral”, enumera Toscano. El resto es historia conocida: el visto bueno del Instituto, la filmación en Tucumán, el respaldo de la productora Rizoma y la frutilla del postre con el estreno mundial ni más ni menos que en la Semana de la Crítica del último Festival de Cannes. Casi un año después de su paso por la Croisette, y con escala previa en el último Festival de Mar del Plata, Los dueños llegará hoy a la cartelera porteña de la mano de la flamante distribuidora Obra Cine (ver recuadro).

Filmada en una finca a una hora de la capital provincial, el film comienza con la llegada de un personaje –Pía (Rosario Bléfari)– ajeno a un sistema en delicado equilibrio social. Equilibrio que más pronto que tarde dejará de serlo en gran parte debido a la ineptitud del cuñado de ella como administrador, pero también a una serie de conflictos intrafamiliares. Y en medio de todo, los ocasionales observadores de la debacle, los peones. “Queríamos una suerte de heroína inmersa en una lucha que nadie puede ganar. Nos planteamos la idea de ver cómo una mujer tucumana resolvía el problema y con qué herramientas. Y eso, según nosotros, podía mostrar ciertos aspectos característicos de lo tucumano”, afirma Radusky. Para él, “lo tucumano” es una de las variables fundamentales del currículum artístico de la dupla: “Nosotros veníamos trabajando en teatro hace diez años manteniendo la idiosincrasia tucumana como tema. De alguna manera siempre queremos mostrarle al mundo qué es lo que pasa en esa provincia, cómo se habla, cómo somos”.

–En una entrevista previa al Festival de Cannes habían dicho que no provenían de ninguno de los dos sectores sociales que muestra el film. ¿Cómo influyó esa lejanía al momento de pensar los personajes?

Agustín Toscano: –Creo que no pertenecer a ninguno es estar en una suerte de sector medio que nos da algo de pertenencia a los dos: tranquilamente en cualquiera de nuestras familias hay componentes de ambas partes. Además, en nuestra facultad había tanto compañeros con mucha plata y otros con nada, entonces pudimos acceder a los dos mundos y ver mucho de ambos.

Ezequiel Radusky: –Uno de los primos del papá de Agustín tenía muchísimos peones con los que hablamos y después desgrabamos los textos para ponerlos literalmente en la película. Pasaron dos años desde que salió el proyecto hasta que nos dieron la plata, así que tuvimos tiempo para trabajar esos asuntos.

A. T.: –Con los patrones sí tuvimos un problema. Fue cuando intentamos hacerlos de clase muy alta y nos dimos cuenta no sólo de que a nivel producción nos iba a costar demasiado, sino también que ningún actor iba a estar a la altura. No por desmerecer el trabajo de ellos, sino por una cuestión vivencial para componer a este tipo de personajes. Entonces siempre trabajamos con una suerte de punto máximo y mínimo para que estuviera lo más cerca posible de lo que somos nosotros como clase social, pero con los rasgos de esa clase superior.

–Hay un aspecto muy lúdico en la idea de ocupar la casa y “jugar a ser otro” por un rato...

A. T.:– Ese era el tema de Las criadas, de Jean Genet, una obra en la que hay una mujer que se va de la casa durante un par de días y las dos empleadas “juegan” a ser la sirvienta de la otra. Pero acá va por otro lado. Si bien hay algo lúdico en la idea de ponerlos casi a jugar, es más bien una necesidad real de expandirse y tener espacio propio. Entonces, esa casa aparece como la gran aspiración.

E. R.: –Pero al mismo tiempo siempre nos preguntábamos qué pasaba si un día venía Pía y les decía: “Bueno, acá tienen la llave, quédense con la casa”. El conflicto no se resolvería así. Incluso cuando ellos les dan los muebles, los peones no los quieren. Yo he trabajado un tiempo en política, y ése es un fenómeno que se da: el Estado les daba la casa y los tipos la rompían, vendían las partes y se iban a vivir al rancho.

–Entonces la idea es, básicamente, querer lo que uno no tiene.

E. R.: –Claro. El conflicto de clases es riquísimo y se lo podría seguir trabajando porque no tiene una explicación fácil. Con la película tuvimos la oportunidad de viajar y nos dimos cuenta de que es un problema en todo el mundo. Incluso en algunos países lo tienen directamente escondido y desplazado. Pero esto se da por cuestiones de las dos partes. Siempre tratamos de estar en el medio porque no es fácil decir “éstos son los buenos y éstos son los malos”. Las reacciones de ambos dejan bastante que desear.

–¿Buscaban desdibujar las clases y sus límites?

A. T.: –Sí, totalmente. Ninguno es tan héroe ni tiene un recorrido intachable, sino que más bien podrían ser todos antihéroes. Si aparece una tensión, también aparece su contrario y entonces empiezan a atraerse. Tratamos de pensarlo así porque muchas veces nosotros nos sentimos en esa situación. No somos tan buenos ni tan malos.

–Ezequiel habla de la idea de “lo tucumano”, pero también del de clases como un conflicto presente en casi todo el mundo. ¿Cómo manejaron el balance entre lo local y lo universal al momento de construir Los dueños?

E. R.: –Prestándole atención a lo local. Nosotros creemos fervientemente que si sos muy detallista en narrar tu mundo, indefectiblemente va a haber una explosión universal. Por eso admiramos mucho a Almodóvar, Fassbinder, Woody Allen, ese tipo de autores que se meten en su propio universo y lo van disparando. No nos preocupamos por la repercusión que tendría afuera, sino por tratar de ser lo más fieles posibles a eso que nosotros vivimos. De hecho, en todos los lugares pega de la misma manera. Cada uno tiene que indagar en lo suyo.

–Más allá de la complejidad del tema, el film tiene momentos de comedia. Incluso ahora mencionan a Woody Allen como referente. ¿El humor era una pauta previa o surgió a medida que trabajaban en el proyecto?

A. T.: –Desde que hacíamos teatro nos pasa de proponernos escribir un drama y terminar dirigiendo una comedia porque, cuando nos ponemos a ensayar, las situaciones solas se vuelven otra cosa. La búsqueda de chistes constantes la relaciono más con la televisión. Acá, en cambio, tratamos de meterlos cuando se nos ocurrían. Queremos que ése sea nuestro humor, uno que viene en un momento y de una situación que el público no esperaría.

–La tensión sexual es una constante a lo largo de toda la película. ¿Pensaron ese elemento como una forma de mostrar la dominación?

A. T.: –Me parece que era uno de los componentes a través de los cuales podía hablarse de territorialidad, de propiedad y de desear lo que no tenés. El conflicto original es el de una señora que quiere tener una historia con una persona menor y de otra clase social. El corazón de la historia es sexual. Después empezamos a encontrar que en todos los personajes había una erotización y deseo por otro. Todo lo prohibido aparece como latente en el deseo. No es que “sexualizamos” la historia, sino que tenía un centro sexual y después nosotros fuimos dividiéndolo para otros lugares.

E. R.: –El sexo siempre ha estado metido porque Tucumán es así, con grupos chicos y una tensión muy grande. Era interesante ver ese conflicto enmarcado en dos grupos sociales que tienen que convivir por la relación patrón-peón y no porque quieren.

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