La Iglesia tiene una relación de amores y odios con el arte.

–El año pasado hubo dos hechos que me hicieron pensar mucho acerca de la relación no sólo entre la Iglesia y el arte y la creación artística, sino acerca de la autonomía o no del arte. Me refiero a la exposición de León Ferrari en Recoleta y a una exposición en Córdoba que se llamo Navidad: veinte miradas distintas. Esta última no tuvo la trascendencia de la primera, porque no ocurrió en Buenos Aires. Pero por eso mismo tuvo una resolución mucha más grave. Las autoridades cedieron a la presión, al “matonaje” de sectores integristas que se plantaron a la entrada de la exposición e impidieron que nadie entrara. Al día siguiente atacaron a cadenazos a los artistas y a quienes los apoyaban. Eso pasó porque no hubo la trascendencia mediática que tuvo lo de Ferrari y, probablemente, porque la Córdoba de Angelelli, la de (Agustín) Tosco, Atilio López, la de Sitrac-Sitram, la de la unidad obrero-estudiantil, se transformó en una sociedad conservadora, indiferente, pasiva.