OPINION
› Por Alberto Giordano *
A veinte años de su muerte, Borges continúa siendo aquello en lo que involuntariamente se convirtió mucho antes de morir: un clásico, el autor de una obra venerable, indiscutible, que encarna un conjunto de valores culturales instituidos como superiores. Antes que un escritor, Borges es, para la mayoría de sus lectores (entre los que se cuentan muchos que jamás lo leyeron), una figura moral de proporciones gigantescas, un gigante de las letras que carga sobre sus espaldas con el peso sublime de los valores culturales más preciados.
En varios ensayos notables, y también en los márgenes de algunos relatos, Borges se ocupó de señalar todo lo que entraña de inconveniente, e incluso de indeseable, para una ética literaria esta versión de lo que es un clásico. Enfrentado a un texto que se le impone como sublime o grandioso, el lector apenas si puede hacer otra cosa que postrarse, que adoptar una actitud piadosa y someterse a las “supersticiones” de la tradición. Lo que de ningún modo puede es leer, encontrar en ese texto una ocasión para ejercitar su pensamiento, su capacidad de goce y de invención. Atento a la necesidad de que los lectores respondan a su “propia convicción” y su “propia emoción” antes que a la evidencia estupidizante de los valores trascendentes, Borges nos invitó a considerar que “clásicos” son aquellos libros “capaces de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones”. Según esta otra aproximación, no son los méritos esenciales de una obra los que permiten definirla como “clásica”, sino su capacidad de transformarse insistentemente en algo nuevo, diferente de lo que predican de ella las lecturas instituidas. Dicho de otro modo: no son los guardianes de la tradición, sino las generaciones de lectores apasionados e irreverentes quienes deciden qué textos insisten como “clásicos”, es decir, qué textos tienen todavía algo inaudito por decir.
A veinte años de la muerte de Borges, el desafío para quienes leen su obra como si hubiese sido escrita sólo para ellos, con un fervor que excede y repudia el culto a su monumentalidad, continúa siendo cómo sustraerla del panteón de los “clásicos” (en el sentido tradicional del término) para transformarla en un “clásico” (en el sentido borgeano del término), en una experiencia todavía en curso, sobre la que no se dijo aún la última palabra.
* Crítico e investigador.
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