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Miércoles, 26 de noviembre de 2014

TEATRO › OPINIóN

Inocencias escondidas

 Por Silvina Reinaudi *

Los títeres no nacieron para niños, como un lugar común nacional nos lleva a creer. Por el contrario, al igual que en los cuentos de tradición oral, sus historias se dirigían a los adultos. A partir del Renacimiento, personajes arquetípicos a la manera de la comedia dell’ arte o del teatro popular de plazas y ferias reflejan los problemas del pueblo y permiten, sólo en el humilde universo de su retablo, la burla o el castigo a los poderosos. Y desde entonces, muchas veces como antihéroes, los títeres vienen colándose en teatros, pantallas y salones, diciendo a boca de jarro lo que tal vez en un actor resultaría panfletario o grosero. García Lorca, poeta titiritero, decía que las malas palabras que suenan mal en los salones se limpian en la boca del pueblo.

La Argentina puede preciarse de tradición titiritera pero, por regla general, existe una ecuación títeres-escuela-niños que coloca a la actividad casi excluyentemente en el mundo infantil, al menos para la percepción de la mayoría de las personas. Y es así... pero no tanto. Porque, en menor medida, pero en crecimiento, hay cantidad y calidad de obras pensadas exclusivamente para adultos, dentro del formato más tradicional, a veces versionando clásicos con sutileza.

También hay cantidad de obras “adultas” que entran en el área del teatro de títeres, como las sombras, el teatro de objetos y otras disciplinas como la danza o lo audiovisual. Sobre todo si aceptamos una definición tan amplia como certera que reza “títere es todo objeto movido en función dramática, capaz de actuar y representar”.

Y otra vez no tanto, ya que el teatro de títeres hecho con inteligencia, poesía y respeto para los niños se hermana con otra tradición. La que cuenta entre su gente a María Elena Walsh, a Hugo Midón y a tantos otros que todavía caminamos por acá, que creamos y creemos que el arte para chicos es Arte. Con mayúsculas y para todos. Que si un adulto se aburre viéndonos, también se aburren los niños, y si disfrutan lo hacen de la misma manera.

Es más fácil trabajar para adultos que para chicos. No sólo porque los adultos aceptan el código que no les permite gritar o correr por el pasillo del teatro si la obra no les gusta y no hay vuelta que darle, sino porque en general los títeres saben cómo sacar a la luz emociones guardadas, inocencias escondidas, risas limpias. Que en esta época tecnológica no es poca cosa.

* Titiritera, dramaturga, docente y directora.

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