La política y la fe de Carlos Mugica, la incertidumbre y la piel de este hombre que eligió ser cura y peronista se convirtieron en un llamado dentro de mi producción, ligada fundamentalmente a la historia y a los temas de género. Esa voz de nuestra historia política y social me hablaba desde el presente. Decía “estoy, no me fui, estoy en la necesidad, en la conciencia de leer el Evangelio en las calles, en la marginalidad, en las banderas de la justicia social”. Me zambullí en su historia, traspasando el dato hasta llegar a la carnadura de este obrero de la fe. Amasé un barro “político visceral” y llegué al latido, al pulso, al sudor de ese cura, y a sus contradicciones: la Iglesia, el peronismo, sus ganas de amor, la traición de los sicarios. También fue mi manera de decir –como parte de una generación sobreviviente– que ni nos han matado del todo ni nos han vendido tanto. Acercando lo textual a lo testimonial y el testimonio a lo confesional, me crucé en ese camino con otra dimensión, con la figura del rey pescador, el que no está muerto, el que está herido y sangrará hasta que no cierre la herida de su pueblo. Una forma de poner en metáfora la pregunta que es leitmotiv de la obra: ¿por quién resucitó Cristo? Pablo Razuk me había pedido hacía ya un tiempo que le escribiera sobre Mugica. Sólo pude hacerlo cuando escuché la voz del padre Carlos. En la obra, dioses y demonios permanecen unos frente a otros como opuestos activos. Una poética de la existencia que tan bien comprendió Paolantonio en su puesta y tradujo Alem en su música, complementada en vivo por Javier Nahum, en cello, y Sol Ajuria, en el canto. Un acto de compromiso que sólo se completa en la mirada del otro, en el público, como espejos de un caleidoscopio.

* Autora de Padre Carlos, dramaturga, directora, investigadora de temas históricos y de género y profesora de filosofía.