Martes, 6 de enero de 2015 | Hoy
PLASTICA › EL ARTE DESTRUCTIVO
En noviembre de 1961 se inauguró en la galería Lirolay de Buenos Aires la exposición Arte destructivo de la que participaron Kenneth Kemble, Jorge López Anaya, Jorge Roiger, Antonio Seguí, Silvia Torras, Enrique Barilari y Luis Wells. En esta primera ambientación se proponía la destrucción como forma de creación. La obra colectiva, sin identificación de autores, reunía objetos encontrados, “no artísticos”, que se volvían significativos en el contexto que los exhibía. Viejos sillones tajeados, muñecos quemados, ataúdes y paraguas rotos, entre otros objetos de desecho. Señaló López Anaya, que era un “conjunto que ofrecía una significación opuesta a toda ilusión placentera o agradable, su hilo conductor era el del desastre. Parecía una muestra de residuos de basura, de accidentes y de muertes; de ruidos, de parlamentos casi incomprensibles y de ‘música’ producida con toda clase de objetos a modo de instrumentos musicales”.
Durante sucesivos fines de semana experimentaron con instrumentos, en algunos casos rotos –como el piano que se utilizó en la pieza musical de López Anaya– o grabando al revés una conferencia de Jorge Romero Brest, mezclando fragmentos de la Poética de Aristóteles con textos de Picasso o tomando textos de Goethe y leyendo las vocales y las consonantes mezcladas con solos de batería de Kemble. Arte destructivo mostraba el placer y las emociones que el hombre deriva de la destrucción.
Según escribió en aquel momento el crítico de arte y poeta Aldo Pellegrini: “Más profundas, más extensas que las de la construcción, son las leyes de la destrucción [...] Toca al artista develar que la destrucción oculta un poderoso germen de belleza [...] una belleza que tiene la cualidad del fuego y de la explosión”.
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