Viernes, 13 de febrero de 2015 | Hoy
DANZA
Declarado en 2010 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, el flamenco, en tanto expresión artística hecha de música y danza (cante, toque y baile), se extendió mucho más allá de las fronteras de Andalucía. Allí nació de la confluencia de la cultura árabe, la sefarafí y la gitana. Como baile, el flamenco es una de las cuatros ramas o escuelas principales de la danza española. Las otras son la escuela bolera o clásica (las danzas del siglo XVIII que se bailaban en la corte), la regional o folklórica (bailes típicos de cada pueblo) y una tercera que es una estilización de las tres anteriores, surgida a comienzos del siglo XX con la bailaora de flamenco Antonia Mercé, que toma a los músicos clásicos y baila sus piezas con castañuelas. “España es la cuna del flamenco, pero muchos pueblos lo tomaron y cada uno lo baila a su manera, le imprime su tamiz –comenta Lorena Di Prinzio–. Acá, por ejemplo, no bailamos como en España. Muchos colegas lo fusionan con el tango y en Japón pude descubrir otro modo. Tienen bailarinas increíbles.” La especialista argentina enfatiza los cambios que fueron surgiendo de la mano de artistas renovadores: “Antonio Gades fue el primero que comenzó a transformarlo, teatralizándolo absolutamente. Y más cerca, Israel Galván y Rocío Molina siguen actualizándolo, lo encaran desde una mirada más contemporánea”, agrega. El caso de Molina es muy particular: “Baila de un modo ultramoderno y sin embargo tiene elementos de bailaores de comienzos del siglo XX”. Así, pasado y presente, tradición y renovación están íntimamente relacionados.
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