Jue 21.05.2015
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CINE › ASIA ARGENTO SE DEFINE COMO EX ACTRIZ Y VOLVIó A DIRIGIR DESPUéS DE MáS DE DIEZ AñOS

“Como cineasta, me gustan las imperfecciones”

La realizadora regresa al terreno de la infancia con Incomprendida, su tercer largometraje. “La idea original era hacer un melodrama, pero la película se fue convirtiendo en un melancomic, algo melancólico pero cómico al mismo tiempo”, afirma.

› Por Diego Brodersen

“Como directora de cine, no ando en busca de la perfección, más bien todo lo contrario: me gustan las imperfecciones. Lo que me mueve es la sensación de realidad de esos supuestos defectos, que me recuerdan a la vida real”, afirma Asia Argento cómodamente instalada en el living de su casa en Roma, en comunicación vía Skype con Página/12. La excusa es el estreno de su tercer largometraje, Incomprendida, luego de un interludio de diez años durante el cual la realizadora, escritora y actriz italiana (o ex actriz, según sus propias palabras) continuó actuando bajo las órdenes de realizadores de la talla de Bertrand Bonello, Abel Ferrara, Olivier Assayas y Gus Van Sant. Y, por supuesto, también junto a su padre, el celebérrimo maestro dell’orrore Dario Argento.

Como en El corazón es engañoso por sobre todas las cosas (2004), Incomprendida hace de la infancia un lugar definitivamente alejado del lugar común biempensante. Su protagonista, Aria, una niña de unos 11 o 12 años, transita los últimos momentos previos a la pubertad en la Roma de 1984 y el film registra una serie de episodios y eventos como si fueran entradas de un diario íntimo: las peleas con sus hermanastras –en particular la mayor–, las ausencias y presencias a medias de un padre actor y una madre concertista, su violenta separación al comienzo de la historia, la relación con su mejor amiga y un gato callejero, estos últimos las mejores armas para enfrentarse a un mundo que, como reza el título del film, no la comprende. Si la descripción parece anticipar un típico coming of age, la mirada de Asia Argento lo convierte en muchas otras cosas: registro melancólico del pasado, cuento de hadas algo punk, melodrama desorbitado.

–Su abuelo, Salvatore Argento, fue un importante productor; su abuela paterna, una fotógrafa de estrellas cinematográficas; su padre Dario es uno de los referentes ineludibles del giallo y el cine de terror, y su madre, Daria Nicolodi, es actriz. Las raíces para seguir una carrera artística eran definitivamente fuertes pero, ¿era obvio que terminaría transformándose en realizadora?

–En realidad, siempre quise ser escritora y, de hecho, lo soy. Y desde antes de convertirme en actriz. Fui algo parecido a lo que suelen llamar un niño prodigio: publiqué un libro de poemas a los 8 años. También escribí mi primera película a esa edad e incluso filmé parte del guión con una cámara Súper 8 que me había regalado mi padre. La película se llamaba Esa extraña chica en la casa abandonada pero, a pesar del título, no era una película de miedo, estaba más cerca de Incomprendida que de cualquier otra cosa. El primer ofrecimiento para actuar llegó a los 5 años, de parte del realizador Sergio Citti, pero mi madre se opuso terminantemente. Algo más tarde, a los 11, volvió a presentarse la oportunidad y, aunque mi madre seguía oponiéndose, terminó primando mi idea de probar suerte, a pesar de que mi ambición no era ser actriz. De allí en más, una película le siguió a la otra, aunque tomé un pequeño descanso entre los 13 y los 16 años. Pero durante todo ese tiempo seguí escribiendo y ese siempre fue mi sueño. Lo sigo haciendo; cuentos y poemas, fundamentalmente. Mi primer cortometraje lo dirigí hace unos veinte años, como parte de una película colectiva, y mi primer largometraje, Scarlet Diva, es del año 2000. Puedo recordar a mi padre, hace mucho tiempo, diciéndome que yo no era una actriz y que algún día me iba a convertir en realizadora. Nunca olvidé esas palabras y, evidentemente, tenía razón, porque nunca me sentí satisfecha como actriz.

–Sin embargo, su carrera como actriz es extensa y muy rica.

–Siempre pensé que actuar era servir a un propósito, ser parte de un equipo y trabajar en algo común. Pero han sido pocas las veces en que realmente me sentí estimulada, que se trataba realmente de algo creativo. Luego de convertirme en madre, algunos de esos roles eran elegidos por ser trabajos bien pagos o porque el rodaje era de apenas un par de semanas. Había que pagar el alquiler, claro está. Hace alrededor de dos años tuve algo que podría definirse como una experiencia espiritual. O simplemente un momento de lucidez, un cambio psicológico. Como si alguien prendiera la luz en un cuarto hasta ese momento a oscuras. Y comprendí que la actuación se estaba convirtiendo en algo perjudicial para mi crecimiento como persona, como ser humano. Siempre me consideré alguien solitario e incluso tímido, y para convertirme en actriz tuve que ir en contra de ello, contra mis fobias, creando una persona para el resto del mundo que no tenía tanto que ver con mí misma. Algunos amaban a esa persona, otros la odiaban, pocos quedaban indiferentes, por su cualidad excesiva. Pero todo tiene un precio y ese personaje que creé nunca encajó con la persona que siempre fui. Es por eso que decidí dejar la actuación más o menos en la época de escritura de Incomprendida.

–¿Está diciendo que los actores y actrices tienen algo de esquizofrénicos?

–Cierto tipo de enfermedad mental, así es. Los mejores que he conocido son como una página en blanco, no tienen mucha personalidad y se puede escribir en ellos lo que se quiera. El problema es que nunca fui así, al menos eso creo. Pienso que interpretar un papel es una suerte de posesión, en particular si es algo intenso y oscuro. Y cuando estás poseído por esas presencias –porque uno tiene la ilusión de que son como una remera que puede ponerse y sacarse a voluntad, pero no es así–, si uno es lo suficientemente sensible, hay cosas de esos espíritus, por llamarlos de alguna manera, que se quedan dentro tuyo y se vuelve cada vez más difícil quitárselos de encima. Ese es el aspecto esquizofrénico de la actuación, es muchísimo más que ponerse en papel.

–Más allá de que El corazón es engañoso... estaba basado en un libro de Laura Albert, Incomprendida tiene muchos puntos de contacto con ese film. ¿Ve ambos títulos como una suerte de díptico?

–Creo que es evidente que fueron realizados por la misma persona, en el sentido de que siempre concibo historias muy episódicas. Hay también ciertas obsesiones y referencias que se repiten. Pero no estoy tan segura de que pueda hablarse de un díptico y mucho menos de una trilogía junto con Scarlet Diva. Ya tengo escrita una nueva película que podría también entenderse como compañera de las anteriores.

–Se ha escrito mucho acerca del supuesto tono autobiográfico de sus películas. ¿Es realmente así? Porque en más de un sentido podría afirmarse que toda obra es, de una forma u otra, autobiográfica.

–Es una manera simplista –y muy mediática– de ponerle una etiqueta a algo, para poder ubicarlo fácilmente en algún lugar. Supongo que mis películas no son tan fáciles de etiquetar (¿Son melodramas? ¿Son comedias?), entonces lo más sencillo es decir que son autobiográficas. Si quisiera hacer un film autobiográfico, haría un documental o simplemente escribiría un libro. Estas son películas y, en cierto sentido, no me pertenecen a mí sino al mundo. Y le corresponde al mundo, a los espectadores, transformarlas en su propia autobiografía, siempre y cuando se reconozcan en las historias, en esos chicos lastimados, incomprendidos, no queridos. Sí, es cierto que son films muy personales, surgieron de un deseo personal de contar esas historias. Pero no es como si estuviera en el diván del psicólogo tratando de exorcizar los resentimientos de mi infancia. Volviendo a la pregunta original, a Fellini solían preguntarle cosas parecidas y él se enojaba mucho con los periodistas. Es una película, es arte, todo es autobiográfico.

–En pleno reinado de lo digital, Incomprendida fue rodada en un formato fílmico, en 16 mm. ¿Está relacionado con la idea de lograr cierto tipo de imágenes, cierta textura?

–Tanto El corazón es engañoso... como Incomprendida fueron filmadas en 16 mm. En el caso de la última, originalmente mi deseo era rodar en 35 mm, pero en 16 mm se podía filmar más material, teniendo en cuenta además que me gusta trabajar con dos cámaras. Pero el gran extra del fílmico fue haber podido lograr esa atmósfera ochentosa, esos colores. Tratándose de una película de bajo presupuesto, era ideal: no podía rodar en digital y gastar luego todo el dinero en posproducción, tratando de recrear esas texturas y tonalidades digitalmente. Ese look tipo Polaroid que queríamos crear junto con el director de fotografía se transformó en una suerte de elección moral: ¿qué significan esas fotos de nuestra infancia que conservamos, esos colores que se van desvaneciendo, que van cambiando, ese negro que ya no es negro sino algo verdoso, ese blanco que ahora es rosado? Un mecanismo similar tiene lugar en nuestra memoria: tratamos de cambiar ligeramente algunos recuerdos para hacerlos más aceptables, menos dolorosos, lograr que los padres no sean tan malvados y se transformen en algo así como payasos. Por eso Incomprendida no es tan trágica, porque el personaje es fuerte y si bien la incomprendida es la protagonista, ella tampoco entiende a sus padres, que son bipolares o incluso tripolares. La intención era acompañar esa idea desde las imágenes y espero poder seguir usando el fílmico en el futuro. Creo que los formatos analógicos no desaparecerán, hay mucha gente apoyándolos. Hubiera sido muy difícil lograr ese efecto de verdad con ceros y unos. Lleva unas cinco semanas de posproducción lograr que una película digital parezca humana.

–¿Es sencillo producir una película hoy en día en Italia, particularmente films como los suyos?

–Hacer cualquier película que no sea comercial es difícil en cualquier lugar del mundo y producir un film que posea cierta pureza de propósito o integridad de espíritu es algo casi milagroso. Y la única forma de hacerlo es con un presupuesto pequeño. En el caso de Incomprendida, sabía de antemano que la película sería comprendida mejor fuera de Italia. No sé cómo es el sistema de producción en la Argentina, pero en Italia hay subsidios del Estado y creíamos sinceramente que teníamos todas las chances de obtener algún apoyo del Ministerio de Cultura. Pero ellos les dan el dinero a las películas grandes, a nosotros nada. Ni siquiera tuvimos el sello de interés nacional. Pero al fin estoy orgullosa, porque la película viajó a Cannes y todo tiene sentido, teniendo en cuenta mi trayectoria en este país. Para ser honesta, no creo que pueda hacer mi próxima película en Italia, lo cual es una pena, porque aquí hay muy buenos técnicos y artistas. Claro que el público tiene el cerebro un poco lavado, como en el resto del mundo.

–El título de su película remite directamente a Incompreso, el film de 1966 de Luigi Comencini. Incluso en una breve escena la protagonista ve esa película en la televisión. ¿Siente que hay un diálogo con cierto cine italiano de los años ’60?

–En realidad, hay una relación con el cine europeo de los años ’50 y ’60 en general y el francés en particular. Hay algo interesante porque películas como Incompreso no estaban pensadas para chicos lobotomizados, mientras que hoy en día muchos films están pensados para niños con poca capacidad de atención, están más cerca de un videojuego o de un tweet. Y no hay casi historias que hablen sobre ellos de una manera verdadera. Para mí, la clave al escribir el guión junto con Barbara Alberti fue darnos cuenta de que estábamos haciendo una película para chicos. Y ese era el público al que quería remitirme. O a los adultos que no han perdido su niño interior.

–La actriz de Incomprendida, Giulia Salerno, tiene una breve carrera como actriz infantil en Italia. ¿Fue difícil trabajar el rol con ella?

–No, para nada. Enseño actuación a chicos, comencé a hacerlo luego del rodaje de la película anterior. Lo hago con niños que quieren actuar y que ya tienen algo de experiencia, no con aquellos que son empujados por sus padres. Entendí que tenía esta suerte de don, que es la comunicación con los chicos, especialmente con los chicos actores. Tal vez porque yo también lo fui. Les hablo en el mismo nivel en el que estoy hablando en este momento. Es raro, porque alguna gente les habla como si fueran dementes. En el caso de Giulia... ella es increíblemente talentosa, un verdadero prodigio, como una pequeña Marlene Dietrich, una diva.

–Por primera vez en su filmografía puede verse un sentido del humor muy transparente, a pesar de ciertas cosas terribles que les ocurren a los personajes.

–Bueno, creo que Scarlet Diva tenía mucho humor, sólo que la gente no lo entendió de esa manera. Muchos creyeron que era una ególatra, pero en realidad me estaba riendo de mí misma, de toda esa mierda. El proceso de escritura de Incomprendida fue una experiencia muy estimulante y mientras lo hacíamos, nos reíamos con los personajes que estábamos creando. La idea original era hacer un melodrama, un poco como Incompreso, pero la película se fue convirtiendo en un melancomic, algo melancólico pero cómico al mismo tiempo.

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