Sáb 20.06.2015
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LITERATURA

Textual

Arpad del sueño II

Yo estaba en Monte Hermoso, tenía 7 años,
era verano. Mis abuelos me habían llevado allí, como todos
los años. Vivíamos en la casilla de Don Domingo Diez, que
era de madera y estaba plantada frente al mar, sobre
pilotes que en caso de una crecida el mar no se la llevara.
Tenía dos cuartos con cuatro camas cuchetas cada uno y
cada cama tenía una ventanilla expulsable que permitía
ver el mar o cerrarse al exterior herméticamente.
Un día de los últimos de febrero, cuando mis amigos ya
habían partido y habiéndome quedado solo a la hora de la
siesta, improvisé con un trapo que cubrí con un pañuelo, la
figura de una especie de monje o de viejita italiana, con velo,
muy siniestro, muy misterioso.
Alcé la ventanilla e imaginé que en la playa había sentado
un público, indiferente y lejano. Empecé a mover el títere
que se desplazaba muy lentamente.
No recuerdo lo que decía.
No recuerdo ninguna de aquellas palabras. Pero me
importa su sentido. ¿Queja? ¿Pedido? ¿Ritornello?
¿Reclamo? ¿Plegaria?
En todo caso el deseo de la poesía.
El deseo de la palabra que se va y acaso vuelve.
La cabeza de una figurita atónita que no excedía los límites.
cuadrados de la ventanilla me impedía ver el mar.
Me gustaba sólo sostener y presidir la gracia
independiente de aquel pequeño monje de trapo que se
entregaba balbuceando al aire salitroso del lugar.

* En Vigilámbulo (Adriana Hidalgo), volumen I, páginas 112 y 113.

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