CINE › “CHARLIE Y LA FABRICA DE CHOCOLATE”
Un viaje psicodélico al país de los sueños hechos de cacao
› Por Horacio Bernades
Burton recargado: eso es Charlie y la fábrica de chocolate, la nueva película del realizador de El joven manos de tijera después de El gran pez, donde había logrado desterrar al olvido el desgraciado traspié de El planeta de los simios. Sumergiéndose hasta el gañote en una de esas fantasías desaforadas a las que sólo él parece capaz de atreverse en tiempos de máxima conformidad cinematográfica, con Charlie y la fábrica de chocolate Tim Burton logra el raro milagro de lanzar una estocada a fondo sobre el mundo contemporáneo, desde el interior de un universo en el que los árboles son de plástico, los palacios de chocolate y sus habitantes, una raza de liliputienses en slip llamados oompa loompas.
Claro que este mundo es tan propio como ajeno: Charlie y la fábrica de chocolate fue, en el principio, una novela escrita por el británico Roald Dahl, superclásico infantil en los países hispanohablantes. Pasándole por encima a la timorata versión anterior protagonizada por Gene Wilder, Burton se reúne por cuarta vez con su otro yo Johnny Depp, y en brazos de la fanfarria de Danny Elfman se tira de cabeza a los ríos de cacao y los gigantescos escenarios de cartón que ha diseñado para él el director de arte Alex McDowell. Que lo hizo todo a mano, sin nada de digitalización. Esta suerte de enorme torta de cumpleaños imaginada por un científico loco no baila sobre la nada, es parte del mundo real. O, al menos, del mundo que se despliega en las primeras escenas de Charlie y la fábrica de chocolate y del cual tal vez el otro sea algo parecido a su reverso o su sueño.
Un sueño soñado por Charlie Bucket, chico dickensiano y paupérrimo a quien el huesudo Freddie Highmore (que ya había actuado junto a Depp en la anterior Descubriendo el país de Nunca Jamás) le presta un rostro lleno de carbón y de ojos bien abiertos. Lleno de carbón, porque las primeras escenas de Charlie y la fábrica ... parecerían transcurrir en Inglaterra, en medio de la Revolución Industrial. Sin embargo, lo que hizo perder el puesto en la fábrica a papá Bucket (Noah Taylor, visto antes en Casi famosos) fue un robot, que ahora hace su trabajo. En medio de una miseria chaplinesca, mamá Bucket (Helena Bonham Carter) cocina todos los días la misma sopa de repollo. Los Bucket viven en una casa de paredes torcidas, que parece salida de El gabinete del doctor Caligari. En su único ambiente y a pasitos de las ollas de la cocina, una cama doble sirve de sillón para los cuatro abuelos del niño, eternamente abrigados por colchas y frazadas.
Pero sucede que esa mezcla de entrepreneur con inventor loco llamado Willy Wonka, dueño de la fábrica de chocolates que en algún tiempo hizo feliz al pueblo, ha resuelto premiar a cinco chicos con una visita guiada por la fábrica, cuyo interior casi nadie vio pero todos imaginan. Al cabo de la excursión habrá un premio especial y secreto. Claro que no sólo de premios vive Wonka. También de castigos, como comprobarán en seguida los cuatro compañeritos de aventura de Charlie Bucket. Como si se tratara de una nueva lista de pecados capitales, todos ellos encarnan algún mal de la infancia contemporánea. Por lo tanto, del mundo contemporáneo, a secas. Porque “los culpables son los padres”, como dice la letra (escrita por el propio Dahl) de uno de varios números musicales de rompe y raja en los que Wonka consuma sus castigos. En ellos, Elfman pasa de la música de calesita al jungle y del jungle al beach pop, mientras Burton se deshace en escenarios dignos de la Metro circa 1940, con coreografías que permiten imaginarlo como émulo de Busby Berkeley.
Como indica el onotomatopéyico apellido, el obeso Augustus Gloop encarna la gula, y junto a él y Charlie ingresan a la fábrica Wonka, una chica destinada por su madre a ser the number one, otra insoportablemente malcriada y uno llamado Mike Teavee, que aparte de ser teleadicto cultiva una violencia digna de tiempos de Bagdad. Todos recibirán su lección, ya que detrás de la inane visita guiada subyace la peculiar didáctica de Mr. Wonka, a quien encarna un Depp cuya alisada y gesticulante palidez, sumada al maquillaje y cortecito estilo paje, hacen pensar en una versión travestida de sí mismo. O, más llanamente, en Michael Jackson. Si la referencia suena ligeramente incómoda para quien se supone que es el ídolo de los chicos, esa incomodidad parece perfectamente buscada por un Burton que, además de convertir a la tele en blanco de uno de sus números más crueles, no tiene problema en hundir a una de las nenas entre la basura, reducir a otro al tamaño de un alfiler y hacer que una bandada de ardillas hambrientas ataque a una tercera.
Con Charlie y la fábrica de chocolate, el creador de Beetlejuice le da una nueva vuelta de tuerca a su mundo privado. Conocíamos ya al Burton dark de Batman, el lírico-melanco de Edward Scissorhands, el pro-freak de Batman vuelve y el autorreflexivo de El gran pez. Con Charlie ... debuta el Burton feroz. Uno que, como hace con los niños su alter ego Willy Wonka, invita al mundo contemporáneo a ingresar a su planeta psico-pop, aparentemente inofensivo y naïf, con la intención de hacer tronar el escarmiento sobre él, en medio de gestos y poses de la más extravagante afectación.
8-CHARLIE Y LA FABRICA
DE CHOCOLATE
Charlie and the Chocolate
Factory EE.UU., 2005.
Dirección: Tim Burton.
Guión: John August, sobre la novela de Roald Dahl.
Fotografía: Philippe Rousselot.
Música: Danny Elfman.
Intérpretes: Johnny Depp, Freddie Highmore, David Kelly, Helena Bonham Carter, Noah Taylor, Missi Pyle, James Fox, Deep Roy y Christopher Lee.
Nota madre
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