TEATRO › OPINIóN
› Por Jorge Dubatti *
Cuando muere un gran actor, nace su mito. Nace el mito Pavlovsky. Quienes lo vimos actuar empezamos a contarles a quienes ya no lo verán en escena lo maravillosa que era aquella experiencia convivial. Recuerdo la primera vez que lo vi actuar, en Potestad, y me transformé en su seguidor, en su perseguidor, en su fanático incondicional. Fue maravilloso ir descubriendo y comprendiendo su devenir. Su “estética de la multiplicidad” en Potestad y Paso de dos. Su “micropolítica de la resistencia “en Rojos globos rojos y Poroto. Su “teatro del borrador” en Variaciones Meyerhold y Asuntos pendientes. Su “teatro de estados”, su “teatro del acontecimiento”. Su “dramaturgia del actor”, diferente cada noche. Un antes y un después en la memoria de los espectadores, un antes y un después en la historia del teatro latinoamericano. Cuesta creer que ya no lo veré entrar por la puerta del Centro Cultural de la Cooperación para hacer sus funciones. Allí Tato trabajó ininterrumpidamente desde 2003 hasta hace unas pocas semanas. Por suerte nos quedan sus obras, que especialmente los jóvenes leen y representan con tanto fervor. Por suerte nos quedan sus textos teóricos y periodísticos, cuya lectura nos cambió la vida. Por suerte nos queda la memoria de su ética y de su coherencia política. Como él decía: una “ética del cuerpo”, una coherencia que sostiene con el cuerpo lo que afirma la palabra, palabra que es “la voz del cuerpo”.
Tantos recuerdos. Las largas horas de entrevista que tan generosamente me concedió para hacer mi doctorado sobre su teatro, en su casa de la calle Sucre. El trabajo juntos para editar casi veinte libros. La filmación de sus obras tiempo después del estreno, la desgrabación de los nuevos textos, el trabajo de las correcciones de Rojos globos rojos, La muerte de Marguerite Duras, Variaciones Meyerhold y Asuntos pendientes. La creación del Centro de Documentación Teatral “Eduardo Pavlovsky” que llevamos adelante con un grupo de jóvenes y donde conservamos con devoción muchos de sus manuscritos. Los viajes, el almuerzo en Bayona. Las presentaciones. El fútbol.
Con Pavlovsky aprendí una forma de relacionarse con el teatro, una forma de intensidad existencial que implicaba todos los aspectos vitales: la política, la estética, la filosofía, la comprensión de cada uno de los matices de la vida cotidiana. El teatro como una biopolítica. Sobre todo la necesidad de renovarse permanentemente. Como él lo hizo con su teatro, de la experimentación vanguardista en los años sesenta, pasando por su teatro político de choque en los setenta, su resistencia micropolítica en los noventa y su sueño de un nuevo socialismo en los últimos años. Siempre en grupo.
“Para mí el teatro es la vida”, me dijo feliz antes del estreno de Asuntos pendientes, todavía convaleciente de una dura operación. Eso aprendí de él: la intensa pasión que encarnaba en cada actuación. La llevamos en el corazón. El mito Pavlovsky con toda su fuerza.
* Doctor en Historia y Teoría de las Artes. Investigador, crítico y docente.
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