TELEVISION
OPINION
› Por Eduardo Fabregat
Los fans de la vieja guardia lo deben haber reconocido de inmediato, apenas el personaje del profesor abrió el primer episodio de Hermanos y detectives preparando su crimen: sobre la nueva serie de Szifrón planea la imagen del más entrañable policía de la ficción televisiva, el teniente Columbo. Esto no debe interpretarse como una acusación de plagio, sino como un apunte sobre una decisión del director en cuanto a la estructura narrativa. Aquellos que siguieron con fruición al irrepetible personaje de Peter Falk saben que la serie abjuraba del clásico Quién lo hizo: los primeros cinco minutos mostraban al criminal preparando y ejecutando su obra, borrando concienzudamente sus rastros. Y así, el resto del episodio era un festival de columbitis, con el destartalado detective arrinconando cada vez más al asesino con preguntas aparentemente torpes, deshaciendo el crimen perfecto entre frases en apariencia dubitativas y elípticas referencias a su esposa, hasta que el culpable se encontraba en una situación en la que, dijera lo que dijera, quedaba en evidencia.
Ese es el dispositivo que eligió Szifrón, que a su ya conocida y confiable muñeca para dirigir y filmar le agrega el hallazgo del Lorenzo de Rodrigo Noya, su pequeño Columbo, que en vez de darse media vuelta antes de irse con el insidioso “Sólo una cosita más, algo que no termino de entender...” (la muletilla de Falk) le pone todo el ángel posible a la pregunta “¿No es sospechoso?”. Columbo sacaba el máximo partido de la subestimación de su rival, que no se sentía amenazado hasta que las cosas habían ido demasiado lejos, hasta darse cuenta de que su confianza en la torpeza del detective lo había hecho hablar de más y enredar su propio plan. A los ojos del profesor Fontán, Lorenzo es sólo un niño (un niño bizco, acompañado por un policía abrumado por la rutina), que juega con una lupa casi tan gruesa como sus anteojos. Un rival inofensivo, que terminará convirtiéndose en el artífice de su perdición.
Quizás el primer episodio de Hermanos y detectives sufrió la necesidad de contar dos cosas importantes al mismo tiempo –el encuentro de los Rodrigos y un caso policial–, y eso le quitó posibilidades de trabajar más refinadamente en el juego del gato y el ratón entre el asesino y el pequeño investigador. Pero eso, más que hablar mal del debut, abre todo un campo a futuro, cuando las convenciones iniciales estén cumplidas y cada episodio se concentre en el caso. Mientras tanto, aquellos que gozaban el lento trabajo de zapa del teniente de impermeable arrugado y el ojo de vidrio no podrán menos que ensayar una sonrisa ante Lorenzo, un heredero del sur en envase tan pequeño como rendidor.
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