Domingo, 22 de noviembre de 2015 | Hoy
CINE › GASTON UGARTE, DEL AREA DE MODELAJE DE PIXAR
Por Ezequiel Boetti
Los números oficiales aseguran que hay alrededor de un millón de argentinos residiendo en el exterior. Es un dato incomprobable, pero difícilmente la vida de alguno de ellos pueda resumirse con un concepto tan inverosímil como la de Gastón Ugarte: “Adolescente de Tucumán escribe carta a Disney, recibe respuesta y, hoy, casi veinte años después, es uno de los capos del área de modelaje de Pixar”. Sí, es verdad. Va de nuevo: uno de los departamentos del estudio de animación más importante del mundo tiene entre sus cabecillas a un artista nacido hace 37 años en la provincia de los ingenios y la Casita de la Independencia. Parte del staff de Ratatouille, WallE, Up, una aventura de altura y Valiente, el tucumano volvió a la Argentina junto al director Peter Sohn para acompañar la presentación de Un gran dinosaurio en el Festival de Mar del Plata, donde habló con Página/12 acerca de su trayectoria y cómo es el día a día en la factoría del velador.
“Siempre supe que quería hacer algo relacionado con la animación. Cuando terminé el secundario hice una pequeña investigación y vi que en Buenos Aires había algunos cursos, pero nada importante. Entonces junté algunos de mis dibujos y mandé una carta a Disney diciendo que me llamaba Gastón, que vivía en la Argentina, que quería ser animador y que me encantaría que me guiaran para saber cómo podía perfeccionarme. Arranqué estudiando Arquitectura y un día, como seis meses después, volví a casa y mi mamá me dijo: ‘Te llegó una carta de Disney’. No lo podía creer”, cuenta Ugarte. Más increíble aún fue el contenido: le agradecían por haberse contactado y le enumeraron una serie de universidades en los Estados Unidos a las que les prestaban particular atención a la hora de reclutar nuevos talentos. “Empecé a mandar cartas y faxes, y la universidad más dispuesta a ayudarme económicamente fue una de Florida que se llama Ringling College of Art & Design. Llegamos a un acuerdo y, con el apoyo de mis viejos, tomé la decisión de irme”, continúa.
–¿Siempre pensó en dedicarse a la animación digital?
–No, para nada. Empecé dibujando desde muy chiquito y siempre había querido incursionar en la animación tradicional. Además, a la hora de irme para Estados Unidos no sabía absolutamente nada de informática. Llegué decidido a estudiar animación tradicional, que es dibujo a mano alzada, justo cuando estaban abriendo un programa de animación computarizada. Estuve dos años resistiéndome a eso, pero muchos amigos de la otra carrera empezaron a decirme que no era como yo pensaba, que no había que conocer mucho sobre computadoras porque te enseñaban todo. Después se estrenó Toy Story y ahí me dije: “Ya está, éste es el futuro”. Me cambié de área y le di para adelante.
–La Argentina tiene una variedad geográfica muy grande. ¿Eso de alguna forma condiciona su trabajo como supervisor del área de modelaje de los mundos?
–Puede ser, pero creo que terminé en sets porque siempre me gustó hacer cosas bien grandes. Antes de trabajar en Pixar estuve en Sony, donde hice Los reyes de las olas, y ahí me di cuenta de que los personajes son proyectos muy largos; hay mucha meticulosidad y menos libertad porque el artista dibuja a la perfección todos los rasgos y prácticamente tenés que calcarlo. En los sets, en cambio, hay más contribución individual. Lo que sí hay son muchas referencias. En Valiente, por ejemplo, eran los bosques de Escocia y para Un gran dinosaurio fue toda la zona de Wyoming y Montana.
–¿Cómo es el proceso para elegir esas referencias?
–Hay toda una investigación preliminar. Una vez que establecemos dónde se sitúa, vamos todos. Para Ratatouille, por ejemplo, fuimos a París, sacamos miles de fotos, vimos cómo se vivía ahí y recorrimos los canales para ver dónde estarían las ratas. Para Valiente hicimos algo parecido en Escocia, y en este caso, en Montana. Generalmente esos viajes se hacen muy temprano, antes de que el equipo de producción empiece con la película.
–¿Y si se trata de mundos no reales, como por ejemplo el de Intensa-mente?
–Ahí es cuando entran la fantasía y la originalidad de nuestros artistas para empezar a explorar. Y también de la gente del equipo de historia, que diría que son los responsables principales de las ideas. Nosotros somos los encargados de ver cómo plasmarlas visualmente.
–Llama la atención que hable de artistas y no de “dibujantes” o “técnicos”...
–Es que incluso los programadores son artistas. Todos los que trabajan en Pixar tienen una estética visual increíble, una sensibilidad artística muy grande. Por ejemplo, en el caso de Un gran dinosaurio, tenemos pinceles con los que podemos “pintar” en la computadora y que después los set dressers monten todo ese mundo que nosotros construimos. Y para hacer eso hay que tener una sensibilidad muy especial.
–Muchos directores de Pixar hablan de una “comunidad”. ¿Cómo lo ve usted, habiendo llegado desde afuera?
–Comparto totalmente. Cuando llegué a Pixar fue un shock ver la interacción entre los departamentos. Antes había estado en lugares más estructurados y la diferencia es que los capos de Pixar, los que toman las decisiones grosas, son artistas: Brad Bird, John Lasseter o Andrew Stanton. En Sony, en cambio, eran más ejecutivos y lo veían más desde un lado del negocio, del qué puede vender y qué no. También me llamó la atención que en Pixar todo el mundo se ayuda. Por ejemplo, cada tres meses nos reúnen en los cines, nos muestran cómo avanza la película y todos podemos mandarle notas al director diciéndole qué cosas creemos que funcionan y cuáles no. Eso, además de ser muy democrático, te hace sentir especial como artista individual y ayuda al producto final.
–Es prácticamente imposible que una productora nacional tenga los recursos técnicos de Pixar. Ante ese escenario, ¿por dónde debería desarrollarse la animación argentina?
–Siempre me remonto a la picardía argentina. Soy fiel creyente de que acá hay un talento increíble no sólo a nivel artístico, sino también en lo que se refiere a escritura de guiones. Por eso los comerciales son geniales y reconocidos en todo el mundo. En eso la Argentina puede destacarse, así como Pixar lo hace con ideas frescas o que no se han visto. Más allá de la cuestión económica, lo importante es que la historia sea fuerte, emotiva, divertida, con matices. Con eso podés hacer una buena película.
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