Jueves, 4 de febrero de 2016 | Hoy
LITERATURA › OPINIóN
Por Luis Chitarroni *
Acaso no lleguemos a mentir, escribió José Bianco. Con ese pretexto o escrúpulo inicial, Ricardo Piglia escribe una “ficción suprema” (para decirlo en términos de Wallace Stevens) que, indivisa y estilísticamente, se anima a trazar y tratar el continuo inherente a cualquier presunción de realidad. Ejercicio de desvío de la crítica, hipérbole de una práctica que aprendió a defender y a atacar, ahogada por la lectura (fruición ajena a sus desmanes y ademanes), pero jamás a definir; una crítica ahogada por su propio desaliento y desazón, a la que nunca le gustó, con o sin cociente connotativo, describir. Los diarios de Emilio Renzi –lo contrario de un complemento, lo contrario de una obligación– alcanza una plenitud de escritura que ilumina la obra de ficción, la otra –La ciudad ausente, digamos, o Respiración artificial– de manera distintiva, a la sombra de –¿Prisión perpetua?– una realidad que conspira a sus anchas en el laberinto indicial (“la prolijidad de lo real”, a su vez, el secreteo de “la noche que en el Sur lo velaron”). Todo lo que Piglia escribe, ejecuta un conflicto decisivo ante nuestros ojos, que han dejado de ser los de un personaje a tientas –casual, lego o especialista– para convertirse en órganos (y rasgos estilísticos, circunstanciales también) de la fisonomía –fatal, extrema, fehaciente– del lector. ¿El último?
* Escritor, crítico y editor.
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