Miércoles, 24 de febrero de 2016 | Hoy
LITERATURA
Lo de mamá es otra cosa. Decidió, por consejo de tía Lu, ir a “terapia”, pese a que Padre sentenció que no vería un solo peso para cubrir “ese tipo de lujos pequeñoburgueses”. Pero la famosa terapia sólo sirvió para que Madre durmiera más de la cuenta por las mañanas y llorara mucho por las noches. Inés ya me lo había advertido: “las terapias esas donde vas y hablás con un tipo con cara de LSD sirven para un culo. Lo único bueno son las pepas”. Inés asistió un tiempo a unas sesiones con el psicólogo escolar porque, según le dijo sor Evangelina a sus padres, ella era una completa “disfuncional”, una especie de víctima de la imaginación, una versión pueblerina de Juana La Loca o de Laurita Vicuña en trance. Nosotras, claro, ya habíamos escuchado esa palabra en una entrevista a “Los sobrevivientes del Ian Curtis Trip”, un grupo horroroso peruano, que decía tener contacto espiritual con Ian Curtis. “Somos disfuncionales y qué, el lío es el sistema”, desafiaba a la cámara el jefe de la banda; su aliento empañaba el lente. Llevaba una polera que decía “Manchester”, pero los ojos estaban vacíos. O peor, eran ojos contentos y fáciles. Inés es capísima para detectar eso, la autenticidad del dolor.
* Fragmento de 98 segundos sin sombra, páginas 51 y 52.
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