LITERATURA
Que te des vuelta, Juana. Los dedos en la boca. Algo más arriba, hacia atrás. Es posible. Dejo los cuchillos con el filo de la hoja hacia abajo. Los ángeles podrían herirse. Es posible. Una irradiación, los dedos y escucho el romper de las olas. Estoy lejos de la costa pero el acantilado se acerca y las olas, irascibles, aumentan de presión, suben, se abandonas, se ofrecen. Algo del acantilado se va saciando. Guardo las navajas de afeitar porque la barba, el labio superior y los dedos en la boca. Escucho una serpiente de innumerables anillos que llega con la ola. Escribo encima con tinta verde: Felipe, Felipe. La envuelvo en cabellos negros, la arrojo al suelo y la piso con el pie izquierdo. Rogar. Todo está dado por adelantado. Lo que tiene que ser ya ha sido. Y no era Asia, no llegaban a Oriente. Las olas los acantilados y nuestros marinos que creían en dar vueltas. No era Asia la densa columna de humo. Ni la nube negra que ascendía al cielo mientras un fraile esparcía combustible. Ni el alzar el cuerpo a una distancia, estirar los tendones sin romperlos, moliendo huesos.
Viéndola ayunar y no comer carne, que el dicho ayuno deber de ser judía, sin duda está fuera del juicio que Dios le ha dado. Si ocurre que la Reyna no está guiada por la razón, estamos obligados a traerla de regreso a la razón y reconstruir el estado de la Corona.
* Fragmento de Juana I (página 66).
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