Lisandro Aristimuño conoció la obra de Zitarrosa cuando era chico por medio de su padre, quien en su casa de Viedma ponía cassettes del uruguayo. “A mis 37 años, me reencontré con su obra. Creo que es un pájaro único. ¿Viste que cada pájaro tiene un canto especial? Zitarrosa es un pájaro que nació en Latinoamérica, en Uruguay, y nos hizo cambiar. Por lo menos a mí, me devolvió a mi infancia y me hizo más fuerte. Son músicos únicos, como Luis Alberto Spinetta”, considera Aristimuño y se siente “orgulloso” de que lo hayan invitado a participar.

Otra de su generación, pero uruguaya, es Malena Muyala, quien fue una de las cantoras que sobresalió en el homenaje. “Zitarrosa fue un artista que no sólo atravesó –de su generación para abajo– a todos los artistas del Uruguay, sino también fuera de fronteras. En la Argentina se dimensiona casi de la misma manera que aquí”, entiende Muyala. “Alfredo capta el sentir nacional, una idiosincrasia y lo expresa a través de su sobriedad, su mensaje profundo, a través de la rítmica de milonga y las melodías lentas. Entonces, es representativo del ser uruguayo y de una época. En mi casa se escuchaba bajito a Alfredo, a la Negra Sosa, a Los Olimareños y al Sabalero por el contexto político que se vivía.”

Si bien la canción de Zitarrosa está muy emparentada con la masculinidad –sobre todo por su modo de cantar, su registro grave–, Muyala considera que su obra excede ese rasgo. “Tenía la masculinidad bien marcada en él, en su impronta, su presencia, su austeridad, pero su mensaje es de una delicadeza, de una ternura tal que es muy fácil atravesar en uno las canciones de Alfredo. Creo que ésa es una de las magias que tiene: supo pasar mucho más allá del tema de género y dar un mensaje que tiene que ver con la espiritualidad y la esencia del ser humano”, reflexiona la cantora, quien le tocó participar en dos canciones y recitar junto a otros artistas la pieza “Guitarra Negra”. “De él aprendí el peso de la palabra al decir, el no hacer nada de más ni de menos, sino en su justa medida; la sobriedad y la parte rítmica”, resalta.

Juan Campodónico cuenta que tiene una afinidad especial con la obra de Zitarrosa porque la escuchaba con sus padres, cuando estaban exiliados en México durante la dictadura uruguaya. “Su música era omnipresente en todo evento que se armaba con uruguayos”, dice Campodónico, y recuerda que lo vio tocar allá y jugar al truco con otros exiliados. “Cuando ensayé la vidalita ‘A José Artigas’, descubrí lo complejo del su fraseo, que es muy gardeliano. Escribió canciones muy trascendentes y universales”, sostiene el integrante de Bajo Fondo y Campo. “Está bueno reencontrarte con cosas esenciales, volver a la raíz, porque eso te da sentido como persona y te proyecta. No tenés que estar todo el día cantando canciones del año ‘20, pero tiene que haber un lugar para conectarte con eso”, entiende Campodónico, un músico que indagó el tango desde un enfoque contemporáneo.

Para Eduardo “Pitufo” Lombardo, la obra de Zitarrosa no sólo es “interesante musicalmente, sino que también lo es en su contenido y más en estos momentos en que la palabra está tan devaluada”. Lombardo, quien se ocupó de la percusión y los coros en varios de los temas, recuerda que comió un asado en la casa de Zitarrosa. “Su presencia era muy imponente”, dice. “Le tengo mucho respeto porque siempre tuvo una coherencia tanto arriba como abajo del escenario”, cierra el Pitufo. Otro músico que lo conoció en persona fue Pepe Guerra, un compañero de generación. “Es emocionante brindarle este homenaje a un amigo de tantos años”, enfatiza Guerra. “Era un tipo sensacional y solidario con los de abajo. Lo recuerdo como una persona de una ternura increíble y sensible tanto ante una huelga obrera como un pájaro que se muere. También tenía su carácter. Compartimos el exilio, que no sólo es triste, sino que también te enseña a convivir entre hermanos.”