En varios de los Escritos de Mauricio Kartun aparece su pasión por “juntar porquerías viejas”, una pasión que ha transformado el living de su departamento en Villa Crespo, donde se acomodan muñecos, carteles, fotografías y muchos otros objetos que tienen la condición de antiguos, y que hasta lo llevó a organizar una muestra de viejas fotos de disfraces de carnaval, alguna vez, en la Fotogalería del Teatro San Martín (en el libro aparece recopilado el texto para el catálogo de aquella muestra, ¡Mascarita...!). El ejercicio de esa pasión hace que Kartun se presente como “archivista” antes que coleccionista –“mi archivo está siempre abierto, el que quiere viene a buscar cosas. El concepto de colección tiene algo de amarrete, de acaparamiento y competencia”, ha explicado–. Son varias las anécdotas de alumnos suyos sobre el modo en que usa “lo viejo” en las clases, y en el libro se reproduce un discurso que dio a los egresados de la escuela de Titiriteros del San Martín, regalándoles a cada uno una llave vieja.

“Es una patología –corrige él esta idea de “pasión”–. Pero como a casi todo en la vida uno primero lo naturaliza y después le encuentra sentido. Un acto resignado, en vez de gastar en terapia lo tematizás primero y después lo alimentás sin culpa. Soy archivista fotográfico. Tengo un acopio de muchos miles de fotos de temas que me interesan, el Carnaval especialmente, pero también el circo, el varieté y el teatro, claro. Pero fuera de esta zona más civilizada, digamos, soy juntador compulsivo de cosas viejas”, cuenta.

El paso siguiente de esta “compulsión”, cuenta también, es la creación –“por épocas”– de esculturas con maderas recuperadas del río y otras con latones oxidados. “Creo mucho en el valor de la pátina como discurso que el tiempo y el desgaste imprime sobre los objetos”, define. “Los juntadores de estas cosas somos lectores especializados de ese discurso. Encontramos en él significados que otros no. La gran mayoría de la utilería de mis puestas está conformada por objetos así. Pero más allá incluso, creo que mi debilidad por los lenguajes anacrónicos que uso en mis textos tiene el mismo inconfundible colorido maníaco.”