Cofundador de Pequeño Editor, el sello infantil responsable de varios de los más bellos libros ilustrados publicados en el país, último candidato argentino al prestigioso premio Hans Christian Andersen en el rubro ilustración, autor e ilustrador de libros premiados internacionalmente –Rompecabezas, Abecedario y Con la cabeza en las nubes, entre otros–, Bianki es una referencia en el mundo de la ilustración. Es desde esta pasión por la imagen y la gráfica que nació, cuenta, cierto impulso de coleccionista por juntar y luego clasificar cuanto icono encontrase tirado por ahí. Esos tesoros naturalizados por el paso de lo cotidiano, destinados a ser basura, fueron rescatados por Bianki y se transformaron primero en una serie de libretitas o cuadernos de bitácora, que ya son más de veinte, en las que va haciendo registros muy personales resignificando todo este material.

Vicente Ferrer, editor de Media Vaca, fue el que primero imaginó que este impulso juntador podía dar fruto fértil en un trabajo como el de Buenos Aires. Entre las joyas gráficas que despliega el libro está la vaca con los cortes por barrios, que Bianki imaginó tras ver este tipo de mapas para turistas por la calle Florida. O el homenaje a Benito Quinquela Martín, en la Q de Quinquela, donde el ilustrador jugó con cajitas de envases como ya había jugado en Rompecabezas, con un puente de la Boca en el que, acercando el ojo, aparecen saquitos de té, Fragatas de los fósforos, o el papel metalizado que cubre los corchos en los vinos. O el barco atrapado en una botella que corresponde a la S de Sur, que recorta iconos de antiguas marcas, y que cita la precisa, preciosa definición de Raúl Scalabrini Ortiz: “El porteño es un marino. Buenos Aires es un enorme barco inmóvil que está varado en la vida”.

Junto a Scalabrini Ortiz, van tejiendo esta guía de Buenos Aires –que además de estar concebida alfabéticamente a partir de temas disparadores como Abasto, Barrios, Cuadrícula, Delivery o Estatuas, tiene un formato que remite a las guías de viaje– autores como Baldomero y César Fernández Moreno, Raúl González Tuñón, Ezequiel Martínez Estrada, Macedonio Fernández, Oliverio Girondo y Enrique Santos Discépolo, y otros como Luca Prodan, Laura Yasan, Washington Cucurto y Juan José Saer. Y, en la Z de Zorzal, las dos versiones del mito defendidas con igual pasión: la del Gardel francés y la del Gardel uruguayo. El mosaico gráfico y textual redondea una Buenos Aires que es, justamente, un mosaico marcado por la diversidad.

Entre las juntas de ese mosaico sobresalen perlas como la del Diario de Viaje que Charles Darwin anotó en 1833 tras su paso por Buenos Aires, aquí anotada en la H de Honestidad: “(...) En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio. Conozco un hombre (tenía buenas razones para hacerlo) que se presentó al juez y dijo: ‘Le doy doscientos pesos si arresta a tal persona ilegalmente; mi abogado me aconsejó dar este paso’. El juez sonrió en asentimiento y agradeció; antes de la noche, el hombre estaba preso. Con esta extrema carencia de principios entre los dirigentes, y con el país plagado de funcionarios violentos y mal pagos, tienen, sin embargo, la esperanza de que el gobierno democrático perdure. En mi opinión, antes de muchos años temblarán bajo la mano férrea de algún dictador. Como deseo el bien del país, espero que ese período no tarde en llegar”.