–¿Cómo empezó todo?
–Bonjour (la historieta que publicó Página/12 entre 1999 y 2002) fue el origen de todo; ahí abrieron la canilla. La primera historieta fue El señor que traducía los nombres de las películas. A partir de ahí, en cada número tenía que ser diferente. Aparecieron los pingüinos, y el personaje eran todos los pingüinos.
–¿Cómo decidió que no hubiera narración lineal?
–Ni siquiera creo que fuera muy original. Rep laburó siempre así. Me gustaba el formato de Cha cha cha, con personajes recurrentes. Cuando aparecía el gordo Casero vestido de Batman, decías “qué bueno”. Depende de quién se trate, cada lector se engancha con el que le gusta.
–¿Qué extraña de trabajar en esa tira?
–Cada tanto puteaba en contexto de ternura. Odio la mala palabra como chiste final, eso es pésimo: es pensar que la mala palabra es graciosa sola... Pero en Bonjour había unos “pelotuditos” que me daban ternura. Igualmente tampoco he tenido tantos chistes con “pelotudo”.
–¿Otros temas que estén despuntando?
–Ahora estoy haciendo uno sobre la publicidad: un personajito rodeado de chicas con el pelo sedoso, en un universo paralelo en el que las publicidades dicen la verdad. Con la publicidad me meto porque es el único sistema de comunicación al que nadie le exige verdad. La literatura te miente para decirte una verdad. Pero la publicidad te está vendiendo un producto. A la política se le exige verdad. A la publicidad no se le reclama, te mienten sin problema. Hay como una confabulación en la que la gente sabe que le están mintiendo.
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