LITERATURA › OPINION
› Por Alan Pauls *
Robert Walser tiene 26 años cuando escribe Las composiciones de Fritz Kocher (1904). Esa antología de balbuceantes redacciones escolares (“El hombre”, “El otoño”, “Tema libre”, “La patria”, etc.) le alcanza para inventar el primer héroe de un gran linaje de anémicos –el estudiante Kocher, muerto en plena juventud– y sentar las bases de una poética menor, monocromática, a la vez frágil e irreductible, cuyas frases se despliegan –es Benjamin el que habla– con la gracia pobre y soberana de una guirnalda. “Nada es más seco que la sequedad, y para mí nada vale más que la sequedad, la insensibilidad”, escribe Kocher. La frase suena como el lema precoz de esa táctica del renunciamiento con la que Walser deshidratará toda imaginación y todo estilo literario. Poco después, en Berlín, entre 1907 y 1909, Walser redacta las tres ficciones que sostienen su gloria de artista imperceptible: Los hermanos Tanner, El dependiente y Jakob von Gunten, también conocida como El Instituto Benjamenta. Llamarlas novelas es más necio que apresurado; son libros sin corregir, inconclusos, que nada añoran menos, sin embargo, que esos orillados del oficio narrativo. Son documentos íntimos, pantallazos de una autobiografía apenas disimulada, pero lo que importa en ellos no es tanto la verdad que encierran como el tono raído que la distancia y la vuelve impersonal. Lisa, la hermana que Walser idolatró, es sin duda el original de Hedwig, la institutriz abnegada de Los hermanos Tanner. Es fácil reconocer en El dependiente los rastros de la temporada que Walser pasó como empleado contable en Wädenswil. El instituto que regentea el señor Benjamenta, dedicado a formar “ceros a la izquierda magníficos, redondos como una pelota”, es el calco de la academia berlinesa donde el mismo Walser aprendió de joven a servir. Pero ¿qué valor pueden tener esas referencias, ancladas todas en una vida preexistente, comparadas con la extraña forma de vida que esas páginas hacen existir? Como Kafka, que le debió todo, Walser habló y escribió mucho sobre sí mismo, aunque lo que anima su verborragia es una voluntad encarnizada de extinción, el sueño paradójico, tal vez imposible, de no ser nadie, de ser menos que nadie, de ser cero.
* Escritor.
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