TELEVISION › OPINION
› Por Hugo Di Guglielmo *
Los éxitos del año fueron Montecristo, una novela de estupendo libro y factura; Sos mi vida, una comedia diaria que estableció definitivamente al grotesco como género y un gran show televisivo producto de la viveza y agilidad de maniobra de Marcelo Tinelli: Bailando y Cantando por un sueño.
Pero además, en este mundo conviven la sensatez y talento de Damián Szifrón con Hermanos y detectives, el riesgo creativo de Cuatro Cabezas en Algo habrán hecho, la irreverencia de Pettinato, la capacidad de remar a fuerza de simpatía en RSM, el talento desbordante de Mañanas informales, la justiciera locura de TVR, la calidad bordeando el efectismo en Mujeres asesinas, la producción a nivel internacional de Amas de casa desesperadas (aunque los personajes sean poco reconocibles en Argentina), más buenos y variados programas de todo tipo, desde El tiempo no para a Cuestión de peso. En suma, una industria televisiva crecida, variada e interesante.
Pero además, mal educada en el trato con el televidente. La guerra de los horarios, despiadada y de espaldas a la gente, rompió los más elementales códigos de convivencia. Hirió al televidente, pero también a productores que nunca sabían cuándo ni cómo salían al aire y a anunciantes que no saben cuándo se emitirá su publicidad. El público y algunos periodistas se quejaron y mucho. A Telefé y Canal 13 no les importó, a los anunciantes tampoco, la actitud del Comfer fue vergonzosa y la gente –indefensa y cautiva– siguió viendo y los ratings no bajaron.
Para bien y para mal, tenemos la televisión que nos merecemos: adulta, creativa y mal educada.
* Consultor internacional de medios y ex gerente de programación de Canal 13.
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