OPINION
› Por Roberto Fontanarrosa *
Puedo hablar de Olmedo como espectador, porque no lo conocí personalmente. Alguna vez en Buenos Aires, en el restaurante Edelweiss, estuve tentado de levantarme a saludarlo, pero me dio no sé qué, no quise molestarlo. Le hubiera querido decir: “Mirá, quería saludarte, yo también soy rosarino y de Central, yo también laburo en humor”. Esos eran nuestros tres puntos de contacto. Nunca me animé a hablarle, pensaba que vendría cansado de laburar, con ganas de estar con sus amigos, qué sé yo. Para mí era un monstruo, por su carisma, su intuición, porque no se le podía sacar los ojos de encima. Me hacía reír sin esfuerzo. Eso es lo que pretendo con el humor. Yo quiero hacer reír a la gente, no sé si lo consigo, pero todo lo demás me parece verso. No me gusta esa idea de “hacer pensar a los demás”. Es muy pedante creer que la gente no piensa, que uno la va a hacer pensar. Quisiera ver a un tipo que lea un chiste mío y se cague de risa, ésa es la función natural del humorista. Y Olmedo era eso. Además era capaz de hacer reír con temas dramáticos, como el sketch de Yéneral González. Hay una espacie de admiración generalizada por él en los artistas, que va a ir aumentando con el tiempo.
Cuando acá nos ponemos a enumerar los orgullos de Rosario, obviamente primero aparece Olmedo. Después, por supuesto que vienen Fito Páez, Juan Carlos Baglietto, Adrián Abonizio, Quique Llopis, que además son todos hinchas de Rosario Central, aunque Olmedo alguna vez aclaró muy honestamente que no iba a la cancha. No sé si hay un concepto entrañable de propiedad con él, porque era rosarino pero hizo su carrera en Buenos Aires. Hay un gran cariño, pero es un sentimiento parecido al que puede haber con algún artista porteño. En realidad, Rosario es muy similar a Buenos Aires, es un Buenos Aires en chiquito. Son dos ciudades portuarias, de inmigrantes, donde funciona mucho más el tango que el folklore. Rosario es una ciudad tipo club, uno va a un bar y sabe que ahí se va a encontrar siempre con gente. Olmedo manejaba ese código de los amigos, del café, de la barra. A mí me quedó ese “puta, tendría que haber charlado con él...”.
* Extraído de la muestra itinerante Olmedo, 50 años en escena.
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