Jueves, 8 de febrero de 2007 | Hoy
LITERATURA › OPINION
Por Luisa Valenzuela
Volver a Cuba significa volver a casa: Casa de las Américas, punto neurálgico en el mapa cultural del continente. Y a sus dos factotums entrañables, Roberto Fernández Retamar y Marcia Leiseca. El camino de afecto y admiración resulta de ida y vuelta: Fervor de la Argentina es uno de los grandes libros del poeta. Primer viaje, 1962, tiempos entremezclados: los 500 años, Cuba, un lugar clave al que acudían cantidad de intelectuales en señal de solidaridad, y “período especial”. Fui como jurado del premio Casa; la forma como nos agasajaron marcó el valor que la cultura tiene para Cuba. Estuvimos concentrados en “Las yagrumas”. Hoy, gracias a la estupenda novela de Laidi Fernández Retamar, Nadie es profeta, sé que la hoja seca de la yagruma es usada por los santeros para purificación y protección. Conocí entonces a jóvenes escritores que alzarían vuelo: Abilio Estévez, luego autor de la memorable novela Tuyo es el reino. Y Zoé Valdés y Angel Santiesteban, despuntando. Ya eran tiempos de Senel Paz y su Fresa y chocolate y la heladería Copelia era el único lugar donde se podía conseguir algo. Fue Luis Felipe Bernaza quien me llevó por los derroteros de miseria que después pintaría Pedro Juan Gutiérrez. Algún día contaré el baile en la cervecera y su contracara, los talleres donde Eduardo Heras León sigue formando escritores de talla. Y contaré los otros retornos a la isla, signados por los cambios que se fueron produciendo, la lenta restauración de la ciudad que supo ser la más bella de América. La redescubriremos cuando la sabia Luisa Campuzano nos vuelva a llevar de paseo por La Habana colonial de Carpentier y la neoclásica de Lezama Lima. Esas indelebles marcas.
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