Miércoles, 16 de mayo de 2007 | Hoy
CINE › A LO LARGO DE LA HISTORIA, UN CUADRO DE HONOR IMPACTANTE
Por Luciano Monteagudo
Cuenta la leyenda que allá por 1946, cuando un olvidado ministro de Francia subió al escenario del flamante Festival Internacional de Cine de Cannes para dejar inaugurada la primera muestra oficial, su lapsus linguae se transformó en el mejor de los augurios: “Declaro abierto –proclamó con pompa y circunstancia, delante de una gran pantalla blanca– el Salón de Agricultura”.
En los sesenta años que siguieron a aquella burocrática confusión, la cosecha no pudo haber sido mejor. Cannes –así, a secas– se convirtió no sólo en el festival más importante del mundo, plagado de estrellas, de films y de periodistas de los rincones más apartados del mundo, sino también en el principal trampolín para el mejor cine posible, en la última trinchera capaz de seguir luchando por un cine concebido como medio de expresión artística. La frivolidad de las soirées de gala y de las starlets, la gigantesca cobertura mediática (más de 4500 periodistas desembarcan año a año) y el frenesí comercial del mercado del film, donde se juegan millones de dólares cada noche, como en cualquier otro casino de la Costa Azul, también contribuyeron a la leyenda del festival. Pero, tal como afirmó en 1997 la dama de ceremonias, la eterna Jeanne Moreau, “Cannes es el último reducto de defensa del cine”.
Los detractores de Cannes siempre recuerdan algunos papelones históricos del festival, como cuando en 1986 La misión, aquella inverosímil saga hollywoodense sobre un episodio de la conquista de América le arrebató la Palma a El sacrificio, de Andrei Tarkovski, consagrado luego como uno de los grandes films de las últimas décadas. Pero más allá de injusticias y omisiones, de crímenes y pecados, Cannes supo honrar con su Gran Premio a realizadores de la talla de Orson Welles (Otelo), Federico Fellini (La dolce vita), Luis Buñuel (Viridiana), Luchino Visconti (El gatopardo), Michelangelo Antonioni (Blow Up), Lindsay Anderson (If...), Robert Altman (M.A.S.H.), Joseph Losey (El mensajero del amor), Francis Ford Coppola (La conversación, Apocalypse Now!), Martin Scorsese (Taxi Driver), los hermanos Taviani (Padre padrone), Ermanno Olmi (El árbol de los zuecos), Wim Wenders (Paris, Texas), Emir Kusturica (Papá salió en viaje de negocios, Underground), David Lynch (Corazón salvaje), los hermanos Coen (Barton Fink), Jane Campion (La lección de piano), Chen Kaige (Adiós mi concubina) Quentin Tarantino (Tiempos violentos), Mike Leigh (Secretos y mentiras), Shoei Imamura (La balada de Narayama y La anguila), Abbas Kiarostami (El sabor de la cereza), los hermanos Dardenne (Rosetta y El niño) y Ken Loach (El viento que acaricia el prado).
La lista es ciertamente impresionante y ofrece un corte transversal sobre el desarrollo del cine en el último medio siglo, hasta convertirse en aquella utopía que reclamaba el poeta Jean Cocteau para Cannes: “El festival es una tierra de nadie, apolítica, un microcosmos representativo de lo que el mundo llegaría a ser si los hombres pudieran iniciar contactos directos y hablar la misma lengua”.
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