Dom 07.08.2005
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LITERATURA

Historia de una pasión

Antes de publicar su primera novela, La isla de la pasión (1989), había escrito Historia de un entusiasmo, en donde denunció que a los guerrilleros colombianos que firmaban los acuerdos los iba matando sistemáticamente el ejército. Este libro le valió persecuciones, amenazas de muerte y un exilio en México. “Yo estaba todavía muy ligada al periodismo, ni me imaginaba la posibilidad de hacer ficción”, plantea Laura Restrepo. Pero durante el exilio realizó una meticulosa investigación sobre una historia tan real como inverosímil: un grupo de gente que quedó abandonada en una isla mexicana durante 9 años, a principios del siglo pasado. “El dictador Porfirio Díaz mandó a una isla desierta, La isla de la pasión, el nombre que le puso Fernando de Magallanes cuando la vio de lejos, y que luego se llamó Clipperton, una guarnición de soldados para defenderla. Nunca la atacaron, nunca vieron a sus enemigos, y sin embargo tuvieron que enfrentarse a una serie de calamidades que pusieron a prueba la última fibra de su condición humana: huracanes, hambrunas, escorbuto”, subraya la escritora colombiana. Y llegó la revolución mexicana, echaron a Porfirio de México, y ellos se quedaron allá, aunque nadie regresó a socorrerlos ni a llevarles comida.
“Lo que me dio el campanazo de que había una historia espléndida fue saber que pese a que llegaban barcos extranjeros a rescartarlos, ellos no se iban porque estaban cumpliendo con su deber. Es un heroísmo latinoamericano disparatado y sin sentido”, añade Restrepo. “Era una historia muy apropiada para contar desde el exilio, porque éramos un grupo de argentinos, chilenos, brasileños, colombianos, muy encerrados dentro de sí mismos, compartiendo una especie de suerte común, de espaldas volteadas al país en el que vivíamos, y siempre con esa ansiedad tremenda de regresar a nuestros países”, recuerda la escritora. “Y la historia de esta gente de la isla también se parecía a la nuestra: éramos una especie de secta, que dependía los unos de los otros para poder sobrevivir, y al mismo tiempo teníamos el sueño permanente de regresar al continente, al sitio en donde nacimos. Había un espíritu común entre lo que yo vivía y la historia que estaba contando.”

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