Vie 13.07.2007
espectaculos

El recato de Abigail

Florencia y Abigail son las travestis que compiten actualmente en el Bailando por un sueño de Marcelo Tinelli. El caso de Abigail Pereyra es especialmente llamativo: a diferencia de Florencia de la V., se le dedica un trato diferencial, que incluye su masculinización. Durante el baile del caño, se la travistió como obrero de la construcción, y la actuación fue precedida de una representación de cavado de una zanja junto a su pareja, el actor Gustavo Guillén. Entre los pasos que se le coreografían, abundan los movimientos de rodillas o en cuclillas, a la altura del falo de él; mientras las otras chicas suelen simular bailando situaciones de penetración frontal, a Abigail se le reserva una única posibilidad de vínculo con el actor: él le toma la cabeza y se la frota a una mínima distancia de sus partes o la arrastra entre sus piernas abiertas. Durante el reciente strip dance fue curiosa la atribución del desnudo al hombre, único caso en que la bailarina quedó relegada al coro o el séquito, aquí caracterizada como enfermera, terminando el numerito con otra referencia al falo, cuando detrás de un biombo no se sacó el uniforme, pero peló una jeringa que representaba una pistola. Luego llegaron los chistes del presentador, Marcelo Tinelli, en referencia frecuente a tamaños y habilidades genitales. En el reggaetón, Abigail, aun en minifalda y atuendo rosado, fue la única que asumió una actitud confrontativa con el bailarín, coronando con un empujón frontal como de integrantes de una misma barra callejera, menos un acto de seducción que una provocación anterior a la pelea. Así las cosas, la travesti uruguaya de Bailando... es corrida de la pretensión de sex symbol, dejándole a él el privilegio, devenida en una acompañante secundaria, de bajo perfil, menos una bomba que un arlequín, menos sexuada que compañera, alejada de cualquier guerra de travestis con su compañera Florencia de la V, eludiendo la declaración escandalosa, el semidesnudo, la equiparación a otras bailarinas, en el momento en que escucha la broma o acepta el numerito de la pistola, sin elevar el tono, pagando su peaje por estar en la televisión.

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