Lunes, 20 de agosto de 2007 | Hoy
LITERATURA
Landa parecía tener un mapa de su enemigo en la cabeza. Conocía cada uno de los movimientos de la flota ecológica y se había transformado en una especie de especialista en geopolítica. Se enteró por los diarios de que El guerrero del Arco Iris había recibido los ataques de los barcos factorías. Estos casi lo habían rozado para asustar a sus tripulantes.
Averiguó también que en los próximos días pasaría por las costas argentinas el buque Pacific Swan, transportando ochenta toneladas de residuos radiactivos; además, integrantes de Greenpeace habían hecho una manifestación frente a la Embajada de Inglaterra, enmascarados con calaveras blancas y sudarios negros.
¿Cómo llegó a saberlo? Muy simple: volvió a infiltrarse y se vistió con esa ropa en señal de protesta. Un cartel colgaba de su cuello: “Stop Plutonio Greenpeace”. Otro cartel más grande ordenaba: “Barco nuclear, fuera de la Argentina”. Landa se sentía protegido detrás de la calavera: era nadie y, al mismo tiempo, se sentía alguien.
Se miró en un espejo con la boca abierta, como quien emite un grito profundo. Vio su propia calavera (...), y otras calaveras con las bocas abiertas. Querían gritar pero también respirar, querían cantar un réquiem desesperado.
Trató de adivinar, bajo los sudarios, a hombres y mujeres. Trató de saber si debajo de alguna ropa negra y una calavera blanca estaba oculta Verónica.
Fragmento de El peletero (Edhasa).
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