Martes, 23 de octubre de 2007 | Hoy
LITERATURA
Todos los días al despertar me digo que debo agradecer el hecho de vivir en un país como éste. Que debo agradecer el tener dos piernas y una lapicera de pluma con trazo grueso de las que no se consiguen con facilidad. No hay por qué tener miedo, estoy sana y lúcida y soy inteligente. La confianza mata al hombre, decía mi madre a veces. No sé por qué lo recuerdo. Me pregunto también, al despertar, por qué si tengo trabajo no estoy feliz. Si puedo pagar los servicios, el monotributo, el colegio de los chicos, puedo considerarme satisfecha. En otros países hay ciudadanos de primera, de segunda y de tercera, y acá no. Acá estamos sólo nosotros. Y los piqueteros. Eso es triste, me digo, tener que salir a cortar rutas por un pedazo de pan. A partir de hoy voy a poner mucho cuidado en no llamar chinos a los coreanos y mamboretai a la paraguaya que trabaja en la casa de mis suegros, y no voy a quejarme si cortan el tránsito otra vez. Por un pedazo de pan, me digo. Miro el techo en penumbra. El buen ánimo atrae a la buena suerte, lo sé. Trato de sonreír pero no puedo. Sé que voy a llorar. Me digo que no hay muerte ni desgracia cercana para ponerme así, caramba, que no es tampoco domingo con su melancolía y su sabor a fin, sino un día común de semana, con su rutina y sus rituales: el colegio, la oficina, la cena y el noticiero, pero me da exactamente lo mismo. Los días empiezan y terminan como empieza y termina la vida. Puedo ver que llega el fin. Lo veo anticipándose en la presbicia de mis amigos, en sus vientres que empiezan a redondearse. Bueno, por lo menos tengo amigos, eso es bueno.
* Fragmento del cuento “Sin motivo”, en Historias de mujeres oscuras (Norma).
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.