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Lunes, 24 de octubre de 2005

LITERATURA

Textual

La tristeza es una cosa que anda en el aire. Dos por tres viene y se te posa. A veces la dejás quietita ahí, se te instala, se aquerencia, vos la dejás, primero con desgano y después, la costumbre. Podés, incluso, hasta tomarle cariño, Chola. Hay alguno que otro acepta el mosquerío. Porque zumba, melodioso, es como una música, y entretiene, eso sí. Te bajonea, entretiene, pero bajonea. Hay melodías que son así. Los perros las huelen, las oyen. Oído fino el perro. La tristeza al perro se le anuncia y él se hace el distraído, como el dormido. Y cuando la bicha pasa, ¡zas!: el tarascón. El Fogata es otra cosa, más fino, otros recursos. La mosca viene al calorcito, a la luz, y ahí la queda. Nunca vas a ver a un perro triste por mucho rato. Vos lo llamás y chau. Le ríe la cola, espantando la tristeza. Si el hombre fuera más perro se funden los psicólogos. Sólo bastaría el llamado cariñoso de cualquiera.

* Fragmento de El enviado del fuego (Alfaguara).

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