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Domingo, 18 de noviembre de 2007

TEXTUAL

En eso iba, trotona y locuela con mi almita en fuga, mi almita ahogada, mi almita proletona, divisando a lo lejos el vapor de un joven desaguando la parranda nochera. En eso iba, sin darme cuenta de que un auto oscuro con las luces apagadas me seguía despacito. Y en un brusco acelerar, la violencia de un agarrón me echa arriba, al asiento trasero, de bruces sobre las rodillas de varios muchachotes. En el asiento delantero del vehículo iban otros, riendo y cantando. “Son quince, son veinte, son treinta”. Te vamos a dar duro. ¿No andas buscando eso? Tómate un trago, maricón, me obligaban a beber chorreándome la cara de pisco que corría por mi cuello ardiendo. Súbele el volumen, ponela más fuerte, por si este maraco se pone a gritar cuando le reventemos la botella en el culito. Casi ni respiraba muerto de terror con los ojos fijos, sintiendo esas garras estrujándome la piel de naranja, en el pavor de encontrarme con la pandilla de La naranja mecánica. “Son quince, son veinte, son treinta”, los escuchaba cumbiar, y yo no sabía si eran cinco, siete o quince apretujados en el furgón. No podía saberlo, no me atrevía a levantar la cara...

Fragmento de Son quince, son veinte, son treinta, de Pedro Lemebel.

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