LITERATURA
Diana tiene ojos marrones. En realidad el color de sus ojos oscila (se mueve) entre el guinda brillante y el cerezo, también brillante. Al atardecer es el color de un scotch. Por la mañana, de acuerdo con la luz más que el ánimo, sus ojos te hacen pensar en lo que tocamos, o en lo que podemos tocar, o en lo que nos toca. Cualquiera que se haya perdido en la naturaleza de los ojos de Diana tiene que aprovechar la noche y guiarse por las estrellas. Saldrá. Es una manera de decirlo, por supuesto. Pero aun cuando sus ojos indican rodeos espiralados y senderos sin comienzo ni fin, inspiran confianza. Confianza y generosidad. En los ojos de Diana todo salta, asoma, se deja ver. Un breve vistazo a sus ojos alcanza para saber que lo dará todo por uno. En los ojos de Diana se lee como un libro abierto. Ella misma sostiene el libro. Si está enojada, o angustiada, o ansiosa, sus ojos son como los ojos de los gatos del poema de Picabia cuando miran a un pájaro: piensan. Y a la inversa, si uno dice una palabra de más (tres palabras de más, en realidad) sus ojos son como los ojos de los pájaros que miran a los gatos: dudan. Si te desea o te detesta sus ojos consiguen que adviertas hasta la menor de las microscopías: los desplazamientos de aire ante cada parpadeo, por ejemplo. A veces en sus ojos se ve más allá, a veces más adentro. Si está feliz sus ojos te siguen. Si está más feliz, te acompañan.
* Fragmento de Era el cielo (Interzona).
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