Dom 03.02.2008
espectaculos

OPINION

Itinerarios de una obsesión

› Por Fernando D´addario

En principio, una sensación que no necesita ser corroborada científicamente: debo haber dedicado muchas más horas a hurgar en librerías de viejo que a leer. Esta presunta anomalía, que puede revelar unos cuantos desajustes (exceso de fetichismo, búsqueda absurda del libro imposible o, simplemente, la realidad de deambular demasiadas horas al pedo por la ciudad) marca el itinerario de una obsesión, subsidiaria de un lugar común: el mejor libro es el que nos está esperando –literalmente– a la vuelta de la esquina.

Siempre llego tarde a todas partes. No pretendo excusarme, pero parte de la responsabilidad inherente a ese defecto debe ser asignada a esas “escalas técnicas”, que a priori prometen una distracción de “cinco minutos” (como esa prórroga que les pedíamos a nuestras madres cuando venían a despertarnos para el desayuno) y siempre se extienden entre hallazgos fortuitos y el acto mecánico de revolver sin ton ni son. Es compulsivo: si la ruta indica “zona oeste”, no hay manera de eludir El Gaucho, y si el plan indica “tarde de fútbol en Parque Centenario”, siempre está matizado por una escapadita a Los Cachorros o a la Feria, preferentemente al puesto de Hugo. Si la brújula dirige hacia zona norte, El Banquete es un obstáculo insalvable. El verdadero peligro, claro, está en los viajes al centro: desde El Túnel hasta Brujas, pasando por La Cueva, se convierten en trampas mortales que acechan más allá del tránsito y el malhumor de los porteños. Recuerdo haber recorrido estos locales (y muchos otros) durante tardes enteras buscando un libro de Mishima (que para colmo no me gustó). A lo largo de varios meses fui comprando los siete tomos de En busca del tiempo perdido en siete librerías diferentes, pero mi escasa sensibilidad literaria me impidió superar la lectura del cuarto volumen. Proust debe estar muy preocupado.

Estos aparentes pasos en falso, sin embargo, no me desaniman. Un cambio brusco operado en mi rutina ciclística (la mudanza de Página/12) me llevó últimamente a pasar todas las tardes por la puerta de una librería que no conocía, en la calle Azcuénaga, pleno barrio de Once. Cada vez que paso la miro con ganas, pero siempre es irremediablemente tarde. Habrá que ver quiénes (¿Stanislav Lem? ¿Pessoa? ¿Hebe Uhart?) me están esperando allá dentro.

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