Lun 07.11.2005
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OPINION

El humor en la tragedia cotidiana

› Por Rudy

No sé si llamar a esto “literatura”, pero los primeros “relatos judíos” que me marcaron eran los de mi propia abuela, que me contaba historias de su pueblo natal en lo que hoy es Bielorrusia. Luego, sin dudarlo, la Torá, el antiguo testamento, por esas historias que desde hace más de 2000 años son transmitidas generación tras generación. Schólem Aleijem, que es considerado el padre de la literatura judía moderna, fue uno de mis autores preferidos en la adolescencia, también Ephraim Kishon, Woody Allen, Groucho Marx, Dan Greenburg, el autor de Cómo ser una idishe mame. Todos ellos son escritores de humor. Luego, Isaac Babel, sin duda Sigmund Freud, y más actualmente, Isaac Bashevis Singer. Todos ellos me marcaron, aunque no sé si soy consciente de las marcas que me dejaron. Schólem Aleijem –fundador de tantos pueblos–, Kishon, con esa habilidad para ver lo absurdo en lo cotidiano, y todos, son autores que te están diciendo: “no sos tan importante como te creés que sos”, lo que por un lado puede herir tu narcisismo, pero por otro, te libera y te permite ver el mundo como algo menos dramático. Poder ver “el humor metido en la tragedia cotidiana”, esa visión “agridulce” como lo son algunos platos de la comida judía, la riqueza de las palabras y, en algunos casos, “la palabra como riqueza en un mundo de pobreza” son algunas, sin duda no todas, de las marcas.
No tengo tan claro qué es el “libro judío”. Tiendo a pensar que es aquel cuyo autor es judío y/o aquel que tiene “una cierta mirada judía”, una particular manera de interrogarse, un texto donde la pregunta siempre va a ser más importante que la respuesta. Dentro de este contexto, pienso en escritores como Andrés Rivera, Ana María Shua, Eliahu Toker, Alicia Steimberg, Daniel Muchnik, Juan Gelman, Simja Sneh, Isidoro Blaisten, sólo por nombrar algunos de los cientosde escritores judíos, que, desde hace un siglo, desde hace 5 generaciones, escribimos la Argentina en idish, ladino y en castellano. No sé exactamente cuál es el lugar que ocupa el “libro judío”, pero se me ocurre que es el de interrogar, el de cuestionar cualquier tipo de certeza, el de “no creérsela”, “no idolatrar”. Tampoco creo que ese lugar sea monopólico del libro judío, aunque sí característico.

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