Domingo, 27 de abril de 2008 | Hoy
REPERCUSIONES DEL DISCURSO INAUGURAL DE RICARDO PIGLIA
Poetas y editores celebraron las palabras del autor de La ciudad ausente, que defendió vivamente la poesía. “Piglia siempre mantuvo esa posición”, señaló Leónidas Lamborghini.
Por Silvina Friera
“Compadre de Gelman”, así definió Ricardo Piglia a Leónidas Lamborghini en su discurso de apertura de la Feria del Libro. Rabiosa y encendida defensa de la poesía, el vértigo del día a día en el predio de la Rural no podrá opacar las repercusiones que generaron y generan las palabras del autor de El último lector. Con precisión y lucidez, marcó la cancha cuando mencionó los primeros libros publicados por Lamborghini y Gelman: El saboteador arrepentido (1955) y Violín y otras cuestiones (1956). “Ellos han seguido escribiendo poesía desde esos años negros, del ’55 para adelante, y han dicho sobre este país cosas más nítidas y al mismo tiempo más elípticas que muchas de las cosas que han dicho los historiadores y los sociólogos, y han sabido expresar algunas de las tragedias y alegrías de este país como nadie”, subrayó Piglia.
A los 81 años, Leónidas atiende el teléfono y se alegra cuando escucha a su interlocutora. No sabe nada de la reivindicación que hizo Piglia de su poesía, se entera por Página/12 y pide disculpas: “Yo estoy acá muy aislado, sigo escribiendo y veo que algunos amigos se van del país y eso me jode. Sin ninguna connotación sentimental, es un eterno repetirse de la historia”. Tejedor de palabras, viejo entrañable, por Las patas en la fuente, por la inmensidad de su obra, afirma que “la poesía es la forma de expresión más intensa y acabada del hombre”. “Piglia siempre ha defendido la poesía, ahora que me haya nombrado a mí es un honor que no me esperaba”, aclara, humilde y cordial, como siempre. No lo puede creer Leónidas cuando se entera de que además de nombrarlo, Piglia subrayó la aparición de El saboteador arrepentido en 1955. “¡Dios mío! –exclama–, era sólo una plaqueta”, y uno puede imaginar al poeta llevándose las manos a la cabeza por la sorpresa. “Piglia siempre mantuvo esa posición de defensa de la obra de Joyce, de Macedonio, de Borges, de Néstor Sánchez. ¿Quién lo nombra a Néstor? –se pregunta–. Piglia es un escritor generoso, cuando se entusiasma y le gusta una cosa, lo dice.”
“Algunas novelas y libros que han marcado el rumbo en este siglo son subsidiarios de la poesía, no nos olvidemos de Joyce ni de Proust, que leía con entusiasmo a Baudelaire y a casi todos los poetas –explica Lamborghini–. En el poeta hay un deseo de romper. Baudelaire, en su último poema, decía, ‘al fondo de lo desconocido’, así termina Las flores del mal. Esa búsqueda es lo que reivindico, el intento, la tensión que hay en la obra de un poeta que está intentando llegar al confín, al silencio”. El autor de Respiración artificial subrayó en su discurso el lugar de otros poetas, como Juana Bignozzi y Arturo Carrera. Piglia recordó también a editores como Daniel Divinsky, José Luis Mangieri, Manuel Pampín, Francisco Garamona y Wa-shington Cucurto, que mantienen “viva la tradición de la literatura argentina, más allá de los avatares y las modas”. Poeta y editor de Mansalva, Garamona celebra las palabras de Piglia. “Me acuerdo de una vez que leí un texto de Piglia sobre Lamborghini, donde hablaba de ese extraño laboratorio arltiano de la lengua, que era para él ese lugar desde el que el gran Leónidas extraía sus criaturas; y ahí también decía que los narradores siempre les estaban robando a los poetas giros, ideas e imágenes para luego insertar esos hallazgos en la maquinaria de la prosa. Piglia siempre ha sido un gran lector de poesía y por suerte no el ‘último’ como señala el título de uno de sus libros de ensayo”, plantea Garamona.
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