Sé menos sobre discursos de presentación de ferias del libro que la voz eliotiana sobre dioses, pero el de Piglia me llenó de alegría. Acercándose al tema con inflexiones y tics que quienes lo admiramos hace años que admiramos, RP llegó a ese núcleo de la literatura que es la respiración y la palabra. Las velocidades cambian, pero la velocidad de la lectura y la aprehensión es propia de cada lector, y es parecida: es una lentitud. La lentitud que podemos ofrecerle al mundo como respuesta intelectual interesada, y es igual siempre, desde Aristóteles a nosotros mismos. Aludió al poema de Auden sobre Yeats: el tiempo, que es intolerante con la carne humana, adora el lenguaje y perdona a los que escriben bien. Tiempo y lenguaje, por un lado, y el fraseo ricardiano llevándonos de la mano por Juanele y Néstor Sánchez. De repente, un empaque: los poetas. Los que no tienen con la verdad una relación cuantitativa. Nunca cuántos lectores. En eso los narradores resultan un poco penosos, y parece que están dispuestos a cualquier cosa –una de piratas, otra de espionaje– con tal de calcularle las semillas negras a la sandía del mercado. Gelman, premiado, y su compadre, Leónidas Lamborghini: los que nunca callaron, los que supieron elegir los modos, los estilos, por conocerlos bien, porque es mejor y más riesgoso hacer equilibrio en los versos que en los renglones. Y un final perfecto: Ana Ajmátova y Hernández: dos que se atrevieron a sentir y mostrar. Un encuentro como hacía años no tenía, y como era frecuente tener, en un café, en una librería... Como es frecuente tener, vamos, sólo se trata de un eclipse, hasta en la Feria del Libro. Porque la literatura es también, como los cantares poundianos, una conversación de personas inteligentes. Vade retro, modestia. Bienvenido lo que se extraña.

* Escritor y editor.