PáGINA 2 › TECNOLOGIA: UN SISTEMA OPERATIVO MAS JUSTO
Informática en comunidad
Por Esteban Magnani
Existe un viejo adagio que dice que una computadora es “un montón de tontos trabajando al mismo tiempo”. Esto es básicamente cierto, ya que lo que hace cada pequeña parte de la computadora es un trabajo absolutamente mecánico y simple que, bien organizado y multiplicado, puede lograr resultados asombrosos como calcular la trayectoria de una nave, coordinar en forma eficiente las luces de los semáforos de una ciudad enorme o vencer al mejor jugador humano de ajedrez.
Esta especie de mentalidad fordista de hacer las cosas lo más simples posibles (en ceros y unos), y de juntar a muchos “tontos”, no se termina en una PC o en una gran computadora. Muchas grandes empresas que se cansaron de tirar por una ventana las máquinas de hace dos años, mientras por la otra llegan flamantes equipos condenados a la misma senilidad, para beneficio de los fabricantes, decidieron llevar las cosas un paso más allá. Para ello, estas instituciones (como por ejemplo la National Aeronautics and Space Administration, NASA) han comenzado en los últimos años a revisar sus depósitos atestados de viejísimas PC (de dos o tres años de antigüedad), para ponerlas a trabajar en conjunto y hacer realidad eso de que “la unión hace la fuerza”. La idea caló tan hondo gracias a los buenos resultados, que algunos piensan llevar este modelo directamente a Internet, un espacio donde todavía queda lugar para algunas utopías sociales, como la de creer que el beneficio de muchos débiles puede más que el de unos pocos poderosos.
Un racimo de
computadoras
El término que se utiliza en inglés para los grupos de computadoras de baja potencia que se ponen en red para aumentar su poder es cluster, que podría traducirse como racimo o cúmulo. Gracias a sistemas de software gratuitos, muchos centros de investigación que deben realizar engorrosos cálculos, arman supercomputadoras con los retazos de otros modelos. De esta manera logran capacidades de cálculo similares a las de equipos nuevos, pero con el 10 por ciento del costo.
Para darle aún más velocidad y menor precio, estos racimos de computadoras suelen usar Linux, un sistema operativo gratuito y abierto que parece en condiciones de darle dolores de cabeza al dueño de Microsoft, Bill Gates. Linux tiene como ventaja que puede funcionar en equipos mucho menos poderosos que los exigentes Windows, los cuales reclaman computadoras cada vez más poderosas y que hacen obsoletas a las que ya tienen un par de años. El sistema operativo Linux es, para muchos, una metáfora de lo que el trabajo comunitario puede lograr en informática, ya que todo programador puede entrar a él, mejorar su funcionamiento y redistribuirlo sin riesgo de juicio por violación a la propiedad intelectual. Hay que reconocer que, a pesar de todo, en la batalla Linux/Windows la utopía aún tiene mucho camino por recorrer.
El otro paso
Pero por mucho que los racimos sigan creciendo, como es el caso del que creó IBM para UnTec Science y que tiene 1250 equipos conectados, no alcanzarán nunca el potencial que brinda Internet. Por eso algunas empresas ya han comenzado a pagar para usar computadoras ociosas. El sistema es el siguiente: cada vez que el usuario deja su computadora porunos minutos, de la misma manera que un protector de pantalla, se inicia un programa que recibe datos a través de Internet y comienza a procesarlos hasta que vuelva a utilizarse la máquina, algo que ya se hace en algunas instituciones, aunque en forma fragmentaria. Este es el caso del programa SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence) de detección de inteligencia extraterrestre que hace años utiliza computadoras de usuarios para analizar la masa de información recogida del espacio en busca de patrones lógicos.
Frente al mundo de posibilidades que se abren, ya hay quienes piensan en la aparición de un Sistema Operativo a Escala para Internet (“ISOS” en inglés), que permita ir más lejos que una simple asociación de individuos, y que busca coordinar globalmente el trabajo de las computadoras conectadas a la red en forma eficiente y segura (una tarea que reviste no pocas complejidades técnicas). Uno de los investigadores que se encuentra trabajando en la problemática de un ISOS es David Anderson, de la Universidad de California (Estados Unidos), quien justamente es también director del proyecto SETI. Si este sistema operativo prosperara, los aproximadamente 150 millones de PC (por ahora, y contando) que están actualmente conectadas a Internet podrían trabajar en conjunto. Así, por dar un ejemplo, en la Argentina se podrían aprovechar las PC chinas mientras sus usuarios duermen. Cuando los chinos comiencen a levantarse, podrían aprovechar (más allá de las desigualdades numéricas) que los argentinos probablemente ya no utilizarán sus equipos por varias horas. En el caso de que hubiera un noctámbulo en alguno de los antípodas que quisiera utilizar su computadora, ésta dejaría de trabajar para otro y lo haría para su dueño directo. De esta manera, la capacidad de cálculo de todas las PC que estuvieran en la red crecería hasta límites inimaginables, permitiendo que la ayuda de los “tontos” ociosos potencie el equipo propio.
Una utopia social
Suponer que la gente está dispuesta a compartir el potencial de su propia PC, es el correlato informático de la utopía comunista de “cada cual según sus posibilidades y a cada cual según sus necesidades”. Pero también parecía una utopía cuando el inventor de Napster imaginó a usuarios compartiendo archivos libremente sin cobrar nada (aunque para perjuicio de los “propietarios intelectuales”). De hecho, en informática, una especie de “egoísmo comunitario” del tipo de Linux, Napster y demás ha demostrado ser más atractivo para las mayorías que el egoísmo competitivo de Adam Smith. Probablemente el mayor desafío a superar no sea el técnico ni el individualismo de los tiempos actuales sino justamente el egoísmo de las grandes empresas vendedoras de equipos que verán cómo modestísimas PC están en condiciones de alcanzar potencias mucho mayores gracias a la utilización comunitaria.
Una vez más, el cambio depende de las voluntades políticas y capacidades de lucha de distintos sectores, que dan color a la invisible mano del mercado.