Sáb 23.02.2002
futuro

Donde se sigue discutiendo el pensamiento de los animales y se da una pista sobre el enigma de los banqueros-ladrones

Por Leonardo Moledo

–En fin –dijo el Comisario Inspector–, el enigma de los banqueros ladrones II no era tan sencillo, parece.
–Hubo, sin embargo, dos respuestas correctas –dijo Kuhn–. Y las dos comienzan diciendo que es un enigma muy sencillo.
–Provocaciones –dijo el Comisario Inspector–. Simples provocaciones de las cuales nos ocuparemos más tarde, hacia el final, porque me gustaría volver sobre las objeciones a la teoría del pensamiento como lenguaje, o al lenguaje como pensamiento. Recordando un poco el punto en que estábamos, la cosa surgió a partir de una carta de Orlando A. Samartin, donde cuestionaba mi pregunta sobre el pensamiento de las serpientes. Esto es, cuando la serpiente demuestra una conducta inteligente: esperar a su presa en el lugar más probable, ¿está pensando o no?
–Aquí está el comentario de Orlando Samartin: “La hipótesis de un “pensamiento” –de las serpientes, se entiende– no resiste el menor análisis. Todo pensamiento se sustenta en un lenguaje previo y externo, producto social sostenido en un universo simbólico, propio del sujeto humano.”
–Contra lo cual yo había propuesto, el sábado pasado, varias objeciones. La primera era una objeción evolutiva: la dicotomía absoluta “lenguaje - pensamiento” vs. “no lenguaje - no pensamiento” es inconsistente con la teoría de la evolución. La segunda objeción era neurológica, y sostenía que cuando se conozca el funcionamiento de las regiones del cerebro humano y animal hasta algún punto razonable, se podrá probar neurológicamente que hay sistemas de pensamiento, si no iguales, por lo menos con cierto grado de correspondencia.
–Es una objeción demasiado conjetural para mi gusto –dijo Kuhn–, ya que está basada en “cuandos” y “sis”.
–Ah, mi querido Kuhn –dijo el Comisario Inspector–. Hay que saber salirse de los cánones de pensamiento establecidos. Soñar una empiria más amplia, no la miserable empiria que genera cada teoría.
–¡La teoría generando empiria! –dijo Kuhn–. Nunca esperé escuchar tal cosa .
–Me imagino –dijo el Comisario Inspector–. Pero es que no siempre se comprende el pensamiento cristalino y honesto de la policía. Porque es verdad que la teoría genera cierta empiria, pero lo que yo sostengo es que esa empiria generada es miserable, secundaria, insuficiente y mezquina, aunque meternos en esto ya sería otro tema.
–La policía siempre cambia de tema –se quejó Kuhn–, justo cuando estamos llegando al punto, le cuelgan el muerto a un perejil.
–Ya llegaremos –dijo el Comisario Inspector, que estaba asombrado por el lenguaje callejero que de pronto había adoptado Kuhn–, ya llegaremos a todo, a cuestionar la empiria, e incluso a cuestionar la teoría.
–¿Y a la policía? –preguntó Kuhn–, ¿nunca la cuestionaremos? Hace más de un año que tenemos dos o tres asesinatos colgados, y para colmo cometidos en esta misma columna, que no han sido esclarecidos, y siempre nos vamos por las ramas.
–Las ramas no deben impedir ver el bosque –sentenció el Comisario Inspector–, y “mientras las teorías son grises, verde es el árbol de la vida”. Esta frase, si no me equivoco, es de Goethe, o de Schiller, y siempre me pareció detestable.
–Naturalmente –dijo Kuhn– un árbol es un objeto demasiado empírico.
–Como la vida –dijo el Comisario Inspector–. Como la vida: empírica, pobre y sin sentido. Ya lo dijo Sartre.
–Sartre no dijo semejante cosa –dijo Kuhn–, al menos que yo sepa: suena a parloteo de comisaría. Pero me interesan las otras objeciones, que no llegamos a formular, y en particular la objeción analítica, que, lo confieso, me intriga. E incluso había una cuarta objeción.
–Y una quinta –dijo el Comisario Inspector–, pero vamos a la objeción analítica. Debo confesar que no la he desarrollado totalmente, pero más o menos empieza así: ¿qué es un pensamiento?
–Supongo que la policía no pretenderá saberlo –dijo Kuhn–, aunque puede creer que lo sabe, de tanto perseguirlo.
–O mejor: qué pasa si tratamos de descomponer un “pensamiento” y averiguar qué es. Pero por razones que la ética policial no permite confesar, propongo saltearla por el momento y pasar directamente a la cuarta objeción.
–Supongo que no será por razones de espacio, que es el argumento usual.
–Nada de eso –dijo el Comisario Inspector–. La cuarta objeción estaba, de alguna manera, ligada con lo primero que dijimos: ¿cómo sabemos que los animales no tienen lenguaje? Evolutivamente, es probable que el lenguaje haya surgido como una respuesta a la necesidad de manejar situaciones complejas. Es muy difícil imaginarse una aldea, o no, dejemos la aldea, una horda, un grupo de homínidos fabricando herramientas complicadas, y con una organización más o menos complicada, encarando tareas en conjunto sin organizarse de alguna manera y guardar información por medio del lenguaje.
–Bueno –dijo Kuhn–, pero lo mismo puede decirse de ciertos grupos animales, manadas, o las jaurías de perros salvajes, por ejemplo, que atacan a un animal más grande y lo hacen desde distintos flancos sin verse.
–Justamente –dijo el Comisario Inspector–, es muy difícil imaginarlo sin lenguaje, o sin alguna estrategia de transmisión y comunicación. Es casi imposible creer que acciones tan complejas como las que llevan a cabo ciertos grupos de animales puedan llegar a buen puerto sin lenguaje.
–¿Y quién dijo que llegan a buen puerto?
–Si no, la evolución las habría descartado, y aquí adelanto una conjetura riesgosa y es que la evolución genera pensamiento. Si calificamos de razonamiento a la aplicación repetida del sistema de prueba y error, ¿por qué no calificaremos de pensamiento al resultado de la aplicación de prueba y error repetida en el tiempo, y a través de diferentes generaciones de la misma especie, hasta conseguir una estrategia adecuada?
–Porque la estrategia evolutiva se practica sobre individuos diferentes y cerebros diferentes –dijo Kuhn–.
–Bueno –dijo el Comisario Inspector–, desde ya que el sistema de prueba y error en un solo individuo también se practica sobre cerebros diferentes, ya que el cerebro que hace el segundo intento, ha sido modificado por el resultado del primer intento, y por lo tanto ya no es el mismo.
–Esto último es de un formalismo increíble y disparatado –se enojó Kuhn-. ¿No es un poco exagerado sostener que después de una experiencia cualquiera un cerebro ya no es el mismo?
–Bueno –el Comisario Inspector retrocedió un poco–, yo no estoy diciendo exactamente que después del primer intento fallido el cerebro que emprende el segundo intento ya no sea el mismo.
–Lo que se decía era exactamente eso –dijo Kuhn.
–No, no. Sólo digo que si uno toma los diferentes cerebros de todas las serpientes después de cada experiencia, esa serie de cerebros es de alguna manera asimilable... Al fin y al cabo, la diferencia entre una generación de serpientes con el primer intento fallido y sin el primer intento fallido es sólo una pequeña modificación, genética o neurológica, tan pequeña como la que produce en un mismo cerebro un intento fallido.
–Pero la evolución, en este caso, no actúa por acumulación sino por descarte –dijo Kuhn–: la serpiente que sobrevive justamente sobrevive porque no hizo ese primer intento fallido. No es que lo “recuerde” y pruebe de otra manera.
–Eso es una manera muy simplista de ver la evolución –ensayó el Comisario Inspector–, además no hay que olvidar la teoría de Edelman, según la cual hay selección natural y evolución dentro mismo del cerebro, donde los conceptos luchan por abrirse paso, y triunfa el que triunfa...
Pero Kuhn, que había advertido que el Comisario Inspector se batía en retirada, no dejó escapar la oportunidad.
–Y encima todo este razonamiento se hace sin incluir al sujeto, al “yo”, o como se lo quiera llamar. ¿O acaso hay un “sujeto de la especie”, un “yo de la especie” que acumula experiencia de generación en generación?, ¿no es demasiado espiritualismo, aun para la policía?
–¿No tendríamos que ir al enigma? –dijo el Comisario Inspector, con rencor– de las dos cartas –una de A. C. de la Torre y otra de Daniel Rosenvasser, yo publicaría una parte de la de A. C. de la Torre, recortada, donde se da la pista para resolver el enigma de los banqueros ladrones II, y se propone un enigma más sencillo–.

¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Pueden resolver el enigma con las pistas que da Alberto C.? ¿Y qué significa la “C.”?, ¿por qué el Comisario Inspector eludió la objeción analítica?¿En qué consistía?

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