Hace una escasa semana, por primera vez, una sonda aterrizó en Titán, la gran luna de Saturno, a 1500 millones de kilómetros de la Tierra. Por ahora (y sólo por ahora), es el lugar más lejano visitado en profundidad por la tecnología humana, un sitio que fue predilecto de los escritores de ciencia ficción, y de los astrónomos que esperan encontrar en su espesa atmósfera quizá trazas de vida o pre-vida, o rastros e indicios de cómo era la Tierra primitiva, hace 3500 millones de años, cuando los continentes eran nuevos, a formarse, y nada respiraba aún. Hay algo audaz y definitivo en este paso, hay algo profundamente humano y tecnológico que se agita al escuchar los vientos de Titán, al mirar las fotos de las llanuras de Titán, al ver que se logró posar un delicado aparato allí donde parecía que nunca se iba a llegar.
› Por Mariano Ribas
Finalmente, la súper luna de Saturno dejó caer su pesado velo anaranjado: hace unos días, la sonda europea Huygens se zambulló a toda velocidad en la gruesa atmósfera de Titán y, después de una impecable maniobra de descenso, se posó suavemente en su helada superficie. Por primera vez en la historia, y gracias a su embajadora, la humanidad pudo contemplar un puñado de imágenes transmitidas desde un mundo tres mil veces más lejano que la Luna. Postales que muestran paisajes eternamente sumergidos en espesas brumas orgánicas, salpicados por suaves y redondeados bloques de hielo, y atravesados por probables ríos de metano líquido. De un día para el otro, Titán se nos reveló. Para la pequeña nave fue la espectacular culminación de siete largos años de viaje interplanetario. La misión de la Huygens apenas duró unas horas y, sin embargo, nos ha dejado cientos de fotos y cataratas de datos preciosos, que los científicos recién están comenzando a cosechar. Es un tremendo legado que no sólo arrojará luz sobre uno de los integrantes más fascinantes del Sistema Solar sino, también, sobre los comienzos de la vida en la Tierra.
Un mundo revelado
Se la mire por donde se la mire, Titán es una luna fuera de serie.
De hecho, es tan grande que si no estuviera atada a la gravedad de Saturno,
sería un planeta más. Encima, tiene una robusta atmósfera
que el propio Marte envidiaría. No es raro entonces que, desde que fuera
descubierta por el gran Christiaan Huygens, hace ya tres siglos y medio, se
convirtiera en uno de los objetos más estudiados del barrio solar. Y
tampoco es raro que una máquina construida por el hombre finalmente llegara
hasta allí.
Esta gran aventura espacial comenzó el 15 de octubre de 1997, cuando
la nave doble Cassini-Huygens, de más de cinco toneladas de peso, despegó
desde Cabo Cañaveral. Su destino final era estudiar, como nunca antes,
a Saturno y su formidable ejército de satélites, especialmente,
claro, Titán. La misión fue el resultado de una alianza científico-espacial
entre la NASA, que construyó a la Cassini, y la Agencia Espacial Europea
(ESA) junto a la Agencia Espacial Italiana (ASI) que dieron a luz a la Huygens.
El viaje fue largo, e incluyó varias maniobras de asistencia gravitatoria
(la máquina se acercó dos veces a Venus, una a la Tierra y otra
a Júpiter) que no sólo la aceleraron sino que también la
ayudaron a tomar la ruta correcta hasta Saturno. Finalmente, el 1º de julio
del año pasado, la nave-madre Cassini, con su hija Huygens prendida a
un costado, se colocaron en órbita del gigantesco mundo anillado (ver
Futuro del 26/6/04). Vagaron juntas durante meses, sobrevolando al sistema de
anillos del planeta y a varias de sus lunas. Pero un día, madre e hija
se separaron, y cada una siguió su propio destino: a las 23.00 del pasado
24 de diciembre (hora argentina), Huygens se desconectó de la nave de
la NASA (que seguirá su exploración del sistema de Saturno durante
al menos tres o cuatro años más). E inmediatamente puso su proa
rumbo a Titán. Durante las siguientes tres semanas, la sonda europea,
con forma de disco y poco más de 300 kilos, recorrió prácticamente
dormida (para ahorrar energía) los 4 millones de kilómetros
que la separaban de su ansiado objetivo. Poco antes de llegar, una triple alarma
la despertó: era el final de su periplo, y el comienzo de su hazaña.
Zambullida en la atmósfera
La mañana del pasado viernes 14 fue tremendamente emotiva, especialmente
para los científicos europeos que seguían la misión desde
el Centro de Operaciones Espaciales de la ESA, en Darmstadt, Alemania. Más
allá de lo que estaba en juego (una oportunidad de una vez en la
vida, tal como la calificaron muchos expertos), había un dato que
sumaba aún más dramatismo a la escena: la suerte de la Huygens
era un completo misterio, dado que todas sus maniobras finales, destinadas al
descenso en Titán, ya estaban programadas. Sólo restaba esperar
sus señales de vida. Señales que serían recibidas y retransmitidas
a la Tierra por la Cassini, que contemplaba la escena a la distancia. Y que
llegarían hasta los radiotelescopios de la Deep Space Network de la NASA
(una red de antenas ubicadas en Estados Unidos, España y Australia) con
una demora de algo más de una hora, porque debían atravesar 1200
millones de kilómetros de espacio interplanetario. Afortunadamente, las
cosas salieron a las mil maravillas: a las 7.13 (hora argentina), y a una altura
de 1200 kilómetros de la superficie, la intrépida sonda se zambulló
a más de 20.000 km/hora en la gruesa atmósfera de Titán.
Y por culpa de la fricción, su escudo térmico debió soportar
temperaturas de 2700C. Sin esa protección, la Huygens se habría
achicharrado. Unos minutos más tarde, cuando ya estaba a sólo
160 kilómetros de altura, la nave se liberó del escudo, abrió
su primer paracaídas (al que le siguieron otros dos), y expuso su instrumental
al medio ambiente atmosférico. Y al mismo tiempo, transmitió su
primer OK a Cassini: fue la primer señal tranquilizadora.
Y en la Tierra fue recibida con estruendosos aplausos, risas y llantos.
Voces extraterrestres
De arranque, Huygens fue concebida como una sonda esencialmente atmosférica.
Y cualquier resultado extra que pudiera aportar desde la superficie misma sería
considerado como una muy bienvenida yapa científica. Es que, justamente,
la atmósfera es la gran atracción de Titán. Y allí
fue donde la sonda apuntó todos sus cañones: durante las dos horas
y media que duró el descenso, sus seis instrumentos trabajaron sin parar.
Y, entre otras cosas, confirmaron que ese denso manto gaseoso está principalmente
formado por nitrógeno. Y que su típico color anaranjado se debe
a la presencia de complejos hidrocarburos, que se forman cuando la luz solar
desarma las abundantes moléculas de metano (CH4), que flotan por doquier.
Por su parte, el termómetro de la Huygens midió unos impresionantes
-203C cuando estaba a 50 kilómetros de altura. Fue la temperatura más
baja registrada en toda la misión. A medida que seguía bajando,
los sensores de a bordo notaron que el metano se hacía cada vez más
abundante. De hecho, cuando estaba a 20 kilómetros por encima de Titán,
la nave atravesó una gigantesca nube de metano que, hasta entonces, impedía
que su cámara pudiera ver y fotografiar la ansiada superficie. Mas o
menos a esa altura, también registró vientos de 25 km/hora.
Datos y más datos que la sonda transmitía continuamente a Cassini,
que a su vez los retransmitía a la Tierra. Tantos datos, que los científicos
de la ESA y la NASA reconocen que tardarán años en analizarlos
a fondo. Y no sólo datos: la atmósfera de Titán permite
la existencia de sonidos. Y Huygens llevaba un micrófono para captarlos.
Asi fue como grabó y transmitió el ruido de los vientos que la
golpeaban sin piedad. Y quizá también, el estampido de algunos
truenos. Fueron los primeros sonidos extraterrestres registrados por la humanidad.
Imágenes de revelación
Nadie duda del inmenso valor de las mediciones atmosféricas en Titán.
O del impacto de escuchar ruidos y vientos pertenecientes a otro mundo. Sin
embargo, el logro más extraordinario de la nave de la ESA fueron las
imágenes que fue tomando desde lo alto. Y claro, en superficie, pero
paraeso falta un poco. No fueron muchas las fotografías publicadas desde
el viernes. Y además, no están del todo procesadas. Sin embargo,
son las primeras postales de un mundo que, hasta ahora, siempre se había
resistido a mostrarnos su rostro. ¿Y qué nos muestran? Veamos...
Una de las más claras (1), tomada a 16 kilómetros de altura, muestra
un terreno claro atravesado por líneas oscuras y serpenteantes que culminan
en una enorme área vecina (a la derecha de la foto). Al parecer, se trataría
de ríos de metano líquido, u otros hidrocarburos más complejos,
que desembocan en una suerte de mar. Es algo parecido a un delta, con
islas incluidas, donde están fluyendo masas líquidas, condensadas
a partir de la bruma que flota sobre la superficie de Titán, explica
Marty Tomasko, el científico que construyó la cámara de
la nave, y que trabaja en el Laboratorio Lunar y Planetario, de la Universidad
de Arizona, Estados Unidos.
Otra notable fotografía (tapa) fue obtenida a menor altura, apenas a
8000 metros del suelo. En realidad, se trata de un mosaico armado con varias
imágenes anexadas. Y justamente, muestra desde lo alto la zona donde,
minutos más tarde, se posaría la Huygens. Allí puede verse
unas largas estrías blanquecinas que cubren buena parte del paisaje,
e incluso, algún que otro río. Esas estrías
serían, casi con seguridad, formaciones de niebla de metano (o tal vez,
etano) suspendidas sobre el suelo. Algo muy similar a lo que ocurre aquí
en la Tierra, pero con el agua. Hay una tercera imagen que vale la pena comentar,
y es sumamente especial, porque fue tomada ya no desde lo alto sino desde la
mismísima superficie de Titán. Una imagen que habla de una proeza
sin precedentes.
¡Contacto!
Y la proeza ocurrió exactamente a las 9.45 (hora argentina) de aquel
histórico viernes 14 de enero de 2005. Fue el aterrizaje (o tal vez,
atitanizaje) más lejano protagonizado por un aparato construido
por el hombre. Y ocurrió en un rincón perdido del Hemisferio Sur
del fabuloso Titán. Allí, a 1200 millones de kilómetros
de casa. Allí, tres mil veces más lejos que la Luna. Hasta ese
momento, nadie sabía exactamente dónde iba a descender la sonda
europea: ¿acaso en un mar de metano?, ¿en una montaña de
hielo? ¿o tal vez en un pantano de hidrocarburos? Lo cierto es que Huygens
tocó tierra firme. O más bien, y tal como lo reveló el
penetrómetro de la sonda, sobre un suelo formado principalmente
por agua congelada, mezclada con metano y otros hidrocarburos helados. Y con
una consistencia similar a la de la arena húmeda. Un sitio donde la
nave midió una temperatura de -179C, dice Marcello Fulchignoni
(Observatoire de Paris-Meudon), uno de los integrantes del equipo de la sonda
de la ESA. A pesar de ese frío horroroso, la máquina continuó
con vida por más de dos horas, tal como había pronosticado el
francés Jean-Pierre Lebreton, manager de la misión. Y hasta se
dio el lujo de tomar una histórica fotografía de su neblinoso
entorno anaranjado: esa imagen (2) ha dado la vuelta al mundo y, teniendo en
cuenta las circunstancias, tiene un extraordinario peso simbólico: es
Titán fotografiado in situ. Por primera y única vez. La imagen
muestra ese suelo tan deseado, sumergido en esa perenne niebla de metano (y
probablemente, también etano, C2H6), y cubierto de cascotes de agua congelada,
la mayoría de apenas unos centímetros de diámetro (parecen
más grande porque están muy cerca de la cámara). Su propia
forma redondeada y los pozos que los rodean fortalecen la posibilidad de que,
en algún momento difícil de precisar, esas bolas de hielo hayan
sido erosionadas por actividad fluvial. Esa fotografía nos habla de un
paisaje triste y crepuscular. Pero, a la vez, intensamente real. Siempre existió,
ajeno a toda voluntad y conocimiento humano. Y siempre nos estuvo esperando,
hasta hoy.
Titán, la Tierra
y la vida
Ahora, el aparato que nos reveló ese paisaje, ya se ha apagado.
Y allí se quedará para siempre, envuelto en hielos y brumas. Sin
embargo, las casi cuatro horas de datos e imágenes que envió a
la Tierra seguirán siendo desmenuzadas por los científicos durante
años y años. Y muy especialmente, todo aquello que pueda aportar
nuevas pistas sobre la compleja química orgánica que se desarrolla
en la atmósfera y en la superficie de la súper luna. ¿Por
qué? Simplemente porque allí pueden estar las claves para entender
el mismísimo origen de la vida terrestre: Titán es una máquina
del tiempo, porque nos permite estudiar las condiciones que pudieron existir
en la Tierra primitiva, dice Alphonso Díaz, un científico
de la NASA que participa en la misión Cassini-Huygens. Es que allí
continúa pueden estar preservados muchos de los compuestos
químicos que sentaron las bases para la vida en nuestro planeta.
Es impresionante, pero hay algo más: hoy en día, Titán
es demasiado frío como para alentar chances biológicas, sin embargo,
dentro de muchísimo tiempo, la chispa de la vida podría encenderse.
Dentro de 6 mil millones de años, el Sol comenzará su agonía
final, convirtiéndose en una gigante estrella roja. Se hinchará
tanto, que sus bordes rozarán la órbita terrestre. Y entonces,
antes de que nuestra estrella se apague para siempre, Titán se convertirá
en un lugar cálido durante unos cuantos millones de años. Sus
hielos se derretirán, y el agua líquida podrá combinarse
con materiales orgánicos, creando un espeso caldo tibio. ¿Materia
prima para la vida? Tal vez. Eso nunca lo sabremos.
Nuestro Titán es el Titán presente. El que nuestra generación
ha podido revelar por primera vez. Y es una suerte estar aquí y ahora.
El propio Christiaan Huygens hubiese dado cualquier cosa por conocer de cerca
a su mundo. Vale la pena detenerse un momento a pensarlo: enviar una máquina
hasta el mayor escolta de Saturno fue una hazaña prodigiosa. Una larga
cadena de pasos muy precisos. Nada podía fallar. Y nada falló.
A no dudarlo: correr el velo de Titán ha sido una de las hazañas
científicas más grandes de todos los tiempos. Algo que debe enorgullecer
a todos los habitantes de la Tierra.
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