Sáb 12.03.2005
futuro

HISTORIA DE LA CIRUGíA PLáSTICA

Cortar por lo bello

La cirugía estética, plástica, reconstructiva, o como sea, parece un signo de nuestra época ansiosa por rejuvenecer o mantener congelado el tiempo para siempre. Sin embargo, esta práctica se remonta, aunque parezca mentira, a muy antiguas civilizaciones como la egipcia o la hindú: su función era arreglar narices, orejas y deformaciones varias, para poner a punto, en fin, un cuerpo dañado por la guerra o por las inclemencias de la nada amable vida de entonces. Hoy, si bien debe su fama al uso banal (si es que se puede llamar banal al hecho de sentirse bien con el cuerpo), sigue cumpliendo su tarea de fondo: restaurar y reparar. Lo cual, si se piensa, también es una función estética; la más básica y profunda de todas.

Por Enrique Garabetyan

Un rápido ejercicio de asociación libre: cierre los ojos, cuente hasta tres y piense en las palabras “cirugía plástica”. ¿Listo? Repasemos. Seguramente, por su mente desfilaron modelitos en la playa, lolas de conductoras de TV, narices de actores y/o nalgas de ex ministros. Pues bien, faltó algo. Resulta que la cirugía plástica –tan asociada a la moda de las últimas décadas– tiene una milenaria y prestigiosa historia previa a su actual momento fashion. Y si hoy está muy asociada a cierta estética light, hay que recordar que es una especialidad médica que nació y se desarrolló con un perfil muy diferente. Sirve recordar que sus mayores avances se registraron en las postrimerías de las dos guerras mundiales, cuando los cirujanos militares tenían una interminable demanda de heridos, inválidos y mutilados tratando de recobrar algo más que su vida pre-bélica.

LA RESTAURACION

A diferencia de otras especialidades de la medicina, su origen más certero –en historia y geografía– puede rastrearse bastante más allá de la antigua Grecia y se ubica en las manos de los médicos egipcios e hindúes. Así, las primeras referencias a la cirugía plástica reconstructiva pueden descifrarse leyendo el papiro de Edwin Smith, cuya versión primigenia se supone que fue escrita hacia el año 3000 a.C. Este documento era una especie de texto de cabecera para los cirujanos que servían en la corte del faraón y allí se describen detalles de distintos manejos quirúrgicos posibles para solucionar el trauma facial, incluyendo la fractura de mandíbula y de nariz.

El otro candidato a la paternidad de la especialidad proviene de Oriente. Y varios historiadores señalan que el verdadero lugar de nacimiento de la cirugía reconstructiva es la India, alrededor del año 600 a.C. De esa época data un antiguo texto sánscrito de medicina, el Susruta-samhita, donde el cirujano Susruta describe docenas de instrumentos quirúrgicos y detalla muchas operaciones entre las que se destacan las dos más comunes: extirpar cálculos y reconstrucción de nariz. ¿Y por qué esta última era tan practicada por los médicos? Pues porque en la antigua India cortar la nariz era un castigo común para adúlteros y criminales. Y la reparación del daño no sólo era muy demandada sino que, además, los especialistas parecen haber logrado buenos resultados. La operación de restauración incluía extraer colgajos de piel de la frente o de las mejillas a los que había que darle la forma necesaria para luego aplicarlos sobre el resto del apéndice mutilado. Todo eso mientras el paciente permanecía bajo la anestesia de bebidas fermentadas.

Si saltamos hasta los aportes de las civilizaciones clásicas, vale detenerse en dos capítulos de la magna obra de Oribasius, un bizantino que durante el cuarto siglo de nuestra era compiló una amplísima enciclopedia, la Synagogue Medicae. Allí se dedicó a puntualizar secretos y mañas de las reparaciones cutáneas, el uso de injertos y las mejores técnicas de sutura de piel en la nariz, cejas, frente y mejillas. Y no olvidó recordarle al cirujano la importancia de considerar el cartílago a la hora de operar sobre orejas y narices.

LOS PECHOS DE ORIENTE

Como ocurrió en otras ramas científicas, tras la disolución del Imperio Romano comenzó una edad sombría para la cirugía en general. Pero antes de hundirse en los años de mayor oscurantismo aparece un precedente curioso: una de las primeras cirugías estéticas ligada al jet set. Ocurrió a principios del siglo VIII, cuando Justiniano II gobernaba Constantinopla. El hombre –luego de una violenta revuelta– perdió el poder y su nariz, por lo que se ganó el mote de “Rhinotmetus” (el de la nariz cortada). Justiniano recuperó su trono una década más tarde y diversas estatuas muestran en su frente una larga cicatriz, fuerte indicio de que el emperador se había sometido a una reconstrucción facial.

Pero, inevitablemente, el progreso médico tendía a detenerse. En el mundo occidental, la cirugía plástica –y la general también– sufrió su golpe mayor durante el siglo XIII, cuando el papa Inocencio III prohibió a los miembros de la Iglesia la práctica de operaciones quirúrgicas, y como los médicos de la época tampoco la consideraban demasiado recomendable (no era inteligente contradecir la opinión papal, como lo probarían Giordano Bruno, Galileo, etc.), su escasa actividad quedó restringida a los barberos. Durante este período fue la cultura árabe la encargada de mantener y perfeccionar las tradiciones y secretos de esta práctica.

Hay que esperar hasta el siglo XV para encontrar un nuevo e importante -aunque corto– renacimiento en el favor popular de la cirugía plástica, fenómeno que se dio en simultáneo en Occidente y en Oriente. En este último caso se destaca el texto Cerrahiyet-ul Haniyye (Cirugía Imperial). Este es el primer libro ilustrado de la medicina turca e islámica y allí su autor, Serafeddin Sabuncuoglu, describe el tratamiento para la ginecomastia (remover tejidos del pecho con fines cosméticos en el hombre), técnicas que son las precursoras de una las operaciones estéticas más demandadas de la actualidad: la mamoplastia.

Mientras tanto en Occidente, durante varias décadas, la cirugía plástica mantuvo su impulso gracias a los bisturís de los Branca, una familia de especialistas sicilianos que transmitían los secretos de profesión de padre a hijo. A ellos se debe el uso de injertos de tejidos extraídos del brazo para reconstruir una nariz. Pero los avances quirúrgicos sufrieron un nuevo corte violento –y hasta un retroceso– a fines del XVI, cuando se diseminó una idea muy particular: la teoría de la “simpatía” (la relación patológica de algunos órganos que no poseen conexión directa). Así, se creía que si una persona recibía un trasplante de tejido de otra persona, la suerte del injerto seguiría acompañando el devenir de la vida del donante. Por ejemplo, si posteriormente éste moría, la reconstrucción también fracasaría. A pesar de que trasladar tejidos de otra persona u otra especie animal no era algo precisamente común en la práctica médica del Renacimiento, lo cierto es que la cirugía reconstructiva se estancó por otros doscientos años.

El re-despegue vendría –una vez más– desde la India. En 1794, un cirujano británico, Lucas, publicó una carta en la Gentleman’s Magazine. Allí relataba cómo un habilidoso médico hindú había reconstruido la nariz de un prisionero de guerra mutilado, usando un colgajo de piel de la frente. El procedimiento, se sorprendía Lucas, fue demostrado frente a dos cirujanos de las fuerzas expedicionarias británicas que miraban la operación con cierto azoramiento. La idea prendió en Europa y, pocos años después, otro médico inglés, Joseph Carpue, la ensayaba sobre cadáveres para ponerla en práctica, ya a principios del siglo XIX, sobre la herida de un oficial cuyo puente nasal había sido brutalmente tajeado con una espada. La maniobra le tomó 15 minutos y fue exitosa. En 1816, Carpue publicó un opúsculo resumiendo sus ensayos. Posiblemente haya leído este texto el mejor cirujano alemán de la época, Karl Ferdinand von Gräfe, que, a su vez, en 1818 escribió un libro cuyo nombre es señero: Rhinoplastik. Dos décadas más tarde, Eduard Zeis fue el autor de otro texto dondeempleaba por primera vez en la historia los términos plastischen chirurgie. Por supuesto, hay que agregar que no fueron indiferentes a la expansión de la especialidad los notables avances en materia de asepsia y anestesia que se sucedieron a fines del XIX.

CIRUJANOS TRABAJANDO

Pero el éxito técnico no significaba “prestigio”. Y a principios del XX todavía eran pocos los médicos que se tomaban la cirugía plástica, ya fuera reconstructiva o estética, muy en serio. No se consideraba un procedimiento vital y el prestigio académico se obtenía en otras especialidades. Era por entonces muy frecuente que los desfigurados en combate o accidentes recurrieran al uso de crudas máscaras faciales hechas en tela para evitar el rechazo social.

Entonces llegó el vendaval de la Primera Guerra Mundial que generó una interminable legión de mutilados de todo tipo y gravedad. Eso explica que se desarrollara toda una serie de subespecialidades de cirugía reconstructiva –entre las que destacaba la maxilofacial, como directo resultado de la guerra de trincheras– y se difundiera una larga serie de perfeccionamientos técnicos.

Claro que, además, hubo que inventar y organizar servicios específicos dedicados a desarrollar una metodología de trabajo en equipo que incluían hasta cirujanos dentales. Así, entre las consecuencias de esa triste realidad, se anota el hecho de que subió enormemente el prestigio de la cirugía plástica tanto entre el público como dentro del mismo colectivo médico.

Por supuesto, este fenómeno se repitió (potenciado) durante la Segunda Guerra Mundial. Basta recordar que, antes de 1939, en los Estados Unidos no había más de una veintena de facultades de Medicina que contaban con cátedras y personal dedicados a la cirugía plástica. Sin embargo, una década más tarde, el número de escuelas de la especialidad ya superaba las setenta. También ayudaron a la buena prensa de estas intervenciones los avances colaterales en anestesia, el uso del plasma y de la penicilina, y las sulfonamidas contra las infecciones. Todos estos factores disminuyeron a prácticamente cero la tasa de mortalidad durante una cirugía reconstructiva.

De la década del ‘60 hacia el presente pueden destacarse arbitrariamente dos fenómenos. Por el lado de lo técnico, resalta la llegada de la microcirugía, incluyendo el complejo instrumental que requiere de especial destreza de la mano del profesional. Y, por el flanco de las tendencias, aparece el fuerte auge de la cirugía cosmética, desplazando en popularidad a la estrictamente reparadora. De este fenómeno las cifras son bastante conocidas y basta pasar por un quiosco veraniego para ver en las tapas de revistas un desfile de casos notables.

Hace unos meses, una encuesta internacional hecha por la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética recopiló datos de 50 países. Y allí ubicaba a la Argentina en el quinto lugar del ranking con la mayor cantidad de intervenciones estéticas. Para curiosear, se detallan en el paper cuáles son las tres cirugías más pedidas por los argentinos: el lifting de rostro, un retoque de párpados y el estiramiento de la frente. Pero ése es otro tema y ya es hora de suturar el final de esta historia.

MADE IN ARGENTINA

En el pasado de la cirugía plástica argentina se destaca un puñado de médicos que, ya en las primeras décadas del siglo XX, abordaron patologías que exigían la aplicación de procedimientos plásticos. Así, en la Biblioteca de la Facultad de Medicina de la UBA, es posible rastrear algunas tesis de doctorado vinculadas a la utilización de injertos de piel y a la corrección de deformidades post-traumáticas y congénitas, ademásdel tratamiento de grandes quemaduras. Hubo también cirujanos argentinos atendiendo en Europa a los heridos de la Primera Guerra Mundial. Ellos, al regresar, sumaron un gran know how sobre estas prácticas reparadoras. Dos nombres destacados de esa época son Pedro Chutro y Salvador Marino. Hacia 1940 se consolida el interés profesional por la cirugía plástica y a partir de allí, aun a riesgo de dejar de lado muchos nombres importantes, es posible destacar a Oscar Ivanisevich y a Héctor Marino. Además, por supuesto, a Enrique y Ricardo Finochietto, el equipo de hermanos cirujanos que aportó una larga serie de técnicas e inventos que dieron la vuelta al mundo. En 1952 se creó la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica y otro hito importante se registra en 1955, cuando se crea el Instituto de Quemados, Cirugía Plástica y Reparadora.

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