RECUERDOS (QUE AUN FUNCIONAN) DEL PROGRAMA APOLO
› Por Mariano Ribas
Entre 1969 y 1972, doce astronautas caminaron por esos polvorientos y abrasadores suelos grises. Pero luego, nunca más volvimos. La Luna parece añorar aquellos tiempos cuando recibía visitas a menudo. Y tal vez por eso, ha sabido guardar, muy celosamente, los recuerdos del legendario programa Apolo. Son los rastros mudos de una epopeya extraordinaria: huellas humanas intactas, restos de módulos lunares, banderas que no pueden flamear, herramientas abandonadas y hasta unos cuantos instrumentos científicos. Hace añares que casi todos esos artefactos han dejado de funcionar. Casi todos, porque a pesar de las décadas y el olvido, todavía hay unos pocos que siguen siendo tan útiles como al principio: son los Espejos de la Luna.
El Apolo 11 y su retrorreflector
Cuando Neil
Armstrong y Edwin Buzz Aldrin alunizaron en el Mar de la Tranquilidad,
durante aquel histórico 21 de julio de 1969, todo un planeta les seguía
los pasos. Durante aquellas horas inolvidables en ese mundo virgen para la humanidad,
los dos astronautas caminaron, dieron saltos enormes (aprovechando la débil
gravedad de la Luna), sacaron fotos, filmaron, juntaron kilos y kilos de rocas,
y hasta se dieron el gusto de instalar el primer sismógrafo extraterrestre.
Y algo más: cuando apenas les faltaba una hora para volver al módulo
Eagle que los llevaría a la órbita lunar, donde Michael
Collins los esperaba en una cápsula para volver a casa, Armstrong
y Aldrin dejaron un extraño artefacto en el suelo (ver foto). Y allí
quedó. Era un panel, de sesenta centímetros de ancho, formado
por cien espejitos. Sólo eso. Nada de cables, sensores, motores o baterías.
Ahora bien: ¿para qué podría servir semejante y tan sencillo
engendro? La respuesta podía adivinarse en su extenso nombre técnico:
Panel Retrorreflector Lunar de Medición Láser.
De la Tierra a la Luna
En realidad,
el aparato formaba parte de un flamante programa científico de la NASA,
cuyo objetivo era medir la distancia Tierra-Luna con una precisión inédita.
El plan era relativamente simple: enviar un rayo láser desde aquí
para hacerlo rebotar allá en el retrorreflector (su diseño óptico
haría volver al haz de luz en línea recta hacia su fuente de emisión).
Si se medía con cuidado el tiempo de ida y vuelta del láser, se
lo multiplicaba por la velocidad de la luz (300 mil km/seg) y se dividía
ese resultado por dos, se obtendría la distancia a la Luna en ese mismo
instante, y con margen de error de apenas 2 centímetros (nada en los
casi 400 mil kilómetros que nos separan de ella). De más está
decir que para pegarle al retrorreflector desde la Tierra, haría falta
una puntería por demás exquisita. Por eso, la NASA decidió
que el láser se emitiría con la ayuda del telescopio (de 70 centímetros
de diámetro) del Observatorio McDonald, en Texas.
Mas espejos
El programa se puso en marcha inmediatamente después del
Apolo 11. Y al poco tiempo, se vio reforzado con el aporte de otros telescopios,
pero fundamentalmente gracias a la instalación de nuevos retrorreflectores
en la Luna: en febrero de 1971, los astronautas del Apolo 14 colocaron uno en
Fra Mauro, la accidentada región donde alunizó aquella
misión. Y cinco meses más tarde, sus colegas del Apolo 15 instalaron
uno tres veces más grande, muy cerca de la famosa Fisura de Hadley,
una enorme grieta de 300 metros de profundidad que está en un borde del
Mar de las Lluvias. Gracias a su mayor tamaño, este súper
espejo lunar se convirtió en el blanco favorito del programa. Un programa
que hoy sigue funcionando y que ha revelado algunas cosas sumamente interesantes.
Por siempre
Sin dudas, el dato más jugoso es que la Luna se está alejando
de nuestro planeta a paso lento, pero seguro: 3,8 centímetros por año.
Este crecimiento de la órbita lunar se debe fundamentalmente a la interacción
gravitacional léase las mareas terrestres, causadas por el satélite
que transfiere energía cinética de la Tierra a la Luna (este mismo
fenómeno hace que la rotación terrestre se haga 2 milisegundos
más lenta con cada siglo). Por otra parte, los mismos datos sugieren
que el corazón de la Luna sería líquido. Mirando al futuro,
la NASA tiene previsto sumar un nuevo integrante al equipo de monitoreo lunar:
el Apache Point Observatory Lunar Laser-ranging Operation, cuya sigla, nada
casual, es APOLLO. El observatorio, que será instalado en
Nuevo México, Estados Unidos, contará con un gran telescopio (3,5
metros de diámetro) y un láser de última generación.
Y gracias a estas nuevas herramientas, las mediciones tendrán una precisión
aún mayor: de aquí a un par de años, será posible
calcular la distancia a nuestro satélite con un error máximo de
2 o 3 milímetros.
Han pasado más de treinta años y esos tres espejos siguen funcionando.
Están allí, exactamente en los mismos lugares que los dejaron
los astronautas. Y allí seguirán por siempre, más allá
de lo que aquí ocurra. Piénselo la próxima vez que salga
a mirar la Luna.
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