› Por Mariano Ribas
El desafío es intelectualmente
irresistible: enfrentar los más profundos enigmas de la existencia. Desde
siempre, ése ha sido el motor de la astronomía. Una ciencia que
nació en el mismo momento en que alguien, por primera vez, y quién
sabe cuándo o dónde, levantó la vista al cielo con mirada
curiosa y temeraria. Durante los últimos siglos, y a fuerza de inteligencia
y astucia, la especie humana ha logrado acercarse a las extraordinarias leyes
y mecanismos que se esconden dentro de la maquinaria del universo. La misma
maquinaria que, entre otras cosas, permitió nuestra fortuita aparición.
Ahora sabemos que el lugar donde vivimos es un minúsculo mundo de roca
y metal, que forma parte de un modesto sistema planetario, perdido a su vez
en los arrabales de una galaxia cuyas dimensiones se nos escapan conceptualmente,
pero que casi no cuenta en un mar de espacio prácticamente vacío,
y que sólo está salpicado, muy de tanto en tanto, por miles de
millones de galaxias.
También sabemos que, casi con seguridad, todo pero absolutamente
todo comenzó hace unos 14 mil millones de años, con el estallido
de algo infinitamente denso y caliente. Y que, desde entonces, el cosmos no
ha hecho otra cosa que crecer sin parar. No está mal, pero todavía
falta mucho: en esta edición de Futuro, vamos a acercarnos a algunas
de las cuestiones centrales que, de la mano de nuevas técnicas e instrumentos,
alimentarán la llama de la astronomía durante las próximas
décadas.
PROXIMO
DESTINO: EL SISTEMA SOLAR
Nuestro repaso por la futura agenda astronómica irá
de menor a mayor. Comencemos, entonces, por las cuestiones más domésticas:
sin dudas, estamos viviendo una de las etapas más interesantes de la
exploración del Sistema Solar. Sin ir más lejos, hace más
de un año que los exploradores robot Spirit y Opportunity (NASA) vienen
recorriendo varios kilómetros en la superficie de Marte. Y en todo este
tiempo, estos infatigables prodigios científicos han transmitido a la
Tierra pilas de imágenes del paisaje marciano (que podemos encontrar
ahora mismo en Internet), y cosechando múltiples evidencias geológicas
que delatan la presencia de agua líquida en el remoto pasado del planeta
rojo. Mientras tanto, a cientos de kilómetros de altura del suelo marciano,
el Mars Global Surveyor, el Mars Oddyssey (ambos de la NASA) y el Mars Express
(de la ESA, la Agencia Espacial Europea) siguen escudriñando desde lo
alto cada rincón del planeta, con instrumentos de precisión casi
quirúrgica. Así, por ejemplo, la nave europea ha detectado apreciables
cantidades de metano en la atmósfera de Marte, un gas que podría
sólo podría ser la señal metabólica
de bacterias marcianas. Todo un tema. Mucho más lejos, en el imperio
anillado de Saturno, la sonda estadounidense Cassini sigue (y seguirá)
haciendo de las suyas, luego de haber despachado, en enero, a su socia europea,
la Huygens, hasta la superficie de Titán, la mayor luna del sexto planeta.
Recientemente, Cassini ha descubierto que Encelado, otro satélite de
Saturno, tiene una fina atmósfera de vapor de agua. Y mientras todo esto
ocurre, otra máquina no tripulada, la sonda Messenger (Mensajero)
continúa con su largo y complicado derrotero interplanetario que, finalmente,
la colocará en órbita de Mercurio en 2011.
Afortunadamente, toda esta fiebre de exploración planetaria no hará
otra cosa que acentuarse en el futuro cercano. La agenda a corto plazo de la
NASA incluye una misión a Venus, y otra a Europa, la enigmática
luna de Júpiter que esconde un océano de agua líquida por
debajo de su corteza helada. Y si todo marcha bien, el año que viene
despegaría la tan esperada New Horizons, una nave que, hacia
2016, visitaría por primera vez a Plutón, el único planeta
que jamás hemos visto de cerca. Varios cometas yasteroides también
recibirán visitas, e incluso, se desarrollarán programas de defensa
ante posibles impactos contra la Tierra. Y por supuesto, las misiones a Marte
continuarán, y serán cada vez más habituales y complejas.
Durante las próximas dos décadas, y con intervalos de dos años,
la NASA, la ESA, y probablemente también rusos, chinos y japoneses, enviarán
nuevas sondas que se colocarán en órbita del planeta, y más
vehículos de superficie, que serán más inteligentes
que Spirit y Opportunity.
Como broche de oro de toda esta avanzada marciana, es muy probable que hacia
fines de la década de 2020, se produzca el tan ansiado desembarco del
hombre en Marte. Será una fabulosa empresa multinacional, y marcará
un hito extraordinario en la historia de la humanidad, una hazaña que
recordarán generaciones y generaciones durante los próximos siglos.
EN
LA MIRA
La búsqueda de planetas alrededor de otras estrellas es,
por lejos, uno de los temas más calientes de la astronomía moderna.
Hoy en día, la lista de planetas extrasolares conocidos ya supera los
160 ejemplares. E incluye soles con 2, 3 y hasta 4 acompañantes conocidos
(tal el caso de las estrellas 55 Cancri y Upsilon Andromedae). Y salvo dos o
tres casos (como los recientemente detectados por el Telescopio Espacial Spitzer,
y el VLT, el monstruo europeo instalado al norte de Chile), todos los demás
nunca han sido observados directamente (cosa prácticamente imposible,
debido al efecto cegador de sus estrellas), sino que su presencia ha sido inferida
a partir del ligerísimo bamboleo que cada uno de ellos provoca
gravitacionalmente en sus soles. Al parecer, serían inmensos mundos gaseosos,
y la mayoría tendría varias veces la masa de nuestro Júpiter
(cosa que hace fácil su detección). Otro dato que llama mucho
la atención es que un tercio de ellos se ubica extremadamente cerca de
sus estrellas (en órbitas mucho más chicas que las de Mercurio),
tardando apenas unos días en dar una vuelta a su alrededor. En suma:
mundos enormes en órbitas muy apretadas, algo completamente distinto
a lo que ocurre en el Sistema Solar.
Hasta ahora, la pesquisa de planetas extrasolares sólo está reservada
a algunos de los telescopios más grandes de la Tierra, como los famosos
gemelos Keck I y II, en Hawai (dos colosos óptico-mecánicos de
400 toneladas, equipados con espejos de 10 metros de diámetro). Pero
en los años por venir, se sumarán nuevos aparatos, cada vez más
sofisticados. Su principal objetivo, obviamente, será observar planetas
en forma directa, y muy especialmente, encontrar aquellos más pequeños,
al estilo de la Tierra o Marte (algo que todavía no se ha logrado). Y
de ser posible, también, analizar espectroscópicamente su luz,
para deducir sus características y la posible presencia de atmósferas.
En síntesis: buscar mundos aptos para la vida.
Una de las claves de la estrategia a seguir, será observar especialmente
en el rango del infrarrojo, donde, dada su temperatura, estos planetas serían
más brillantes y fáciles de detectar que en luz visible. Y una
de las principales herramientas en esta aventura de descubrimiento será
el sucesor del veterano Hubble: el New Generation Space Telescope
(Telescopio Espacial de Nueva Generación), también conocido como
NGST, su sigla en inglés. Este súper ojo, del tamaño de
un pequeño edificio y equipado con un espejo de 6 metros de diámetro,
sería lanzado por la agencia espacial estadounidense en 2011. Y no sólo
podría encontrar pequeños planetas, sino también sistemas
enteros en pleno proceso de formación. En la misma dirección marchan
otros proyectos que irán concretándose de aquí a una o
dos décadas. Por lejos, el más ambicioso y prometedor es el Terrestrial
Planet Finder (Buscador de Planetas Terrestres), o TPF, una red de 4 telescopios
espaciales, de 3,5 metros dediámetro, que se ubicarían en el espacio,
a cientos de metros uno de otro. Sumando su capacidad colectora de luz, y fundamentalmente
su resolución angular, este cuarteto de la NASA podría fotografiar,
sin ningún problema, planetas del tamaño de la Tierra en cualquier
estrella ubicada en un radio de 50 años luz.
TAN
ESQUIVO COMO UN AGUJERO NEGRO
Como no podía ser de otra manera, los agujeros negros son
otro de los puntos cruciales para la astronomía por venir. Una de las
predicciones más impresionantes de la Teoría General de la Relatividad
es que podrían existir objetos tan pesados, densos y compactos, que la
intensidad de su campo gravitatorio impediría, incluso, el escape
de la luz. Y bien, existen, y por lo antes dicho se llaman así. Los agujeros
negros clásicos se forman luego del colapso gravitatorio
que sufren las estrellas muy masivas al final de sus vidas: luego de estallar
como supernovas, sus pesadísimos núcleos quedan comprimidos en
un volumen irrisorio. Así nacen estas criaturas. Por definición,
estas cosas no pueden observarse, y la única manera de detectarlos es
prestando atención a los efectos gravitacionales que producen en su poco
feliz entorno. Los casos más emblemáticos son aquellos donde una
estrella bien visible es tironeada de aquí para allá
por algo que no se ve. Otras veces, lo que se detecta es una descomunal emisión
de rayos X y rayos gamma (las radiaciones más energéticas de la
naturaleza), y que son el resultado de un terrible acto de canibalismo estelar:
la impiadosa gravedad del agujero negro le arranca continuamente materia a una
estrella vecina, y esos gases robados se arremolinan alrededor de la bestia
invisible, formando un disco ultracaliente (de donde proviene la radiación
X y gamma) que termina cayendo en su interior.
Durante los últimos veinte años, y a partir de estos indicios,
se han encontrado montones de agujeros negros desparramados en distintas partes
de la Vía Láctea. E incluso, en su mismísimo corazón:
a mediados de los `90, un grupo internacional de astrónomos descubrió,
allí metido, un colosal agujero negro de 3 millones de masas solares.
Este impresionante espécimen no parece ser el único. En realidad,
grandes galaxias vecinas, como Andrómeda o Centauro A, esconden otros
tan o más masivos. Pero el que se lleva todos los aplausos es el súper
agujero negro de M 87, la descomunal galaxia elíptica que domina el gran
Cúmulo de Virgo. Al parecer, ese objeto tendría 3000 millones
de masas solares. No está del todo claro cómo se han formado estos
descomunales engendros. Hay quienes piensan que surgieron muy temprano en la
historia de las galaxias, a partir de la aparición de un agujero negro
normal, que con el tiempo fue engordando gracias a la ingesta descontrolada
de estrellas y masas de gas cercanas. O tal vez, a partir de la fusión
de varios agujeros negros.
Para aclarar lo tantos, la NASA está considerando varios proyectos destinados
a estudiar la formación y evolución de agujeros negros chicos,
medianos y grandes. El Observatorio Constelación X, por ejemplo,
será un equipo de cuatro telescopios espaciales de rayos X, que, combinados,
tendrán una precisión admirable y una sensibilidad inédita
a este tipo de radiación. Y estaría funcionando hacia fines de
la década de 2010. Otro buscador de agujeros negros será el Energetic
X-Ray Imaging Survey Telescope, un instrumento que se colocará
dentro de unos años a bordo de la Estación Espacial Internacional.
E incluso, también se está pensando en redes de antenas ultrasensibles,
capaces de detectar las potentes ondas gravitatorias resultantes de la fusión
de dos de estas criaturas. Por lo visto, el futuro asoma un poco más
luminoso en materia de agujeros negros, lo que, por cierto, resulta paradójico.
HACIA
EL AMANECER COSMICO
A partir de evidencias bastante confiables, como las obtenidas
en los últimos años por el WMAP (un telescopio espacial de microondas
que ha estudiado con lujo de detalles la radiación de fondo cósmico),
los cosmólogos suponen que las primeras galaxias (y estrellas) del universo
nacieron unos 200 millones de años después del Big Bang, es decir,
hace unos 13.500 millones de años. Y justamente, llegar a observar esas
estructuras pioneras será uno de los objetivos astronómicos más
deseados. No olvidemos que cuanto más lejos miramos en el espacio, más
atrás miramos en el tiempo. O sea: si podemos ver una galaxia que está
a unos 13 mil millones de años luz de distancia, esa imagen (pálida
y difusa) tendrá justamente esa antigüedad, porque ése es
el tiempo que ha tardado su luz en llegar hasta aquí. Pero hay otro detalle
a tener en cuenta: la expansión del universo ha estirado
tanto la longitud de onda de los fotones provenientes de aquellas primeras galaxias,
que, por ejemplo, la luz visible originalmente emitida ahora nos está
llegando como luz infrarroja. No es raro, entonces, que uno de los principales
instrumentos que se dedicará a tan alucinante tarea sea el NGST antes
mencionado, especialmente ideado para observar el cosmos en luz infrarroja.
Pero el NGST contará con poderosos aliados terrestres, que analizarán
en detalle la débil radiación que nos llega desde esas lejanísimas
galaxias. Ya se habla de telescopios ópticos que dejarán en ridículo
a los más grandes de la actualidad. Aparatos con espejos de 30, 50 y
hasta 100 metros de diámetro, como el OWL, el coloso que sueñan
construir, hacia mediados de este siglo, los visionarios astrónomos del
ESO, el Observatorio Europeo del Sur. Así, por primera vez, la humanidad
podrá asistir al amanecer del universo moderno.
ORIGEN
Y DESTINO
Lo de moderno tiene que ver con la existencia de galaxias,
porque hubo una época previa en las que esas islas de estrellas se gestaron:
fue la Edad Oscura, un período que comenzó con la
formación de los átomos (el proceso que desencadenó la
emisión de la famosa radiación de fondo), unos 380
mil años después del Big Bang, y que finalizó unos 200
millones de años después, con las galaxias ya formadas a partir
de la suma gravitatoria de enormes nubes gaseosas. Es justamente en esa fundamental
ventana temporal donde se zambullirán los telescopios del futuro, con
la esperanza de ver los desordenados ladrillos gaseosos que dieron forma a esas
maravillas espiraladas, elípticas, anulares e irregulares que pueblan
el universo desde entonces.
Uno de los descubrimientos científicos más sensacionales de los
últimos tiempos ha sido la aparente aceleración en la expansión
del universo, iniciada hace 13.700 millones de años con el Big Bang.
Y la aparente responsable de semejante insolencia cósmica (hasta fines
de los años 90, nadie esperaba que el universo acelerara, sino
todo lo contrario) parece ser la llamada energía oscura,
una misteriosa entidad que, en pocas palabras, podría definirse, precisamente,
como el lado oscuro de la fuerza de gravedad; o una antigravedad.
Otra oscura cuestión es la materia también llamada oscura,
que parece superar a la materia normal en una relación de
5 a 1 o más, y que actúa como argamasa en la estructura de las
galaxias y de los cúmulos galácticos. El punto es que conocer
mejor las propiedades de estas oscuras entidades será fundamental para
resolver una cuestión mayúscula: el destino del universo. ¿Habrá
expansión eterna? ¿O todo terminará en una feroz contracción,
el famoso Big Crunch? Por ahora, todo indica que la poca cantidad
de materia (y en consecuencia, gravedad), sumada a la acción repulsiva
de la energía oscura, desembocarán inevitablemente en un universo
desbocado, que jamás detendrá su marcha, y será cada vez
más grande, frío y oscuro, pura inmensidad en expansión.
Detodos modos, todavía no hay grandes certezas, y serán necesarias
varias décadas de mediciones, análisis y observaciones a cargo
de instrumentos cada vez más agudos, aparatos que junto a la inteligencia
humana, sumarán fuerzas para develar la suerte final de todo lo que existe.
El futuro de la astronomía luce sumamente prometedor. Durante las próximas
décadas, seremos testigos de fabulosos progresos en el conocimiento del
universo, a pequeña, mediana y gran escala: una verdadera revolución
científica comienza a insinuarse por detrás del horizonte.
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