Sáb 20.08.2005
futuro

EL PRIMER ASTEROIDE TRIPLE DEL SISTEMA SOLAR

Las lunas de Sylvia

Sylvia es pura extravagancia. Aunque en realidad sea un asteroide, parece un mundito de roca pelada, con una silueta tan poco agraciada que, en el mejor de los casos, alguien podría considerarla el monumento astronómico a la papa. Allí, los días apenas duran cinco horas, pero los años son seis veces más largos que los nuestros. Y la superficie es tan fría, triste y oscura, que da calambre de sólo pensarlo. En realidad, Sylvia se parece mucho a sus compañeros del “Cinturón de Asteroides”, ese inmenso rebaño de escombros espaciales que gira alrededor del Sol, entre las órbitas de Marte y Júpiter. Sin embargo, los astrónomos acaban de encontrarle un nuevo rasgo que le da un singular toque de distinción: tiene dos pequeños satélites. Y eso lo (o “la”) convierte en el primer “asteroide triple” descubierto en el Sistema Solar. La historia de Sylvia y sus lunas no sólo es curiosa sino que también echa algo más de luz sobre la misteriosa naturaleza de estas exóticas criaturas que, silbando bajito, deambulan por nuestra comarca planetaria.

Asteroide premium

El asteroide 87 Sylvia, tal su nombre oficial, es un clásico entre los de su especie. Fue descubierto durante la noche del 16 de mayo de 1866 por el astrónomo británico Norman Pogson desde el Observatorio de Madras, India. Y, tal como sugiere su etiqueta, ocupó el número 87 en la lista de asteroides conocidos (actualmente ya se han catalogado más de 40 mil). Por entonces era bastante habitual bautizar a los nuevos asteroides con nombres mitológicos femeninos. Y Pogson siguió la tradición: teniendo en cuenta una lista que le acercó su colega Sir John Herschel (hijo de William, el descubridor de Urano), tomó el nombre de Rhea Sylvia, la madre de Rómulo y Remo, los míticos fundadores de Roma (y atención con esos nombres). Y bien, ocurre que Sylvia resultó ser todo un asteroide premium: con casi 400 kilómetros de diámetro en su eje mayor, es uno de los cinco integrantes más grandes del famoso “Cinturón”. A una distancia media del Sol de algo más de 500 millones de kilómetros (más del triple que la Tierra), esta súper roca espacial tarda seis años y medio en dar una vuelta a su alrededor. Sin embargo, sus días son cortísimos: la rotación de Sylvia es de apenas 5 horas y 11 minutos. Evidentemente tiene un identikit numérico bastante llamativo. Pero eso sólo no justificaría su rimbombante entrada por la puerta grande de la astronomía.

Rómulo y Remo

Casi un siglo y medio más tarde de su descubrimiento, Sylvia dio el gran batacazo. Todo comenzó en el 2001, cuando un equipo internacional de astrónomos (encabezados por Michael Brown, ni más ni menos que el descubridor del “décimo planeta”, ver Futuro 6/8/05) se despachó con el hallazgo de un diminuto compañero del asteroide: era un objeto de escasos 18 kilómetros de diámetro, que, a más de mil kilómetros de distancia, tardaba 88 horas en dar una vuelta alrededor de Sylvia. Una lunita, o más precisamente, un lunoide. No estaba mal, pero no era tan raro, al fin de cuentas ya se conocían decenas de casos similares (entre ellos, el célebre par Ida-Dactyl, descubierto por la sonda Galileo en 1993).

Pero Sylvia tenía otro as bajo su manga orbital. Y justamente ese as marcó la diferencia: después de dos meses de espiar al gran asteroide con la ayuda del monumental Yepún, una de las cuatro cabezas del Very Large Telescope (el monstruo europeo instalado en la cima de Cerro Paranal, Chile), el norteamericano Franck Marchis (Universidad de California) y tres colegas franceses del Observatorio de París dieron con otro objeto, más chico y más cercano. Según sus cálculos, recientemente publicados en Nature, el segundo lunoide de Sylvia mide 7 kilómetros, y completa una vuelta cada 33 horas, a una distancia media de 710 kilómetros. “Los astrónomos han estado buscando asteroides múltiples durante muchos años, y no puedo creer que finalmente hayamos encontrado uno”, dice Marchis.

¿Nombres para las criaturas? Teniendo en cuenta el nombre del asteroide “madre”, su propuesta fue inmediatamente aprobada por la Unión Astronómica Internacional: como corresponde, las lunas de Sylvia se llaman Rómulo y Remo.

Pilas de cascotes

El inédito caso del “asteroide triple” viene con un importante valor agregado. Por un lado, las ultraprecisas observaciones de Marchis y los suyos han dado lugar al más acabado perfil de Sylvia: sus medidas son 380 x 260 x 230 kilómetros. Además, el cuidadoso seguimiento de los movimientos de sus lunoides –que siguen órbitas circulares y ecuatoriales– ha sido la clave para obtener dos datos preciosos: su masa y (teniendo en cuenta sus medidas) su densidad. “La densidad de Sylvia es apenas un 20 por ciento mayor a la del agua”, explica el científico. Poco, casi nada. Y eso encaja a la perfección con los modelos que describen a muchos asteroides como “pilas de cascotes”, débiles amalgamas de trozos de roca y agua congelada, débilmente unidos por la gravedad, y repletos de huecos interiores. “El 60 por ciento del volumen total de Sylvia podría ser espacio vacío”, dice el francés Daniel Hestroffer, coequiper de Marchis. Por último, la coherencia orbital de los dos lunoides hace pensar en un origen común para todo el sistema: probablemente, algo –otro asteroide o un cometa– destruyó al objeto original. Y mientras que la mayoría de los pedazos se agruparon, formando al actual Sylvia, otros restos quedaron dispersos, originando sus lunitas. Por eso, bien cabría esperar el descubrimiento de muchas otras, no sólo en Sylvia sino también en tantísimos otros asteroides aparentemente solitarios. Una vez más, la caja de sorpresas del Sistema Solar seguirá dando que hablar. Sólo es cuestión de tiempo.

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