Sábado, 15 de abril de 2006 | Hoy
LA MISION EUROPEA VENUS EXPRESS LLEGO A DESTINO
Por Mariano Ribas
Desde la distancia, luce cautivante e inofensivo: es ese manchón de luz blanca que en estos días arde en la alta madrugada en el cielo del Este. Parece un farol rabioso que se anticipa a la salida del Sol. Es el famoso “lucero”; el planeta más cercano a la Tierra. Y lleva el nombre de la diosa de la belleza, aunque, a decir verdad, Venus es el lugar más hostil que podamos imaginar. Y bien, hace apenas unos días, y después de un largo paréntesis, este mundo hermano, tan parecido y tan diferente al nuestro, ha vuelto a recibir visitas. Durante la mañana del martes, y después de un viaje de cinco meses, la sonda europea Venus Express llegó a su ansiado y exótico destino, iniciando una nueva y prometedora aventura de exploración espacial.
Cómodamente instalada en órbita venusina, la pequeña máquina estudiará la superficie del planeta, su posible actividad geológica, y muy especialmente su gruesa y pesadísima atmósfera, un manto amarillento que atrapa la radiación solar, disparando la temperatura superficial a niveles increíbles. Por si fuera poco, esa coraza gaseosa también está cargada de nubes de ácido sulfúrico. Visitar a Venus es visitar a un mundo loco, donde los días son más largos que los años. Y fundamentalmente, es visitar el lugar más parecido al infierno en todo el Sistema Solar.
La agencia espacial europea (ESA) viene pisando fuerte. Desde diciembre de 2004, su nave Mars Express está dando vueltas alrededor de Marte, buscando pistas de hielo subterráneo, y tomando imágenes de altísima definición del paisaje marciano. En enero del año pasado, la sonda Huygens (que viajó acoplada a la Cassini, de la NASA) llegó hasta la mismísima superficie de Titán, la súper luna de Saturno. Y ahora se le animó al segundo planeta de la familia solar: el pasado 9 de noviembre, la sonda Venus Express despegó impecablemente del cosmódromo de Baikonur, en Kazajstán. Y en la madrugada del martes, después de viajar 153 días –siguiendo una trayectoria curva de 400 millones de kilómetros– encendió sus motores a toda potencia, bajó su velocidad, y se dejó capturar por la gravedad venusina.
En estos días, los controladores de la misión –en el Centro de Operaciones Espaciales de la ESA, en Darmstadt, Alemania– irán modificando gradualmente la trayectoria de la Venus Express, hasta alcanzar su órbita polar definitiva (una elipse que la acercará a sólo 250 kilómetros del planeta, en un extremo, y la alejará hasta 66 mil kilómetros, en el otro). Así, a principios de mayo, la nueva maravilla europea comenzará realmente su tarea científica, que se extenderá, al menos, durante dos años de Venus (486 días nuestros). Es un doble hito: por un lado, es la primera nave de la ESA que llega a Venus; y por el otro, es el regreso a aquellos pagos después de 12 años (desde la Magallanes, de la NASA, que funcionó entre 1990 y 1994).
No por casualidad, Venus es el astro más brillante del cielo nocturno, después de la Luna: está cerca, es relativamente grande (casi tanto como la Tierra), y está envuelto por una atmósfera que refleja el 70 por ciento de la luz que recibe del Sol. Y es justamente esa atmósfera su rasgo más extraordinario: es 90 veces más densa que la nuestra, y está formada casi completamente por dióxido de carbono (CO2). El resultado de la fórmula es un “efecto invernadero” de proporciones monstruosas, porque la radiación solar entra, pero queda tan atrapada que la temperatura en la superficie ronda los 470C. Suficiente como para fundir plomo. Otras dos delicadezas: una, la presión atmosférica a nivel del suelo es verdaderamente aplastante, como la que sentiríamos bajo el agua a una profundidad de 900 metros. Dos, en esa misma atmósfera flotan inmensas y horrendas nubes de ácido sulfúrico, que la opacan y la tiñen de un muy venusino color amarillo. En esas condiciones, no resulta nada raro que las sondas soviéticas Venera (que llegaron hasta ese suelo infernal en los años ’70 y principios de los ’80) no hayan durado más que unos minutos antes de quedar completamente achicharradas.
Los finos espectrómetros de la Venus Express se ocuparán, como nunca antes, de esa atmósfera de pesadilla, tratando de revelar, entre otras cosas, su funcionamiento, su química, sus exóticos vientos (muy fuertes a gran altura, pero casi inexistentes a nivel del suelo), la formación de las dichosas nubes sulfurosas, e incluso la presencia de fuertes tormentas y hasta posibles y espectaculares rayos (tal como sugieren ciertos “flashes”, previamente observados por otras naves y hasta telescopios terrestres). Sin dudas, la navecita de la ESA disfrutará de un verdadero banquete de meteorología planetaria.
Una de las conclusiones más impactantes obtenidas por las antecesoras de la Venus Express (como la Magallanes o las Venera) es el costado geológico de nuestro ardiente vecino: su suave y ondulado relieve luce relativamente joven. Y está repleto de grandes volcanes (entre ellos, el espectacular Maat Mons, de 8000 metros de altura). A la luz de todo esto, los geólogos planetarios sospechan que Venus ha sufrido una suerte de “lifting” global durante los últimos 500 millones de años. Un fenomenal proceso volcánico que lanzó inmensas cantidades de gas fuera de la corteza, derramó materiales rocosos y fundidos –también provenientes de las entrañas del planeta– por toda la superficie. A pesar de ciertos indicios, no está del todo claro si todos esos volcanes están actualmente activos, o no son más que estructuras muertas, como las que se observan hoy en Marte. Los instrumentos de la nave europea estarán a la pesca de posibles emisiones gaseosas desde suelo venusino. E, incluso, hasta posibles terremotos. Quizá nuestro vecino aún conserve rasgos de su furia geológica de antaño.
A pesar de ser muy parecido a la Tierra en tamaño, masa, densidad y composición, el “lucero” es completamente distinto a nosotros en su atmósfera, su clima y su geología. Y el gran desafío de la Venus Express es averiguar, al menos en parte, el porqué de ese gran enigma planetario.
Venus Express es casi un calco de su colega la Mars Express que, desde fines de 2004, está en órbita de Marte. Pesa 700 kilos (sin contar el combustible), su cuerpo principal es un poco más grande que una heladera (1,5 x 1,8 x 1,4 m), y lleva anexados dos paneles solares, que estirados miden 8 metros de punta a punta. Dado que la nave deberá soportar temperaturas muy altas, está protegida por varias capas de material aislante. En su interior, la sonda europea lleva una computadora –con 12 Gb de memoria– que supervisará su funcionamiento general, y acumulará todas las imágenes y datos que irán obteniendo los 7 instrumentos científicos de a bordo: entre ellos, espectrómetros infrarrojos y ultravioletas, un magnetómetro, y una cámara de campo amplio, que tomará imágenes de la superficie, penetrando el manto de nubes al mirar a través de ciertas y muy específicas “ventanas infrarrojas”. Para comunicarse ida y vuelta con la Tierra, Venus Express lleva 4 antenas, dos de alta ganancia y dos de baja ganancia. Es la primera sonda de la Agencia Espacial Europea (ESA) que llega al segundo planeta del Sistema Solar.
Diámetro: 12.100 Km.
Distancia del Sol: 108 millones de Km.
Período orbital (año): 225 días terrestres
Período de rotación (día): 243 días terrestres.
Densidad: 5.24 g/cm3
Gravedad superficial: 90% de la terrestre (8.87 m/s2)
Temperatura superficial: 460°C
Presión atmosférica: 90 veces la terrestre (90 bar)
Atmósfera: 96% dióxido de carbono, 3% nitrógeno, y 1% vapor de agua, argón, helio, dióxido de azufre, etc.
Dato curioso: Venus rota al revés que la Tierra, así que el Sol sale por el Oeste. Además, lo hace muy lento. Tarda 243 días terrestres en girar sobre sí mismo. O sea: en Venus los días son más largos que los años.
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