BIOFILOSOFIA
Una nueva vuelta de tuerca al “DILEMA DEL HUEVO Y LA GALLINA”
› Por Federico Kukso
Tiene todos los condimentos de un buen chiste: los personajes, la situación, la pregunta, el remate. Pero no lo es. Se trata, quizá –y acá hay que recordar con puntillosidad el “quizá”–, de la resolución de una de las paradojas, dilemas o cómo se lo quiera denominar que dejó sin sueño a biólogos y curiosos desde la época de los antiguos griegos: “¿qué fue primero el huevo o la gallina?” Se necesitó de una ocasión (el lanzamiento de la película de animación Chicken Little de Disney en DVD), un filósofo de la ciencia (David Papineau del King’s College de Londres), un genetista (John Brookfield, Universidad de Nottingham) y ni más ni menos que de un criador de gallinas, Charles Bourns, para dar con la respuesta: primero fue el huevo.
El meollo del asunto se remonta a la época del historiador griego Plutarco, en el siglo I, quien introdujo la cuestión en una sección de su obra Moralia titulada “De si el huevo o la gallina estuvieron primero”. Allí dice: “Mi camarada Sulla dijo que con un pequeño problema como éste, nosotros estábamos enfrentando uno de grandes dimensiones; aquel que tiene que ver con la creación del mundo”. Había nacido una de las discusiones circulares más copiosas de la historia, debatidas por infinidad de teólogos, biólogos del crecimiento, embrionistas, emperadores, oficinistas y por cualquier grupo de personas convocado cómodamente alrededor de una cerveza.
El acertijo, aparentemente simple pero intrincado, atraviesa de punta a punta cuestiones espinosas como el origen de la vida, la evolución (y sus tiempos), mutación, caracteres adquiridos, la biología del crecimiento, la embriología, la genética. Y así... La verdad es que se trata de una confusión entre causa y consecuencia, un sacudón axiomático que muchos pretendieron resolver a través de atajos semánticos como plantear por ejemplo “¿qué se entiende por huevo?” o “¿es un huevo una gallina?”, en fin, esbozos clasificatorios que capitulan cuándo la evolución y su fuerza que todo lo cambia, mete la cola en la cuestión.
Aunque hasta ahora carecía por decreto de respuesta, los evolucionistas hinchan por el huevo y desatan los bucles de la recursividad cuando argumentan: las gallinas son un tipo de aves domesticadas, las aves descienden de los dinosaurios y los dinosaurios a su vez salieron de huevos. Los genetistas también opinan y hasta encontraron una respuesta original: ni el huevo ni la gallina, primero apareció el ARN que, según se piensa, habría hecho su debut en sociedad antes que el ADN y las proteínas.
En una especie de brainstorming desatado en ocasión de una curiosa campaña marketinera, se sentenció el fin del dilema. Quizá sea un poquito mucho: al fin y al cabo, no son más que argumentaciones ya pensadas por miles de biólogos, miles de genetistas, miles de evolucionistas. John Brookfield, disparó: “La primera gallina tuvo que haber sido diferente a sus padres por algún cambio genético, quizás uno muy pequeño, pero uno que dio origen a este pájaro, el primero en llenar nuestro criterio de lo que es ser verdaderamente una gallina”. La idea es clara: de padres “no-gallinas” salió –debido a una mutación genética– una gallina, un “organismo viviente dentro de la cáscara del huevo que debería haber tenido el mismo ADN que la gallina, y eso lo convirtió en un miembro de las especies de las gallinas”.
El filósofo de la ciencia David Papineau no se quedó callado y propinó: “Yo argumentaría que es el huevo de la gallina si es que hay una gallina en su interior. Si un canguro coloca un huevo del cual sale un avestruz, de seguro sería un huevo de avestruz, no un huevo de canguro. De acuerdo con este razonamiento, la primera gallina de hecho vino de un huevo de gallina, aun cuando ese huevo no vino de las gallinas”. Sin entender mucho de lo que hablaban, el avicultor Charles Bourns, presidente de la organización británica que defiende los intereses de los criadores de pollos, no hizo más que asentir profusamente.
Nada del todo original, pues. Sólo nuevas luces sobre cuestiones trillantes como la velocidad y los tiempos de la evolución o el camino fascinante que atraviesa una sola célula para devenir en organismo entero. Lo curioso es que no fueron los genetistas, los filósofos de la ciencia o los avicultores los que llegaron a la respuesta más elocuente. Fue, en cambio, un escritor, Samuel Butler. Corto, simple y genial: “La gallina es la forma que tiene el huevo para hacer otro huevo”. Quizás ahí anide la verdadera solución.
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