Domingo, 13 de agosto de 2006 | Hoy
NEUROLOGIA: PROSOPAGNOSIA O AMNESIA DEL ROSTRO
Por Enrique Garabetyan
Así como algunas personas se vanaglorian de su retentiva de hierro y aseguran no olvidar jamás una cara, también existe el fenómeno opuesto: un reducido, pero notable, porcentaje de la población parece no ser capaz de recordar absolutamente ningún rostro. Y no se trata de un caso de mala memoria in extremis, ya que quienes sufren este problema no pueden siquiera retener los rasgos de sus progenitores, ni de sus familiares, o amigos cercanos. Es tal el carácter de esta situación que la medicina neurológica bautizó a esta patología con un nombre complejo: prosopagnosia.
Obviamente, es necesario aquí aclarar que quienes la padecen no sufren de ningún problema de vista; son perfectamente capaces de discernir las emociones que trasuntan una cara; pueden aseverar con total corrección si la que ven corresponde a un hombre o una mujer y hasta clasificar, como todo el mundo, si tal o cual rostro es atractivo o no. Esto quiere decir que perciben perfectamente los componentes de la cara, pero lo que no pueden lograr es unirlos en un único patrón total, imprescindible para poder reconocer al portador de los rasgos. Y las teorías más recientes lo atribuyen a un déficit de memoria combinado con un problema de percepción.
El nombre del mal, de clara alcurnia griega, apela a su gran síntoma: “prosopon”, que significa rostro y “agnosia” que se traduce como “sinconocimiento”. Y los atlas de neurología se encargan de encasillarla entre el grupo de afecciones “raras”, aunque para muchos sean “llamativas”, y dignas de ser detalladas en algún ateneo clínico.
El desencadenamiento de una “amnesia de caras” suele estar –desde el punto de vista etiológico– asociado a un trauma craneano o a un derrame cerebral. Y si bien la mayor parte de los casos se los puede remontar a incidentes, golpes o infartos, recientemente, un equipo de investigadores alemanes propuso, en un artículo científico publicado en la revista Cortex, la hipótesis de que esta particular condición también tiene su vertiente hereditaria. Y hasta especularon que podría ser monogenética.
UN DESCONOCIDO EN EL ESPEJO
Los primeros informes médicos que daban cuenta de casos de personas absolutamente incapaces de distinguir a su madre de una desconocida con el simple recurso de mirarla a la cara se dieron a conocer en relatos clínicos del siglo XIX recopilados por médicos como el inglés Hughlings Jackson y el francés Jean-Martin Charcot. Y el primer paper específico se publicó en la revista Deutsche Z Nervenheilkd en 1892.
Pero el síndrome todavía debería esperar varias décadas hasta su momento oficial. Fue recién en 1947 cuando otro neurólogo alemán, Joachim Bodamer, le puso su nombre definitivo. Bodamer describió tres casos que había atendido, incluyendo un joven de 24 años que, tras recibir una herida de bala en la cabeza, dejó de reconocer a su familia, a sus amigos y hasta su propia imagen en el espejo.
Claro que este caso, como suele ocurrir con la mayor parte de las personas diagnosticadas de prosopagnosia, tenía una particularidad. Y es que los afectados no parecen ser absolutamente incapaces de reconocer a sus interlocutores. La explicación es que compensan su problema recurriendo a otros rasgos físicos que en muchas ocasiones les permiten identificar al aparente desconocido correctamente: la altura, el color del pelo, la cadencia del paso, un semblante con alguna particularidad muy específica.
De hecho, en los abundantes sitios web donde hoy los prosopagnósicos cuentan sus vivencias en primera persona, suelen dar cuenta de que sus amistades son fácilmente reconocibles por elementos ajenos a su fisonomía.
EL ARBOL GENETICO DE LA MEMORIA
Una de las hipótesis más extrañas sobre ciertas variantes de la prosopagnosia es muy reciente: un artículo publicado a fines de 2005 en la revista Cortex por un equipo coordinado por el doctor Thomas Grüter, que trabaja en el Instituto de Genética Humana de la Westfalische Wilhelms Universitat de la ciudad de Münster, Alemania, afirma que esta condición tiene una rama que, en lugar de traumática, es congénita.
Para llegar a esta idea, el equipo alemán contactó, a través de un grupo de autoayuda para pacientes neurológicos y familiares, a una respetable cohorte de estudio. Y usando cuestionarios y entrevistas específicas, logró rastrear a lo largo de 7 familias, 38 casos de prosopagnosia. Armando sus árboles genealógicos correspondientes, los alemanes propusieron que el patrón hereditario asociado a este padecimiento parecía consistente con un modelo monogenético: así, al transmitirse una única copia genética defectuosa, el recién nacido portador tendrá altas probabilidades de padecer, al desarrollarse, esta particular “ceguera de caras”.
Grüter, que además de investigar la sintomatología, también la padece, tiene además otra idea particular. Según afirma, es una condición mucho más común de lo que correspondería a la bajísima prevalencia natural de esas enfermedades rarísimas de encontrar.
Según las estadísticas compiladas por el equipo alemán, por medio de encuestas realizadas entre estudiantes universitarios, el 2,47 % de los entrevistados afirmó sufrir en diversos grados los síntomas que la definen.
Más allá de los números, hay algunos casos de “personajes” que han confesado en público que conviven con ella. Como la mediática etóloga Jane Goodall, célebre por sus estudios de los chimpancés, que en un autobiografía confiesa su vergüenza ante diarias situaciones en donde no reconoce, ni saluda, a colegas, ayudantes y personas muy cercanas. Como recurso para disimular su problema, cuenta con ironía que optó por simular que reconocía a todo aquel extraño que la saludaba primero.
Pero la mayor paradoja le corresponde al neurólogo Oliver Sacks, quien se hizo mundialmente famoso por sus deliciosos libros de divulgación dedicados justamente a contar extrañísimos casos de raras afecciones y casos médicos. El mejor ejemplo es su libro Despertares, que terminó siendo la base de una emotiva película protagonizada por Robert De Niro y Robin Williams. Pues bien, Sacks, además de escribir sobre este síndrome, también es un confeso prosopagnósico.
Sin embargo, sin sufrirla personalmente, fue el belga surrealista René Magritte el que expresó la esencia del síndrome. Quien contemple su obra El hijo del hombre no podrá identificar el rostro ya que verá sobreimpuesta a la cara del protagonista una brillante manzana verde. Los prosopagnósicos –pese a poder percibir en detalle ojos, narices y bocas— tampoco son capaces de identificar una cara. Ni siquiera aunque ésta no tenga por delante la brillante manzana verde.
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