Sábado, 26 de agosto de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Por William Mitchell
En esta era industrial que vemos desvanecerse ante nuestros ojos, hemos infligido a las ciudades demandas cada vez más pesadas. El resultado es que nunca antes habían crecido tanto, nunca habían sido más vastas, pobladas, intensas, ni habían sufrido tales colapsos por obra del tráfico y la contaminación. Se prevé que para el año 2025 las ciudades alojarán al 60 por ciento de la población mundial. Resulta alarmantemente obvio que ya no podremos continuar por este camino por mucho tiempo más.
La revolución digital, junto con la nueva economía de la presencia que surge como consecuencia de ella, ofrece algunas alternativas optimistas. Ahora lo virtual rivaliza con la materialidad. Viajar ya no es más la única manera de irse. Y la inteligencia humana se muestra creciendo en aumento. Como resultado, los modelos urbanos a que nos hemos acostumbrado han perdido su inevitabilidad.
En su lugar, podemos crear “e-topías” –ciudades horizontales, “verdes”–, que funcionen de modo inteligente. Los principios básicos pueden condensarse en cinco puntos, simplificando mucho el asunto, sin duda, pero de manera útil como para retenerlos en la memoria. Ellos son: desmaterialización, desmovilización, personalización masiva, operatividad inteligente, transformación “soft”.
Siguiendo estos principios, potencialmente podemos satisfacer nuestras propias necesidades sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Podemos aplicarlas a escalas del diseño de producto, de la arquitectura, de la planificación urbana, y de la estrategia regional, nacional y global. He aquí cómo.
Cuando contamos con una facilidad virtual, como un sistema bancario electrónico que sustituye una sucursal física, se produce un claro efecto de desmaterialización; ya no necesitamos la construcción física. El reemplazo de objetos físicos por miniaturas equivalentes –como cuando los chips de silicio comenzaron a hacer el trabajo de las válvulas electrónicas– ofrece el mismo resultado. Y existen beneficios análogos cuando separamos la información de sus sustratos materiales tradicionales; un mensaje por e-mail, leído en la pantalla, no consume papel. Si no producimos un objeto o artefacto material, y en vez de eso utilizamos un equivalente desmaterializado, no tendremos que tratar con el problema de los desechos, con el problema de qué hacemos con ellos. ¡Un bit usado no contamina! Ahora, lo menos realmente puede ser más. Hoy, sin embargo, la nueva economía de la presencia nos otorga la posibilidad de formularnos las preguntas más radicales: “Este edificio, ¿es realmente necesario? ¿Podemos en cambio remplazar los sistemas electrónicos?”.
El efecto general de la desmaterialización electrónica dependerá de los niveles de consumo requeridos respecto de la fabricación de los dispositivos computacionales. Esto no es insignificante. La fabricación de los semiconductores consume energía, fotoquímicos, ácidos, solventes de hidrocarburo, y otros materiales. Se llegó a la conclusión de que las computadoras consumían el diez por ciento del suministro total de energía eléctrica de Estados Unidos. Pero estos niveles son ciertamente muy modestos para prometer ahorros suficientemente sustanciales de recursos, merced a la sustitución de lo eléctrico por la construcción física. Y la tendencia se orienta hacia el diseño de dispositivos cada vez más pequeños, más “verdes”, y con bajo nivel de consumo.
Ahorramos recursos también, total o parcialmente, cuando sustituimos el viaje por las telecomunicaciones. En general, mover bits es inmensamente más eficaz que mover gente. Los ahorros incluyen la reducción de consumo de combustibles, de los niveles de contaminación, de la necesidad de ocupar tierra para la infraestructura del transporte, de la construcción de automóviles, de los gastos por mantenerlos, y de la reducción del tiempo que se gasta en viajar.
El interés en conservar los recursos y reducir la contaminación por medio de la desmovilización emergió por primera vez durante la crisis petrolera de la OPEC en los años setenta, cuando se creyó que las telecomunicaciones podían ofrecer una alternativa a los modelos urbanos existentes, y esto promovería ahorros significativos. Pronto llegó a ser evidente, sin embargo, que las telecomunicaciones no podían servir como un sustituto tan real y completo. Las interacciones de las personas, los bits, y los átomos resultan demasiado complejos y sutiles como para que se logre aquello de modo tan simple.
A pesar de esta decepción inicial, la nueva economía de la presencia abre de hecho la posibilidad para el ahorro significativo de recursos a través de la desmovilización. En parte, esto es una cuestión de estímulos; como observó Peter Hall, “si los gobiernos responden elevando el costo real de conducir, de modo general o momentáneamente, o restringiendo el tránsito, reduciendo la cantidad del espacio para manejar o estacionar, entonces habrá una búsqueda para sustituir los vehículos personales, al menos en cierta proporción de viajes. Quizá logremos realizar algunos trabajos de rutina, en especial aquellos en los que se ocupan los trabajadores parttime, trabajando enteramente en casa o en lugares de trabajo construidos en los propios barrios de los empleados, mientras que otros trabajadores pueden contar con horarios de trabajo flexibles para acudir a las zonas centralizadas, por sólo unas horas o días por semana; de este modo podemos reducir el volumen general del tráfico, y también redistribuirlo alejándolo de los picos de congestión”. El punto verdadero no radica sin embargo en no procurar una simple y directa sustitución, sino enaprovechar las telecomunicaciones para crear nuevos modelos urbanos, intrínsecamente más eficientes y afinados.
Específicamente, el barrio donde se vive/trabaja promete reducir los problemas diarios que ha promovido la separación típica de la era industrial entre los hogares y lugares de trabajo. Llegar a cualquier lugar en el barrio puede llevarse a cabo a pie o en bicicleta. Y la distribución electrónica de los servicios elimina los viajes más largos por puntos de acceso intermedios; así es posible bajar una película por medio de un servidor nacional en vez de ir a buscarla en automóvil hasta el videoclub del shopping de la zona.
Una estrategia prometedora, entonces, deberá seguir el desarrollo de ciudades policéntricas, compuestas de barrios compactos, polivalentes, a escala de los peatones, interconectados por vías eficientes en el transporte y en las telecomunicaciones. Combinando hogares, lugares de trabajo y servicios accesibles, podemos buscar un equilibrio más sostenible entre el movimiento a pie, el transporte mecanizado, y las telecomunicaciones.
La desmaterialización y la desmovilización son las estrategias de conservación más obvias dentro de la nueva economía de la presencia, pero no las únicas. Podemos obtener también beneficios más sutiles por medio de la personalización masiva. Las máquinas “tontas” de la era industrial nos proporcionaron economías de la estandarización, de la repetición, y de la producción a gran escala, pero hoy las máquinas “inteligentes” de la era de la computadora nos pueden proporcionar economías muy diferentes de adaptación y de personalización automatizada. Podemos emplear silicio y software en una amplia escala para permitir la entrega automática de lo que se requiere en contextos particulares.
En una mañana, por ejemplo, es casi imposible que puedas leer todas las páginas del diario; la mayoría de ellas simplemente no te sirve, y serán malgastadas, a menos que tengas un cachorro o una jaula de pájaros. Pero un sistema periodístico personalizado, impreso en casa, que llegue electrónicamente, puede contar con un perfil de tus intereses, y sólo imprimir los artículos y anuncios que quieras leer. Para empezar, esta estrategia engulle menos árboles, y al final produce menos desechos.
De modo similar, tu coche está depositado la mayor parte del tiempo en el garaje, o en el estacionamiento. Por el contrario, un servicio electrónico sofisticado de alquiler te puede proporcionar el tipo de vehículo que quieras, a veces una furgoneta pequeña, a veces un auto deportivo. Acaso hay más que ganar en la gestión inteligente de una flota de alquiler en vez de tratar de construir autos cada vez más eficientes y lindos para cada uno de nosotros.
Podemos obtener beneficios análogos con la gestión y administración electrónica e inteligente de otros recursos del transporte. Cuando los taxis estén equipados con radiotransmisores, el más cercano podrá contestar automáticamente una llamada, y hacer más eficiente y corto el viaje. Cuando las compañías de transporte están interconectadas, pueden coordinar más eficientemente su propio trabajo, y el viaje de los clientes. Si vehículos inteligentes corren por redes inteligentes, se reduce el tiempo de viaje, y la congestión.
La producción masiva y a gran escala, y la personalización masiva, electrónicamente mediada, tiene implicaciones formales ampliamente contrastantes. En el summum de la era industrial, en 1920, Henry Ford estandarizó rigurosamente el Modelo T y lo ofreció en cualquier color, aunque eran todos negros. De modo similar, Mies van der Rohe estandarizó módulos de construcción, elementos de construcción y detalles que promovieron una poesía de la formas sencillas y la repetición regular, yprodujo edificios de acero y vidrio que eran, en fin, negros. Otros modernistas heroicos prefirieron el blanco, pero estaban embelesados por la lógica de la máquina de estandarización y repetición. Pero había una contradicción; nunca un tamaño sirvió realmente para todos. Si se hiciera un marco estructural de elementos uniformes, algunos resultarían diseñados de manera demasiado dispendiosa. Al estandarizar las ventanas de un edificio, algunas representarían una adecuada mediación entre el interior y el exterior, pero otras, inevitablemente, no.
Hoy, sin embargo, en la era de la información, proyectos como el Museo Guggenheim de Frank Gehry, en Bilbao, comenzaron a demostrar una nueva y radical resolución del problema: explotan las capacidades de la maquinaria de producción controlada por computadora para crear composiciones de elementos no estandarizados, no repetitivos, que responden precisamente a sus funciones particulares, y a sus contextos. Los resultados están lejos de la arbitrariedad e irracionalidades de las que tanto se quejan los viejos miesianos que no toleraran críticas, sino que ofrecen una racionalidad muy sutil y sofisticada. Y, por supuesto, sacuden nuestras sensibilidades engendrando el asombro con su nuevo tipo de poesía espacial y material.
Prácticamente es la misma lógica la que se aplica a aquellos recursos consumibles que fluyen por tuberías y cables –agua, combustible y energía eléctrica–. Poniendo más inteligencia en dispositivos y sistemas que requieren estos recursos, podemos reducir gastos y podemos introducir estrategias dinámicas que promuevan demandas más eficaces y alienten el ahorro.
Un sistema realmente torpe, low-tech, por ejemplo, depende de gente que lo encienda y apague, y que lo conduzcan en la dirección correcta. Un simple sistema automático puede ponerse en funcionamiento, de modo que riegue agua, incluso cuando está lloviendo. Un sistema más inteligente, dotado de sensores, solamente libraría agua cuando las condiciones indicaran que es necesaria más humedad. Pero un sistema realmente inteligente monitorearía tanto el entorno como los niveles disponibles de agua, aprendería a predecir las necesidades de irrigación y satisfaría automáticamente esas necesidades sin desperdiciar o sin imponer una pesada demanda de agua cuando la disponibilidad se ve limitada.
De una manera similar, un sistema eléctrico elemental permite que las luces en una casa se enciendan y se apaguen. Sistemas apenas más sofisticados ajustan algunas de las tomas de corriente con relojes, de modo que no es necesaria una presencia humana para encender las luces y no se gasta electricidad cuando el lugar está vacío. Con el agregado de simples sensores, uno puede crear un sistema que ahorra energía por el mero dispositivo de apagar las luces de las habitaciones donde no haya nadie (desgraciadamente, es posible que hagan lo mismo cuando uno las esté ocupando sin moverse, por ejemplo descansando y pensando). Para un máximo de eficiencia, sin embargo, necesitaremos un sistema que nos enseñe cómo vivir, que descubra patrones de ajustes dinámicamente variables de los precios de electricidad, y opere de manera óptima la luz, el aire acondicionado y todo los electrodomésticos de acuerdo con un modelo predictivo que mantiene y actualiza permanentemente.
Este tipo de automatización no es para “ahorrarnos trabajo”, el eslógan que se usa para promocionar cualquier artefacto destinado al hogar. Su finalidad es crear mercados altamente eficientes y con un elevado nivel de respuesta.
En los puntos cruciales de nuevos desarrollos que emergen a medida que avanza el siglo XXI, sin duda contaremos con oportunidades para crear nuevos vecindarios, y aun ciudades enteras, que se verán organizadas de modo tal como para aprovechar al máximo las oportunidades de desmaterialización, desmovilización, adecuación personalizada a las necesidades de masa, y operatividad inteligente.
En la mayor parte de las áreas desarrolladas, sin embargo, la tarea número uno será de adaptación de las construcciones actualmente en pie, de los espacios públicos y de la estructura de transportes, de modo que se adapten a requerimientos que son muy diferentes de aquellos que guiaron su producción inicial. Estos legados de la era industrial, y de tiempos aun anteriores, requerirán de transformaciones para que efectivamente puedan funcionar en el futuro.
Las ciudades ya habían experimentado esas transformaciones con anterioridad. En particular, la revolución industrial requirió de una abundante y extendida provisión de áreas industriales, de albergue para los trabajadores, de oficinas en los centros de las ciudades, de sistemas de transporte con alta capacidad. Las ciudades que podían responder afirmativamente a estos requerimientos, crecieron y prosperaron, mientras que muchos que no pudieron hacerlo entraron en una prolongada decadencia. A menudo, los resultados de este crecimiento alimentado por la industrialización fueron, por cierto, notabl
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