ILUSIONES E HISTERIAS COLECTIVAS
› Por Raúl A. Alzogaray
La víspera del día de brujas de 1938, una radio estadounidense transmitió en vivo, durante una hora, los pormenores de la primera invasión marciana. Los extraterrestres habían descendido al atardecer en una granja de Nueva Jersey y atacaron a los vecinos con rayos caloríferos y gas tóxico. Muchos oyentes se asustaron, algunos aprestaron sus armas y se atrincheraron en sus casas. La policía recibió numerosas llamadas que denunciaban la presencia de máquinas gigantes. Varias personas afirmaron haber olido el gas tóxico o sentido en el aire el calor de los rayos. Hubo quien aseguró haberse descompuesto a causa del gas y quien dijo haber visto las llamas de los incendios provocados por los marcianos.
La anécdota es bastante conocida. La emisión radial fue una representación de la novela La guerra de los mundos, del escritor inglés H.G. Wells, realizada por un grupo de actores liderados por el veinteañero y futuro astro cinematográfico Orson Welles. El incidente de Nueva Jersey no fue la única reacción colectiva disparada por una representación de la novela de Wells. A fines de 1944, cuando un guión similar fue emitido por una radio de Santiago de Chile, la gente asustada salió a la calle o corrió a esconderse en sus casas. El gobernador de una de las provincias chilenas llegó a ordenar una breve movilización de tropas.
En febrero de 1949, una adaptación muy realista de la invasión marciana sumió en el pánico a miles de habitantes de Quito, que atestaron las calles para escapar de lo que creían un inminente ataque extraterrestre. Cuando se hizo evidente que la invasión era ficticia, una turba enfurecida incendió la emisora de radio, provocando la muerte de quince personas. Episodios parecidos asustaron a los habitantes de Rhode Island (1974) y del norte de Portugal (1988).
Los sociólogos llaman “ilusiones colectivas” a estas situaciones en que un grupo de personas, durante cierto tiempo, acepta como verdadera una creencia falsa, que se impone en sus mentes en forma rápida y espontánea.
El 16 de diciembre de 1997, a las 18.30 hora local, la televisión japonesa emitió el episodio 38 del popular dibujo animado Pokemon, donde se cuentan las aventuras de Pikachu y sus amigos en un mundo virtual (Pikachu es uno de los principales protagonistas no humanos de Pokemon). El ciberespacio resulta hostil y los viajeros son atacados con misiles, pero Pikachu despliega sus poderes eléctricos y los hace estallar antes de que alcancen su destino. Durante unos segundos, la pantalla se llena de luces rojas y azules intermitentes. En ese momento, unos 12 mil chicos que miraban el programa experimentaron náuseas, convulsiones, desmayos, dolor de cabeza, vómitos o problemas visuales y respiratorios. Casi todos se recuperaron al cabo de unos minutos y sólo dos permanecieron unos días internados.
La reacción fue explicada como una respuesta del cerebro a los estímulos visuales, pues existe un bajo porcentaje de la población que es susceptible a este tipo de efecto. Sin embargo, el número de afectados fue muy superior al esperado y los síntomas no se correspondían exactamente a una reacción de este tipo. Algunos especialistas consideran que los síntomas fueron los de un caso típico de histeria colectiva, condición que se manifiesta en un grupo de personas sometido a una situación estresante.
Unos años antes, en una escuela de Florida, Estados Unidos, se había producido otro caso de histeria colectiva cuando una nena anunció que el almuerzo que le acababan de servir tenía un gusto raro. Al rato, varios de sus compañeros se quejaban de dolor de estómago. El supervisor se asustó y les dijo que dejaran de comer, porque la comida podía estar envenenada. Unos minutos después, más de 60 chicos se sintieron enfermos, pero al cabo de una hora todos estaban lo más bien. Los análisis químicos no revelaron nada anormal, ni en los chicos ni en la comida.
La mejor forma de poner fin a estos episodios colectivos parece ser la presencia de una figura que inspire confianza y proporcione repetidamente la información que los afectados necesitan para calmarse (el supervisor de la escuela de Florida hizo justo lo contrario).
Las ilusiones e histerias colectivas no son cosas del siglo XX. Existen desde hace siglos y los estímulos que las produjeron han variado a través del tiempo. En la Edad Media, por ejemplo, solían ser provocadas por la creencia de que algunas personas pueden transformarse en lobos u otros animales. Durante los siglos XVII y XVIII hubo en Europa y Estados Unidos brotes de posesiones demoníacas que llevaron a la tortura y ejecución de miles de supuestos brujos y discípulos del diablo.
En las últimas décadas del siglo XX, en los países occidentales, varios casos de ilusiones colectivas fueron provocados por el miedo a las catástrofes ambientales debidas a la contaminación o por la supuesta existencia de sectas que se dedicaban a secuestrar niños en las guarderías.
Para el sociólogo australiano Robert Bartholomew, que lleva años estudiando estas reacciones grupales, las ilusiones y las histerias colectivas se seguirán produciendo, porque no son otra cosa que un reflejo de los miedos que caracterizan a cada época.
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