CINE ANTROPOLOGICO: ROBERT FLAHERTY Y “NANOOK, EL ESQUIMAL”
› Por Adrian Perez
En una época dominada por la cultura de la imagen, donde un sin fin de representaciones entran a nuestros hogares –pantalla de TV mediante–, quienes hacen del documental antropológico un arte destinado a transmitir contenidos, conocen la importancia que estas producciones tienen al momento de acercar al público en general la vida de los pueblos originarios. ¿Cómo reconocer la delgada línea que separa ficción de realidad? ¿Por qué interesa al investigador-realizador conocer la forma en la que come, duerme o pesca un esquimal de la bahía Hudson en Canadá? ¿Traducción, mediación o, simplemente, afán por mostrar mundos desconocidos para el hombre blanco occidental? Estos son algunos de los dilemas que envuelven al documental etnográfico.
Y aquí, inevitablemente, hace su aparición en escena la figura de Robert Flaherty, nacido un 16 de febrero de 1884 en Michigan, Estados Unidos, quien mostró al mundo por primera vez en 1922 los avatares y peripecias de Nanook, cazador esquimal del pueblo Itivimuit, de su esposa Nyla y de sus hijos.
Ingeniero en minas por la Universidad de Michigan, Flaherty se disponía, en 1913, a realizar su tercera expedición a la bahía Hudson, en busca de yacimientos mineros para la Fundación Mackenzie. El cartógrafo, por aquel entonces, no imaginaba que ese hombre que conocería en las gélidas tierras canadienses, sería el disparador de un nuevo género cinematográfico: el cine documental. Fue el mismo Mackenzie, quien lo alentó a llevar una cámara consigo para registrar los hallazgos que se produjeran durante la expedición. Otra de las consignas era que Flaherty, además de trazar mapas del terreno, debía trabar relaciones amistosas con los esquimales.
Entusiasmado con la propuesta, Flaherty llegó a reunir unos diez mil metros de celuloide, que en un momento infortunado se quemaron por completo, aunque este suceso no desalentó al expedicionario: siete años de trabajo en la zona, un considerable conocimiento del terreno y la práctica del cine transformaron al ingeniero en minas en el gran realizador que dejaría un tendal de documentales de gran interés para la ciencia y la cultura mundial.
Nanook, el esquimal comenzó a rodarse en 1920 en Port Huron, cerca de la costa nororiental de la bahía de Hudson (Canadá), con 21 mil metros de película virgen de 35 mm, en blanco y negro y en color matizado, sin sonido y con una duración final aproximada a los 70 minutos. Antes, el proyecto había sido rechazado por Paramount Pictures y por otras cuatro compañías importantes de la industria cinematógráfica por considerarlo de bajo contenido comercial. Pero, finalmente, salió a la luz gracias al apoyo económico de la compañía peletera francesa Revillon Frères que subsidió el proyecto y lo distribuyó el 11 de junio de 1922. Nanook, el esquimal estaba lista para proyectarse a fines de ese mismo año, estrenándose a sala llena en el Capitol de Nueva York, donde recibió una excelente acogida por parte del público y de la crítica mundial.
“La única forma de comprender a los esquimales era vivir con ellos.” Fiel a esta expresión, el realizador compartió momentos imborrables con sus entrevistados durante los casi dos años y medio de rodaje. El respeto de Flaherty por este pueblo y por cada cultura que tuvo oportunidad de documentar queda plasmada en la siguiente frase: “El vivo deseo que tenía de hacer Nanook se debía a mi estima por esa gente, a la admiración por ella; yo deseaba contarles a los demás algo sobre ese pueblo”.
Es probable que el documentalista no cayera en la cuenta de que abría la puerta a un nuevo género, que revolucionaría la época por su propuesta innovadora de filmar la vida de gente sencilla en escenarios reales, interactuado con la naturaleza, “actuando” ante la cámara como si ésta no existiera y rescatando de su cotidianeidad la raíz más profunda de sus manifestaciones culturales.
Una muestra clara de la contribución del realizador norteamericano fue el premio que recibió Nanook, el esquimal en 1964. La película fue seleccionada como el mejor documental de todos los tiempos, por documentalistas del Festival de Mannheim, Alemania.
Luego del rotundo éxito de Nanook, Paramount Pictures decidió otorgarle en 1926 un subsidio a Flaherty, para llevar adelante un proyecto sin tope de presupuesto. Y así comenzó a rodarse Moana, documental basado en hechos de la vida diaria de un joven polinesio y su familia. La realización cuenta los relatos y experiencias de estos nativos de Samoa, en un archipiélago del Pacífico.
Para comenzar con la producción de la película Flaherty llega a Samoa en abril de 1923 y permanece allí hasta diciembre de 1924. En diciembre de 1925 la película ya está lista para su proyección. A pesar del apoyo de Paramount, de las innovaciones como el uso sistemático del teleobjetivo, que permite un mayor acercamiento a los personajes, sin que esto implique proximidad física, el proyecto se convierte en un traspié para el documentalista y en un fracaso taquillero.
Algunos documentalistas atribuyeron este revés a las presiones de Paramount por imprimirle al documental un uso sistemático del drama. Querían que Flaherty reconstruyera completamente el contexto de Samoa para adaptarlo a escenas dramáticas similares a las de Nanook. Lo que no tuvieron en cuenta los directivos de este monstruo del cine fue precisamente que las duras condiciones climáticas –que transmitían al espectador la lucha del hombre por subsistir en esas tierras inclementes y desoladas– estaban ausentes de los bellos paisajes de Samoa.
Luego del fracaso de Moana, Flaherty recibió una invitación en 1931 del documentalista John Grierson, para viajar al Reino Unido y trabajar en la escuela fundada por él. Flaherty aceptó la propuesta y comenzó a trabajar en ese país. Al parecer, la experiencia tuvo sus frutos pues en 1934, comenzó a filmarse Men of Aran (Hombres de Aran), uno de las mejores obras del documentalista norteamericano según la crítica y sus pares.
Rodada en la isla de Aran, ubicada en las costa irlandesa, cercana a Irishmore. Recurre a un argumento similar al empleado en Nanook el esquimal, narrando la lucha por la supervivencia de sus pobladores, y el duelo entre el hombre y un clima totalmente hostil. La particularidad de este documental reside en la manera en que los pobladores se relacionan con el mar. Una isla cuya economía gira alrededor de la pesca del tiburón y la recolección de algas marina como actividad de subsistencia, y que considera que morir ahogado es un tributo que se debe pagar al monstruo del mar, es uno de los elementos más fuertes en el discurso de estos pescadores irlandeses.
A partir de los primeros bosquejos que circulan en la imaginación del director y los productores hasta la última toma de la película, quien documenta construye una realidad que le es propia; recortando material y desechando esa escena en favor de aquella otra, ya sea en el plano espacio-temporal de la filmación donde se registran las acciones del entrevistado, como en la edición final.
En este contexto, el proceso de filmación difícilmente se encuentre exento de arbitrariedades. Fue precisamente esto lo que provocó duras críticas contra la figura de Flaherty. Sus detractores lo acusaron de reconstruir escenas como la cacería de morsas, actividad que había sido abandonada en su modo tradicional mucho tiempo atrás, o la construcción del iglú, reformado especialmente para el rodaje de la película.
Ante estos ataques, el documentalista expresó “no me propongo hacer películas sobre lo que el hombre blanco ha hecho de los pueblos primitivos... Lo que deseo mostrar es el antiguo carácter majestuoso de estas personas mientras ello sea posible, antes de que el hombre blanco destruya no sólo su carácter sino también el pueblo mismo”.
Si bien el aporte de Flaherty al cine de divulgación científica fue importante, el documentalista no pudo alejarse de las críticas que generó su obra. Quienes no compartían su abordaje lo acusaban de “construir” escenas que sobredimensionaban ciertos elementos en busca de dramatismo, efecto que según él “era necesario para capturar el verdadero espíritu de la realidad”.
A contramano de las recomendaciones posteriores hechas por teóricos del cine antropológico, Flaherty trabajó sin un guión previo, aunque durante el rodaje nunca dejó de asentar las ideas para la película en su diario personal. Sobre el horizonte del celuloide, Robert Flaherty -–visionario y curioso de oficio–, relumbra con la creatividad y sensibilidad que lo acompañó en cada una de sus producciones. Puede que la técnica ceda su lugar al compromiso con lo que se observa. En esto, el cine documental y Flaherty no han sido precisamente la excepción.
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