NOTA DE TAPA
Los científicos de la NASA estimaban que durarían unos tres meses, pero acaban de cumplir tres años. Spirit y Opportunity, la dupla de robots geólogos-exploradores, siguen allí, en la mismísima superficie del planeta rojo, extendiendo a cada paso los éxitos de su misión: ellos andan, miran, exploran, taladran y descubren. En 36 meses confirmaron la existencia de agua líquida en el remoto pasado del planeta hermano de la Tierra, recorrieron casi 10 kilómetros cada uno, analizaron muestras del suelo, observaron nubes y pequeños tornados y tomaron en conjunto unas 160 mil imágenes, pese a que la gran mayoría del mundo se haya olvidado de ellos.
› Por Mariano Ribas
En enero de 2004, dos robots de seis ruedas y grandes paneles solares plateados se lanzaron a explorar las polvorientas y heladas llanuras marcianas. El solo hecho de llegar hasta allí no era poca cosa, pero iban por más: Spirit y Opportunity habían llegado a Marte para buscar las pistas que, de una vez por todas, confirmaran (o descartaran) la existencia de agua líquida en el remoto pasado del planeta hermano de la Tierra. Y a los pocos meses de llegar, lo lograron: alguna vez, allí hubo mucha agua, con todo lo que eso implica. ¿Misión cumplida, entonces? Para nada. Los gemelos de la NASA no se detuvieron. Recorrieron kilómetros y kilómetros, analizaron muestras del suelo, perforaron rocas, observaron nubes y pequeños tornados y tomaron decenas de miles de imágenes. Es más, hasta se dieron algunos lujos: después de una larga y lenta subida, Spirit llegó a la cima de una colina, y desde allí contempló un desolado panorama de una muy árida belleza. Y Opportunity se asomó a los peligrosos bordes de un espectacular cráter de 800 metros de diámetro (un verdadero tesoro geológico que tiene mucho que contar sobre la historia de Marte).
Al principio, los científicos de la misión estimaban que los rovers durarían unos 3 meses. Y hoy, casi no pueden creerlo, porque el imbatible dúo acaba de cumplir 3 años. Doce veces más de lo previsto. Allí están todavía. Funcionan, andan, miran, exploran y descubren. Se la mire por dónde se la mire, la epopeya de Spirit y Opportunity es verdaderamente impresionante.
Marte es un desierto de escala global. Sus típicos paisajes son las grandes llanuras polvorientas y rocosas, tan cargadas de óxidos de hierro, que están completamente teñidas de un color anaranjado oscuro, sucio, casi marrón. Son tan heladas que da calambre, con temperaturas típicas de 30, 40 y hasta 70 grados bajo cero. Y secas, más secas que cualquier desierto terrestre. Sí, en Marte, el agua líquida brilla por su ausencia, al menos en su superficie (existen crecientes evidencias que indican la presencia de acuíferos subterráneos). Sin embargo, las sondas espaciales –que vienen sobrevolando el planeta desde hace 40 años– han detectado innumerables huellas geológicas que sugieren un pasado muy distinto: sugerentes surcos, suaves depresiones y hasta posibles líneas costeras que hablarían en nombre de antiquísimos ríos, lagos e incluso mares. Agua que ya no está, al menos, a la vista. Y ése es uno de los misterios más grandes del Sistema Solar. Un misterio que, justamente, es el motor de esta gran aventura extraterrestre que en estos días está cumpliendo 3 años.
Los vehículos de exploración Spirit y Opportunity fueron lanzados por la NASA en junio y julio de 2003. Y luego de algo más de seis meses de viaje interplanetario, arribaron a Marte, sanos y salvos, el 3 y el 24 de enero de 2004, respectivamente. Spirit amartizó en el gran cráter Gusev (160 km de diámetro), ubicado a 15° al Sur del ecuador marciano. Y su gemelo, a 5 mil kilómetros allí, en una región ecuatorial, y muy llana, conocida como Meridiani Planum. Ambos lugares habían sido muy cuidadosamente elegidos: “Gusev y Meridiani muestran claros indicios de la presencia de agua en el pasado”, comenta el geólogo Steve Squyres (Universidad de Cornell), principal responsable del instrumental científico de los robots. Y explica un poco más: “En Meridiani hay mucha hematita gris, un compuesto de óxido de hierro que suele formarse en presencia de agua; mientras que Gusev pudo haber sido un lago, porque allí desemboca lo que parece ser un largo lecho fluvial”.
Y bien, a poco de llegar, los dos robots –controlados por radio desde la Tierra– abrieron sus ojos. O más bien, sus cámaras estéreo. Minutos más tarde, esas imágenes llegaban a la Tierra y provocaban un record histórico de visitas a las páginas web de la NASA. Luego, ambos se largaron a una aventura que tenía un objetivo central: buscar, fotografiar, examinar y hasta perforar rocas y muestras del suelo marciano que pudieran esconder pistas sobre el pasado del agua en Marte.
A pesar de haber llegado primero, y de haber estudiado varias rocas (la primera, llamada “Adirondack”, a días de su arribo), Spirit tardó varios meses en encontrar lo que había ido a buscar. A su compañero le fue mucho mejor: de entrada nomás, Opportunity tuvo la suerte de amartizar dentro de un pequeño cráter y a metros de un afloramiento rocoso. En principio, era un lugar que, geológicamente, tenía mucho más para contar que la aburrida llanura que rodeaba a Spirit. Y así fue como en apenas tres o cuatro meses de tarea Opportunity se despachó con un éxito sensacional: cuatro líneas de evidencia que, independientemente, indicaban, con pelos y señales, la presencia de agua líquida primitiva. Por empezar, su cámara/microscopio detectó unas pequeñas esferitas de minerales (bautizadas blueberries) incrustadas en varias rocas que se habían formado a partir de soluciones acuosas. Segundo: algunas piedras tenían montones de agujeritos, huellas de antiguos cristales disueltos por el agua. Y otras (tercero), sales de azufre, que en la Tierra suelen formarse en presencia de agua líquida. Finalmente, la jarosita: un mineral que Opportunity detectó una y otra vez en la región. Es un sulfato hidroxilado de potasio y hierro que, también, necesita la presencia de agua líquida. Nada mal: en abril de 2004, el geólogo robot ya había confirmado que, al menos allí, Marte había sido un lugar muy húmedo.
Spirit también encontró su premio, aunque tuvo que andar y andar. A poco de amartizar, sus espectaculares panorámicas revelaron unas suaves colinas, a unos tres kilómetros de distancia (que luego fueron bautizadas “Columbia Hills”, en honor a la tripulación fallecida en la explosión del transbordador). Eran un blanco lejano, pero tentador. Y como el rover funcionaba sin problemas, y las rocas volcánicas que había estudiado mostraban pocas (o ninguna) evidencias de haber sido alteradas por agua líquida, los científicos de la NASA decidieron enviarlo hasta allí. Y bien, cinco meses más tarde de su arribo (en junio de 2004), y luego de una difícil travesía, Spirit estaba en la base de aquellas colinas marcianas. Había tropezado con rocas, visitado algún que otro cráter y hasta fotografiado pequeños tornados marcianos. E inmediatamente allí, empezó a encontrar rocas con historias mucho más húmedas. También dio con la dichosa hematita (aquel compuesto de óxido de hierro que determinó el lugar de descenso del Opportunity). Más aún, el intrépido robot se lanzó cuesta arriba. Impresionante. “La subida de Spirit fue motivada exclusivamente por cuestiones científicas, porque cada vez que ganaba altura, aparecían nuevos tipos de rocas”, recuerda Squyres. Pero además, había otra clara intención: “Hicimos lo que cualquier geólogo de campo hubiese hecho, trepar para tener un buen punto de vista, y también trazar la ruta a seguir”. Fueron 14 meses de lenta y peligroso trepada. Pero Spirit lo hizo: en septiembre de 2005 se dio el lujo de mirar el paisaje de Marte desde unos 100 metros de altura. Y tomó una foto panorámica que, probablemente, sea la más espectacular vista marciana de todos los tiempos.
Mientras Spirit estaba en plena trepada, Opportunity hacía de las suyas del otro lado de Marte. Luego de visitar el cráter Endurance (donde estuvo trabajando unos 7 meses), siguió su imparable marcha. Y en enero de 2005 se anotó un poroto espectacular: encontró un meteorito metálico del tamaño de una pelota. Un pedazo de hierro y níquel que había caído desde el espacio a la superficie marciana. “Nunca pensé que usaríamos los instrumentos de Opportunity para estudiar una roca que no fuera de Marte”, recuerda el aún sorprendido Squyres. Un mes más tarde, y ya con un año largo a cuestas, el explorador batió todos los records de distancia en un solo día: el 19 de febrero de 2005 recorrió 177,5 metros. Y sigue.
Tanto sigue que hace unos meses, y luego de recorrer unos impresionantes 9,5 kilómetros desde su arribo, Opportunity llegó a un lugar inicialmente impensado: el gran cráter Victoria. Es una fosa de 800 metros de diámetro, y 70 de profundidad, con enormes y filosas paredes de rocas sedimentarias que cuentan buena parte de la historia geológica y ambiental de Marte. “Es el sueño del geólogo hecho realidad, porque esas capas de roca nos revelarán cuáles fueron las condiciones ambientales de hace muchísimo tiempo”, dice Squyres. Todo indica que Opportunity seguirá asomado al borde del cráter Victoria, pase lo que pase. Y eso incluye, por ejemplo, una fatal caída. Pero la maquinita ya está jugada.
Y pensar que allá por comienzos de 2004 parecía que la aventura marciana de Spirit y Opportunity iba a durar 3, 4 o a lo sumo 6 meses. Pero allí están, celebrando sus tres años. Años terrestres, claro, que equivalen a 1,6 año marciano. Allí, los robots gemelos de seis ruedas han pasado 1090 y 1070 días marcianos, que son un poco más largos que los nuestros (duran 24 horas y 37 minutos). Han recorrido 6,9 y 9,9 kilómetros. Y han tomado 89 mil y 81 mil fotos, respectivamente. Spirit hace rato que ha bajado de las colinas, y ahora está quieto en la llamada “Home Plate”, un impresionante afloramiento rocoso que promete. Mientras tanto, mantiene sus paneles solares inclinados hacia el Sol, para sobrevivir mejor en el crudo invierno marciano. Opportunity, como vimos, sigue al borde del Cráter Victoria. Pero ¿hasta cuándo seguirán? El tiempo no ha pasado en vano y, a pesar de su prodigiosa supervivencia, los rovers ya dan señales de desgaste. Sin ir más lejos, Opportunity tiene averiada su rueda delantera derecha, y fallas en una articulación de su brazo robot. “Los rovers podrían durar otros tres años, o morir mañana. No hay manera de saberlo”, dice Squyres. La estrategia a seguir es sabia y sencilla: “Trabajaremos cada día con Spirit y Opportunity como si fuese el último”.
A modo de balance, son más que claras las palabras del doctor James Garvin, el científico que encabeza el programa de exploración de la Luna y Marte: “Durante décadas, las naves orbitadoras nos revelaron muchos detalles que sugerían la presencia de agua líquida en el pasado de Marte. Pero no teníamos evidencias definitivas. Los rovers llegaron allí para confirmar si, al menos, algunas zonas de Marte tuvieron ambientes húmedos y hospitalarios para la vida. Y la respuesta es excitante: ¡sí!”.
Ahora sabemos más del mundo hermano de la Tierra: al menos en ciertas regiones, el agua fue muy abundante en Marte. Y que hace 3 o 4 mil millones de años, el planeta pudo haber sido un escenario apto para la aparición de la vida.
Y para el final, un detalle que bien vale la pena contar. Los nombres de este dúo de exploradores fueron propuestos por Sophie Collis, una nena de 11 años. Y la NASA los eligió entre otras 11 mil sugerencias. La respuesta de la nena impresiona y conmueve: “es el espíritu que impulsa a las grandes exploraciones de la humanidad, y es la oportunidad de hacerlo”. Palabras que definen, con sintética belleza, una magnífica epopeya científica que está cumpliendo 3 años.
Los rovers Spirit y Opportunity no son las primeras máquinas terrestres que se posan con éxito en Marte. Hubo tres misiones previas: las pioneras fueron las Viking I y II (NASA), que en 1976 sorprendieron al mundo transmitiendo las primeras postales marcianas, desde las regiones de Chryse y Utopia, respectivamente. El tercer contacto directo con Marte ocurrió en 1997, cuando la Mars Pathfinder devolvió al planeta rojo a las tapas de los diarios. La Pathfinder llevaba al pequeño Sojourner, un vehículo robot (del tamaño de un microondas) que se paseaba a su alrededor a velocidad de tortuga, analizando rocas. El 4 de enero de 2004 le llegó el turno a Spirit, y tres semanas más tarde a su gemelo, Opportunity. Ambos son versiones mejoradas del Sojourner: más grandes, veloces e inteligentes, y equipados con mejores instrumentos. Hasta ahora, son cinco amartizajes. En los próximos años, otras naves robot llegarán allí. Y finalmente, hacia 2025 o 2030, los primeros humanos dejarán sus huellas en aquellas polvorientas tierras anaranjadas.
Spirit y Opportunity (técnicamente denominados Mars Exploration Rovers A y B) miden algo más de 2 metros de largo, pesan 180 kilos y se alimentan con energía solar gracias a sus grandes paneles que, a modo de alas, cubren sus seis ruedas articuladas. Además, llevan un set de sofisticados instrumentos: una cámara para fotografiar el paisaje, otra capaz de observar detalles microscópicos en las rocas, un brazo robot para capturarlas y espectrómetros para determinar su composición química. Y mediante sus antenas están en contacto directo con la Tierra. Ambos descendieron en Marte utilizando un escudo de frenado atmosférico, y luego un gran paracaídas, hasta que tocaron la superficie envueltos en grandes bolsas inflables.
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